Lo estaba logrando.Ariadna sostenía el billete entre sus dedos temblorosos mientras buscaba un asiento en el tren.Su respiración era acelerada, y un sudor frío recorría su nuca. Había elegido el destino al azar: Sorena, una ciudad vecina donde esperaba encontrar un lugar para esconderse y comenzar de nuevo temporalmente hasta tener un plan más sólido.Con el dinero que Maximiliano le había dado, estaba decidida a escapar de su padre y evitar que su bebé quedara atrapado en el juego de poder de Leonardo Valdés.El tren estaba casi lleno, pero logró encontrar un asiento junto a la ventana. Miró por el cristal, viendo cómo la estación comenzaba a llenarse de movimiento y ruido. Se abrazó a sí misma, buscando algo de consuelo. Apenas podía creer lo que estaba haciendo. Sabía que su padre no se rendiría fácilmente, pero no había imaginado que sus intentos de escapar la harían sentir tan vulnerable. Pensaba en Camila, en Ricardo, en la pequeña casa que acababa de dejar atrás. Su corazón e
Amelie bajó las escaleras como una tormenta, con pasos apresurados y respiración agitada, ya no solo por la intensa discusión que hace nada había tenido con Maximiliano, la presencia de aquellos intrusos no hacía más que complicar todo.¿No se suponía que las cosas ya estaban resueltas y que Ariadna Valdés había desaparecido de la vida de Maximiliano? Al parecer no era así. Sus tacones resonaban con fuerza en el mármol mientras su mirada se fijaba en los recién llegados como si fueran enemigos jurados. Leonardo y Ariadna, aún de pie en la sala, se giraron hacia ella. Ariadna, encogida, intentó evitar el contacto visual, mientras Leonardo alzaba una ceja, divertido por la entrada teatral de la mujer.—¡Fuera de esta casa! —gritó Amelie, apuntándolos con un dedo tembloroso—. ¡Los dos! ¡No tienen nada que hacer aquí!Leonardo esbozó una sonrisa socarrona, cruzando los brazos con calma, mientras Ariadna retrocedía un paso, como si quisiera desaparecer en el suelo. Desearía haber evitado t
Amelie se quedó boquiabierta, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Dio un paso hacia atrás, su rostro cambiando entre incredulidad y rabia.—¿Hacer una escena? ¡No puedo creer que estés diciendo esto! —gritó, apuntando a Ariadna con el dedo—. ¡Ella está destruyendo todo lo que hemos construido juntos! Y tú solo te quedas ahí, defendiéndola como si nada.Maximiliano dejó escapar un suspiro largo y pesado, sintiendo que la situación se le escapaba de las manos.—Amelie, no estoy defendiéndola. Estoy tratando de manejar una situación que tú no estás ayudando a mejorar.—¡¿Manejar la situación?! —se burló Amelie, soltando una carcajada amarga—. Lo único que estás haciendo es darle a esta niña todo lo que quiere. ¿Y qué hay de mí, Maximiliano? ¿Qué hay de lo que yo necesito? ¿De lo que nosotros queremos?Maximiliano la miró fijamente, su paciencia finalmente agotada.—Amelie, si no puedes entender que esta situación es temporal y que no tengo otra opción, entonces quizás deb
Maximiliano se levantó de la cama con una sensación de pesadez en el pecho. Había pasado horas dando vueltas, incapaz de apagar su mente. Todo lo que había sucedido ese día seguía atormentándolo. Amelie y su mirada llena de lágrimas, su súplica para que eligiera, y luego su partida. La presencia de Ariadna en su casa, sus palabras desafiantes y llenas de frustración, y la constante amenaza de Leonardo Valdés rondando su mente como un buitre.Ese hombre era un buitre.Se pasó una mano por el rostro y suspiró profundamente. Miró el reloj en la mesilla de noche. Eran casi las cuatro de la mañana, y no había logrado dormir ni un solo minuto. Se puso de pie, estirándose ligeramente, y caminó hacia el baño. Bebió un poco de agua directamente del grifo, pero el líquido no calmó la sensación de vacío en su estómago. Era hambre, recordó que no había cenado esa noche. Su ansiedad y enojo lo habían llevado a encerrarse en su habitación, ignorando por completo cualquier necesidad física.Decidido
Ariadna bajó las escaleras en silencio, apenas había dormido algo, había sido una noche muy largo, pero era hora de comenzar el día con buen pie, por lo menos intentarlo.No había dormido bien, pero al menos la conversación con Maximiliano en la cocina la noche anterior había sido extrañamente reconfortante. No sabía qué pensar de todo lo que estaba pasando, pero sí sabía que necesitaba un poco de normalidad, aunque fuera momentánea. Últimamente su vida no estaba siendo muy normal.Entró en la cocina y lo primero que vio fue la espalda de Ricardo mientras él batía algo en un tazón. Sus hombros anchos y su postura relajada le hicieron sentir una punzada de alivio. En cuanto la notó, Ricardo dejó lo que hacía y se giró, su rostro se iluminó con una sonrisa de alivio antes de envolverla en un fuerte abrazo. —Dios, Ariadna… —susurró con una mezcla de preocupación y cariño. Ariadna cerró los ojos por un momento, disfrutando de ese gesto cálido. Sentía que podía derrumbarse en cualquier m
El hospital tenía ese característico olor a desinfectante mezclado con el leve aroma de café de máquina expendedora. Ariadna caminaba al lado de Maximiliano con los brazos cruzados sobre su vientre, como si de algún modo pudiera proteger lo que aún no terminaba de asimilar que tenía dentro. Desde que habían llegado, él no se había separado de ella, manteniéndose a su lado, como si temiera que en cualquier momento fuera a salir corriendo.Lo cierto era que Ariadna también lo pensaba. No estaba lista para esto. No estaba lista para verlo a él en esta situación, esperando en un hospital, en silencio, con el ceño fruncido y una expresión de absoluto control. No entendía cómo podía actuar con tanta calma, cuando ella sentía que le faltaba el aire solo de pensar en todo el proceso.La enfermera los llamó y ambos se pusieron de pie al mismo tiempo. Maximiliano se adelantó un paso, como si de algún modo estuviera acostumbrado a esta rutina, pero la verdad era que él tampoco sabía qué hacer en
Leonardo Valdés se encontraba sentado en su despacho, con una copa de whisky en la mano mientras revisaba algunos documentos.Se llevó la copa a los labios y tomó un sorbo antes de marcar el número de su otra hija. La llamada no tardó en ser respondida.—Papá, ¿qué pasa? —preguntó Aisha con su característico tono de fastidio. No era común que su padre la llamara sin previo aviso.—Aisha, necesito hablar contigo sobre Ariadna —dijo Leonardo, con tono pausado, pero firme.Hubo un breve silencio del otro lado de la línea.—¿Qué hizo ahora? —preguntó su hija, con evidente desdén.Leonardo exhaló con paciencia.—Está embarazada.El silencio que siguió fue absoluto. Durante unos segundos, Aisha no emitió ni un solo sonido.—¿Perdón? —soltó finalmente, con incredulidad—. ¿Ariadna… embarazada?—Así es —confirmó Leonardo—. Y no solo eso, es probable que se case con Maximiliano Valenti.Aisha se echó a reír con burla.—¡No me jodas, papá! ¿Ariadna? ¿Casándose? Si ni siquiera puede sostener su p
Maximiliano miró el teléfono en su mano, como si de repente el peso del mundo estuviera sobre él. Apenas era mediodía y su cabeza ya parecía estar a punto de explotar.Amelie. En medio de todo el caos, de la confirmación del embarazo, del shock absoluto al enterarse de que eran trillizos, Amelie había quedado en segundo plano. Y eso era un problema. Había estado tan enfocado en Ariadna y en la conversación que debía tener con Leonardo que había olvidado por completo la tormenta emocional en la que Amelie estaba sumida. Y eso solo significaba que cuando la viera, la encontraría aún más herida y dispuesta a pelear. Suspiró profundamente y deslizó el dedo por la pantalla hasta su número. Sonó tres veces antes de que ella contestara. —¿Max? —La voz de Amelie sonó expectante, como si aún estuviera esperando que él le pidiera que regresara a casa. —Necesito verte —dijo sin más rodeos. Hubo un silencio breve antes de que ella respondiera. —¿Quieres que vaya a casa? Maximiliano se pas