Ariadna bajó del coche con una emoción que no podía contener.Sus ojos recorrieron las tiendas lujosas que se extendían a lo largo de la avenida principal. Escaparates iluminados con las últimas colecciones, maniquíes vestidos con prendas de diseñadores exclusivos y el aroma inconfundible del lujo impregnando el aire. Había pasado demasiado tiempo sin darse un gusto. Desde que su padre la desterró de su antigua vida, había olvidado lo que se sentía entrar a una tienda sin preocuparse por los precios, sin sentirse miserable por no poder permitirse lo que quería. Y ahora, Maximiliano Valenti iba a pagar por todo. Se giró para mirarlo y, como lo esperaba, él tenía la expresión de alguien que estaba obligado a estar allí contra su voluntad. —¿Siempre tienes esa cara de amargado o es un esfuerzo especial para mí? —preguntó Ariadna con una sonrisa burlona. Maximiliano la miró con una paciencia que claramente se le estaba agotando. —Compra lo que necesites y terminemos con esto. Ariad
Maximiliano salió de la habitación, pero ya era tarde. Ariadna ya había bajado las escaleras. M*****a sea.Leticia había sido la que le avisó que la visita había llegado, y Maximiliano había salido de inmediato. Su error fue avisarle primero a Ariadna, en vez de bajar a ver a Víctor antes que ella.No entendía por qué demonios Ariadna quería ver a su exnovio si estaba embarazada de él y pronto se casarían. ¿Qué sentido tenía ese encuentro? Con pasos rápidos, llegó al borde de la escalera y se quedó inmóvil. Desde allí arriba, tenía una vista perfecta del recibidor. Y justo en ese instante, lo vio. Víctor. Pero no era lo que esperaba. Maximiliano había imaginado a un chico de dieciocho años, delgado, con rostro inseguro, nervioso, ansioso por recuperar a su novia perdida. Un adolescente desesperado. Esa era la imagen que había mantenido de Víctor desde que Ariadna hizo mención de él.Pero lo que vio fue otra cosa. Víctor era un hombre. Alto, de hombros anchos y complexión a
Víctor parpadeó varias veces, aún procesando lo que acababa de escuchar. —¿Trillizos? —repitió, sin apartar la mirada de Ariadna. Su voz no sonaba temblorosa, ni llena de duda, ni con esa fragilidad que Maximiliano había esperado encontrar. No se veía como un hombre derrotado. Ariadna tragó saliva y asintió con un movimiento apenas perceptible. Maximiliano cruzó los brazos, esperando que Víctor diera un paso atrás, que cediera, que se diera cuenta de que esto ya no era asunto suyo, que Ariadna ya estaba fuera de su alcance y que no tenía nada que hacer allí. Pero no lo hizo. Por el contrario, dio un paso adelante. —Ariadna, esto no cambia nada —dijo, con una seguridad irritante, dejando a Maximiliano Valenti cada vez más asombrado por la actitud del joven. Maximiliano sintió una punzada de molestia en la base del cuello. ¿De verdad estaba diciendo eso? ¿Por qué demonios decía aquello? ¿Solo era para quedar bien con ella o realmente estaba dispuesto a todo por Ariadna?—Clar
Maximiliano seguía de pie en la sala, con la respiración agitada y el pecho oprimido. No podía moverse. No podía reaccionar. Solo podía escuchar la puerta cerrándose con fuerza cuando Ariadna salió corriendo, con Víctor detrás de ella. Se pasó las manos por el rostro, sintiendo una rabia ciega consigo mismo. ¿Qué demonios acababa de hacer? No podía justificarlo, no podía explicarlo. Había perdido el control. Por Ariadna. Lo peor no había sido el beso en sí. Lo peor había sido la manera en que su cuerpo respondió. La manera en la que por un instante lo sintió bien, lo sintió real. Lo peor había sido el dolor en los ojos de Ariadna cuando lo abofeteó. Como si él la hubiera traicionado. Como si le hubiera hecho exactamente lo que todos los demás le habían hecho: decidir por ella. Apoyó las manos en la mesa de centro y cerró los ojos con fuerza. Amaba a Amelie. ¿No? Ese era el plan. Ese siempre había sido el plan. Entonces ¿por qué demonios había hecho algo tan estúpido?
Maximiliano no había salido de su habitación en toda la tarde. Se sentía atrapado en sus propios pensamientos, enredado en la confusión de lo que había sucedido con Ariadna. Sabía que había manejado la situación de la peor manera posible, que había dejado que su temperamento lo dominara y que, en lugar de aclarar las cosas, solo había empeorado todo. Ahora no sabía qué hacer con ella, con ellos. No podía verla a la cara. Cada vez que pensaba en Ariadna, recordaba la forma en que la había arrinconado con sus palabras, la manera en que todo se había salido de control. Se lo debía… le debía una disculpa, una explicación, algo que al menos hiciera que ella no lo viera como el monstruo que estaba empezando a creer que era. Pero no sabía por dónde empezar. El día se le había escapado entre sus propias cavilaciones, y cuando la noche cayó, se dio cuenta de que no podía seguir encerrado allí como un cobarde. Ariadna estaba en la casa, y aunque no supiera qué decirle todavía, al menos deb
El tiempo había pasado más rápido de lo que Ariadna hubiera imaginado. Habían transcurrido casi tres semanas desde que escapó de Valtris con Víctor, dejando atrás la presión de su padre, la amenaza de un matrimonio forzado y la incertidumbre de su futuro. Ahora, se encontraba lejos de todo. En un pequeño pueblo en Estados Unidos, a las afueras de la ciudad universitaria donde Víctor estudiaba, en una casa pequeña, cálida y acogedora, donde cada rincón se sentía lleno de amor. Los primeros días fueron los más difíciles. Ariadna vivía en constante miedo, con el temor de que su padre pudiera encontrarla y llevársela de vuelta. Pero conforme pasaron los días y nadie apareció en su puerta, la sensación de peligro se desvaneció lentamente, dando paso a algo que jamás creyó posible: Paz. Ahora, el único sonido que llenaba su vida era la calma del invierno. Aquella mañana, la nieve cubría todo el paisaje, envolviendo la ciudad en una capa blanca e inmaculada. Ariadna se quedó mirand
Ariadna se quedó unos minutos más en la cama después de que Víctor se fue, disfrutando del calor residual de las sábanas y el sabor del chocolate caliente en sus labios. Pero no podía quedarse allí todo el día. Suspiró, se obligó a levantarse y comenzó con su rutina. Primero, los quehaceres de la mañana. Ordenó la cocina, organizó algunas cosas en la pequeña sala y revisó la lista del supermercado para ver qué necesitaban comprar. Después, se sentó frente al ordenador para su curso online. Pasó una hora y media tomando apuntes y viendo videos sobre la materia, pero su mente divagaba cada tanto en la cita médica que tenía en unas horas. Era su primer chequeo en Estados Unidos. Su primer control luego de las primeras pruebas que se le hicieron el Valtris. Cuando terminó su curso, se preparó para salir. Se puso un abrigo grueso, botas adecuadas para la nieve y una bufanda. El invierno estaba en su punto más frío, y la nevada del día no daba tregua. Salió de la casa con cuidado
Maximiliano no sabía qué esperar. Desde que avisó a Leonardo Valdés sobre la desaparición de Ariadna con Víctor, el hombre simplemente le dijo que se encargaría de todo. Nada más. Y desde entonces, solo hubo silencio. Maximiliano esperó. Esperó esa llamada en la que Leonardo le informara sobre el paradero de Ariadna, sobre qué medidas tomarían, sobre cómo se solucionarían las cosas. Pero los días pasaron. Y esa llamada nunca llegó. Lo que él pensó que sería cuestión de horas, se convirtió en un par de semanas. Semanas enteras de incertidumbre. Semanas en las que no supo absolutamente nada sobre Ariadna, sobre los trillizos, sobre el plan de Leonardo. Y con cada día que pasaba, la sensación de culpa se hacía más grande. No podía evitar pensar que él tuvo algo que ver en su partida. Que de alguna forma, su actitud, su arrogancia, su manera de manejar las cosas, solo contribuyeron a que Ariadna se sintiera sin salida y escapara con Víctor. Pero entonces, una tarde, el teléfono son