Hablemos de tu esposo.

Maximiliano subió las escaleras con pasos firmes, pero en su interior estaba más agotado que nunca. El día había sido una sucesión de tensiones, enfrentamientos y decisiones apresuradas. Demasiado apresuradas.

Pero en sus labios aún tenía el sabor de su bese. De ese beso.

Él la besó, quizás como un posible cierre o como algo que él necesitaba. Pero esa necesidad desaparecía de inmediato, desde que pensaba en Amelie.

Cuando llegó a su habitación y abrió la puerta, la encontró allí, como temía y esperaba al mismo tiempo: Amelie estaba sentada en la cama, con las rodillas recogidas contra el pecho y las lágrimas rodando por sus mejillas. Su expresión era una mezcla de tristeza y rabia contenida. La misma que había tenido todo el tiempo en el que estuvieron en aquel hospital, para luego marcharse sin él, se negaba a compartir el mismo espacio con esa otra mujer.

—Amelie… —dijo Maximiliano al acercarse, dejando caer su chaqueta en el respaldo de una silla. Se sentó junto a ella en la cama
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