Maximiliano salió de la sala con pasos largos y tensos, tratando de asimilar lo que acababa de pasar. Apenas puso un pie fuera, Amelie estaba allí, esperándolo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero también de furia. Antes de que pudiera decir algo, ella levantó la mano y lo abofeteó con toda la fuerza de su frustración.El golpe seco resonando mientras impactaba contra su cara.—¡¿Qué demonios significa eso, Maximiliano?! —gritó, su voz repicando en el pasillo con todo el enojo que cargaba, sin contenerse nada.Maximiliano tocó su mejilla con sorpresa, pero no perdió la compostura a pesar del dolor que dejó su mano en su cara. En lugar de responder de inmediato, tomó su mano con delicadeza y la llevó aparte, alejándola de los demás para evitar un espectáculo, tampoco necesitaba que el señor Valdés o Ariadna escucharan aquella charla.Se detuvieron en un rincón más apartado, donde ella intentó liberarse de su agarre, pero él la sujetó con firmeza. Entonces, antes de hablar, la abr
Maximiliano se quedó de pie, con las manos en los bolsillos, mirando la puerta cerrada mientras Leonardo hablaba con su hija en privado. No era la primera vez que lidiaba con una situación complicada, pero esto era completamente diferente. Jamás había imaginado encontrarse atrapado entre amenazas, un posible hijo, y la presencia constante de Amelie, quien claramente estaba al borde del colapso emocional.Dentro de la habitación, Leonardo caminó hacia Ariadna con una calma inquietante. Su mirada era seria, pero al mismo tiempo había un toque de calculada amabilidad en su tono.—Maximiliano te llevará de regreso con tu madre —comenzó, colocándose justo frente a su hija—. Cuando sea el momento adecuado, él se encargará de los exámenes que determinarán si ese bebé es suyo o no. Y, una vez que tengamos los resultados, haremos planes para la boda.Ariadna tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Sus manos temblaban ligeramente, y apenas logró reunir la valentía para hacer
Maximiliano subió las escaleras con pasos firmes, pero en su interior estaba más agotado que nunca. El día había sido una sucesión de tensiones, enfrentamientos y decisiones apresuradas. Demasiado apresuradas.Pero en sus labios aún tenía el sabor de su bese. De ese beso.Él la besó, quizás como un posible cierre o como algo que él necesitaba. Pero esa necesidad desaparecía de inmediato, desde que pensaba en Amelie.Cuando llegó a su habitación y abrió la puerta, la encontró allí, como temía y esperaba al mismo tiempo: Amelie estaba sentada en la cama, con las rodillas recogidas contra el pecho y las lágrimas rodando por sus mejillas. Su expresión era una mezcla de tristeza y rabia contenida. La misma que había tenido todo el tiempo en el que estuvieron en aquel hospital, para luego marcharse sin él, se negaba a compartir el mismo espacio con esa otra mujer.—Amelie… —dijo Maximiliano al acercarse, dejando caer su chaqueta en el respaldo de una silla. Se sentó junto a ella en la cama
Lo estaba logrando.Ariadna sostenía el billete entre sus dedos temblorosos mientras buscaba un asiento en el tren.Su respiración era acelerada, y un sudor frío recorría su nuca. Había elegido el destino al azar: Sorena, una ciudad vecina donde esperaba encontrar un lugar para esconderse y comenzar de nuevo temporalmente hasta tener un plan más sólido.Con el dinero que Maximiliano le había dado, estaba decidida a escapar de su padre y evitar que su bebé quedara atrapado en el juego de poder de Leonardo Valdés.El tren estaba casi lleno, pero logró encontrar un asiento junto a la ventana. Miró por el cristal, viendo cómo la estación comenzaba a llenarse de movimiento y ruido. Se abrazó a sí misma, buscando algo de consuelo. Apenas podía creer lo que estaba haciendo. Sabía que su padre no se rendiría fácilmente, pero no había imaginado que sus intentos de escapar la harían sentir tan vulnerable. Pensaba en Camila, en Ricardo, en la pequeña casa que acababa de dejar atrás. Su corazón e
Amelie bajó las escaleras como una tormenta, con pasos apresurados y respiración agitada, ya no solo por la intensa discusión que hace nada había tenido con Maximiliano, la presencia de aquellos intrusos no hacía más que complicar todo.¿No se suponía que las cosas ya estaban resueltas y que Ariadna Valdés había desaparecido de la vida de Maximiliano? Al parecer no era así. Sus tacones resonaban con fuerza en el mármol mientras su mirada se fijaba en los recién llegados como si fueran enemigos jurados. Leonardo y Ariadna, aún de pie en la sala, se giraron hacia ella. Ariadna, encogida, intentó evitar el contacto visual, mientras Leonardo alzaba una ceja, divertido por la entrada teatral de la mujer.—¡Fuera de esta casa! —gritó Amelie, apuntándolos con un dedo tembloroso—. ¡Los dos! ¡No tienen nada que hacer aquí!Leonardo esbozó una sonrisa socarrona, cruzando los brazos con calma, mientras Ariadna retrocedía un paso, como si quisiera desaparecer en el suelo. Desearía haber evitado t
Amelie se quedó boquiabierta, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Dio un paso hacia atrás, su rostro cambiando entre incredulidad y rabia.—¿Hacer una escena? ¡No puedo creer que estés diciendo esto! —gritó, apuntando a Ariadna con el dedo—. ¡Ella está destruyendo todo lo que hemos construido juntos! Y tú solo te quedas ahí, defendiéndola como si nada.Maximiliano dejó escapar un suspiro largo y pesado, sintiendo que la situación se le escapaba de las manos.—Amelie, no estoy defendiéndola. Estoy tratando de manejar una situación que tú no estás ayudando a mejorar.—¡¿Manejar la situación?! —se burló Amelie, soltando una carcajada amarga—. Lo único que estás haciendo es darle a esta niña todo lo que quiere. ¿Y qué hay de mí, Maximiliano? ¿Qué hay de lo que yo necesito? ¿De lo que nosotros queremos?Maximiliano la miró fijamente, su paciencia finalmente agotada.—Amelie, si no puedes entender que esta situación es temporal y que no tengo otra opción, entonces quizás deb
Maximiliano se levantó de la cama con una sensación de pesadez en el pecho. Había pasado horas dando vueltas, incapaz de apagar su mente. Todo lo que había sucedido ese día seguía atormentándolo. Amelie y su mirada llena de lágrimas, su súplica para que eligiera, y luego su partida. La presencia de Ariadna en su casa, sus palabras desafiantes y llenas de frustración, y la constante amenaza de Leonardo Valdés rondando su mente como un buitre.Ese hombre era un buitre.Se pasó una mano por el rostro y suspiró profundamente. Miró el reloj en la mesilla de noche. Eran casi las cuatro de la mañana, y no había logrado dormir ni un solo minuto. Se puso de pie, estirándose ligeramente, y caminó hacia el baño. Bebió un poco de agua directamente del grifo, pero el líquido no calmó la sensación de vacío en su estómago. Era hambre, recordó que no había cenado esa noche. Su ansiedad y enojo lo habían llevado a encerrarse en su habitación, ignorando por completo cualquier necesidad física.Decidido
Ariadna bajó las escaleras en silencio, apenas había dormido algo, había sido una noche muy largo, pero era hora de comenzar el día con buen pie, por lo menos intentarlo.No había dormido bien, pero al menos la conversación con Maximiliano en la cocina la noche anterior había sido extrañamente reconfortante. No sabía qué pensar de todo lo que estaba pasando, pero sí sabía que necesitaba un poco de normalidad, aunque fuera momentánea. Últimamente su vida no estaba siendo muy normal.Entró en la cocina y lo primero que vio fue la espalda de Ricardo mientras él batía algo en un tazón. Sus hombros anchos y su postura relajada le hicieron sentir una punzada de alivio. En cuanto la notó, Ricardo dejó lo que hacía y se giró, su rostro se iluminó con una sonrisa de alivio antes de envolverla en un fuerte abrazo. —Dios, Ariadna… —susurró con una mezcla de preocupación y cariño. Ariadna cerró los ojos por un momento, disfrutando de ese gesto cálido. Sentía que podía derrumbarse en cualquier m