¡Feliz martes! Espero que estés disfrutando de la novela.
Maximiliano se levantó de la cama con una sensación de pesadez en el pecho. Había pasado horas dando vueltas, incapaz de apagar su mente. Todo lo que había sucedido ese día seguía atormentándolo. Amelie y su mirada llena de lágrimas, su súplica para que eligiera, y luego su partida. La presencia de Ariadna en su casa, sus palabras desafiantes y llenas de frustración, y la constante amenaza de Leonardo Valdés rondando su mente como un buitre.Ese hombre era un buitre.Se pasó una mano por el rostro y suspiró profundamente. Miró el reloj en la mesilla de noche. Eran casi las cuatro de la mañana, y no había logrado dormir ni un solo minuto. Se puso de pie, estirándose ligeramente, y caminó hacia el baño. Bebió un poco de agua directamente del grifo, pero el líquido no calmó la sensación de vacío en su estómago. Era hambre, recordó que no había cenado esa noche. Su ansiedad y enojo lo habían llevado a encerrarse en su habitación, ignorando por completo cualquier necesidad física.Decidido
Ariadna bajó las escaleras en silencio, apenas había dormido algo, había sido una noche muy largo, pero era hora de comenzar el día con buen pie, por lo menos intentarlo.No había dormido bien, pero al menos la conversación con Maximiliano en la cocina la noche anterior había sido extrañamente reconfortante. No sabía qué pensar de todo lo que estaba pasando, pero sí sabía que necesitaba un poco de normalidad, aunque fuera momentánea. Últimamente su vida no estaba siendo muy normal.Entró en la cocina y lo primero que vio fue la espalda de Ricardo mientras él batía algo en un tazón. Sus hombros anchos y su postura relajada le hicieron sentir una punzada de alivio. En cuanto la notó, Ricardo dejó lo que hacía y se giró, su rostro se iluminó con una sonrisa de alivio antes de envolverla en un fuerte abrazo. —Dios, Ariadna… —susurró con una mezcla de preocupación y cariño. Ariadna cerró los ojos por un momento, disfrutando de ese gesto cálido. Sentía que podía derrumbarse en cualquier m
El hospital tenía ese característico olor a desinfectante mezclado con el leve aroma de café de máquina expendedora. Ariadna caminaba al lado de Maximiliano con los brazos cruzados sobre su vientre, como si de algún modo pudiera proteger lo que aún no terminaba de asimilar que tenía dentro. Desde que habían llegado, él no se había separado de ella, manteniéndose a su lado, como si temiera que en cualquier momento fuera a salir corriendo.Lo cierto era que Ariadna también lo pensaba. No estaba lista para esto. No estaba lista para verlo a él en esta situación, esperando en un hospital, en silencio, con el ceño fruncido y una expresión de absoluto control. No entendía cómo podía actuar con tanta calma, cuando ella sentía que le faltaba el aire solo de pensar en todo el proceso.La enfermera los llamó y ambos se pusieron de pie al mismo tiempo. Maximiliano se adelantó un paso, como si de algún modo estuviera acostumbrado a esta rutina, pero la verdad era que él tampoco sabía qué hacer en
Leonardo Valdés se encontraba sentado en su despacho, con una copa de whisky en la mano mientras revisaba algunos documentos.Se llevó la copa a los labios y tomó un sorbo antes de marcar el número de su otra hija. La llamada no tardó en ser respondida.—Papá, ¿qué pasa? —preguntó Aisha con su característico tono de fastidio. No era común que su padre la llamara sin previo aviso.—Aisha, necesito hablar contigo sobre Ariadna —dijo Leonardo, con tono pausado, pero firme.Hubo un breve silencio del otro lado de la línea.—¿Qué hizo ahora? —preguntó su hija, con evidente desdén.Leonardo exhaló con paciencia.—Está embarazada.El silencio que siguió fue absoluto. Durante unos segundos, Aisha no emitió ni un solo sonido.—¿Perdón? —soltó finalmente, con incredulidad—. ¿Ariadna… embarazada?—Así es —confirmó Leonardo—. Y no solo eso, es probable que se case con Maximiliano Valenti.Aisha se echó a reír con burla.—¡No me jodas, papá! ¿Ariadna? ¿Casándose? Si ni siquiera puede sostener su p
Maximiliano miró el teléfono en su mano, como si de repente el peso del mundo estuviera sobre él. Apenas era mediodía y su cabeza ya parecía estar a punto de explotar.Amelie. En medio de todo el caos, de la confirmación del embarazo, del shock absoluto al enterarse de que eran trillizos, Amelie había quedado en segundo plano. Y eso era un problema. Había estado tan enfocado en Ariadna y en la conversación que debía tener con Leonardo que había olvidado por completo la tormenta emocional en la que Amelie estaba sumida. Y eso solo significaba que cuando la viera, la encontraría aún más herida y dispuesta a pelear. Suspiró profundamente y deslizó el dedo por la pantalla hasta su número. Sonó tres veces antes de que ella contestara. —¿Max? —La voz de Amelie sonó expectante, como si aún estuviera esperando que él le pidiera que regresara a casa. —Necesito verte —dijo sin más rodeos. Hubo un silencio breve antes de que ella respondiera. —¿Quieres que vaya a casa? Maximiliano se pas
Ariadna apenas sentía sus piernas mientras subía las escaleras del edificio donde vivía su madre. Su bolso le pesaba más de lo normal y su respiración estaba entrecortada. El trayecto hasta allí se le había hecho eterno, su mente en una espiral de pensamientos sin sentido. Trillizos. Había pasado el camino entero murmurando esa palabra en su cabeza, repitiéndola como si, al hacerlo, pudiera encontrarle algún tipo de lógica. Pero no la tenía. Era un absurdo. Era un castigo. Era una confirmación de que su vida nunca volvería a ser la misma. Quería ese bebé, lo había defendido con unas y dientes, pero no era uno… sino tres.No se hacía a la idea.Cuando estuvo frente a la puerta del apartamento, respiró hondo antes de girar la manija y entrar. El sonido de la televisión encendida y el aroma del café llenaban el espacio. Su madre estaba en la cocina, sentada en la mesa con un bolígrafo en la mano, revisando unas facturas. —Mamá… Camila levantó la mirada y su rostro se iluminó al
Maximiliano caminó por el pasillo con el ceño fruncido.Leticia le había dicho que la cena estaba lista hace rato, pero Ariadna no bajaba. Lo primero que pensó fue que quizás estaba dormida o que simplemente no tenía hambre, pero conforme se acercó a la puerta de su habitación, lo escuchó. Llantos. Ariadna estaba llorando. Se quedó inmóvil un momento, preguntándose si debía dejarla sola o intervenir. No era su problema… ¿o sí? Tocó la puerta con firmeza. —Ariadna. No obtuvo respuesta. Frunció el ceño y tocó otra vez, con más fuerza. —Voy a entrar. Giró la manija y empujó la puerta. La encontró acurrucada en la cama, con la cara enterrada en la almohada y los hombros temblando ligeramente. Maximiliano avanzó hasta quedar a su lado, sintiendo una extraña incomodidad al verla así. Se veía… frágil. —¿Qué te pasa? —preguntó con seriedad—. ¿Te sientes mal? Ariadna no se movió. —Déjame sola. Su voz sonó ahogada, quebrada. Maximiliano apretó la mandíbula. —No voy a irme si es
Ariadna bajó del coche con una emoción que no podía contener.Sus ojos recorrieron las tiendas lujosas que se extendían a lo largo de la avenida principal. Escaparates iluminados con las últimas colecciones, maniquíes vestidos con prendas de diseñadores exclusivos y el aroma inconfundible del lujo impregnando el aire. Había pasado demasiado tiempo sin darse un gusto. Desde que su padre la desterró de su antigua vida, había olvidado lo que se sentía entrar a una tienda sin preocuparse por los precios, sin sentirse miserable por no poder permitirse lo que quería. Y ahora, Maximiliano Valenti iba a pagar por todo. Se giró para mirarlo y, como lo esperaba, él tenía la expresión de alguien que estaba obligado a estar allí contra su voluntad. —¿Siempre tienes esa cara de amargado o es un esfuerzo especial para mí? —preguntó Ariadna con una sonrisa burlona. Maximiliano la miró con una paciencia que claramente se le estaba agotando. —Compra lo que necesites y terminemos con esto. Ariad