Maximiliano no sabía qué esperar. Desde que avisó a Leonardo Valdés sobre la desaparición de Ariadna con Víctor, el hombre simplemente le dijo que se encargaría de todo. Nada más. Y desde entonces, solo hubo silencio. Maximiliano esperó. Esperó esa llamada en la que Leonardo le informara sobre el paradero de Ariadna, sobre qué medidas tomarían, sobre cómo se solucionarían las cosas. Pero los días pasaron. Y esa llamada nunca llegó. Lo que él pensó que sería cuestión de horas, se convirtió en un par de semanas. Semanas enteras de incertidumbre. Semanas en las que no supo absolutamente nada sobre Ariadna, sobre los trillizos, sobre el plan de Leonardo. Y con cada día que pasaba, la sensación de culpa se hacía más grande. No podía evitar pensar que él tuvo algo que ver en su partida. Que de alguna forma, su actitud, su arrogancia, su manera de manejar las cosas, solo contribuyeron a que Ariadna se sintiera sin salida y escapara con Víctor. Pero entonces, una tarde, el teléfono son
No había otra opción, lo supo desde que él apareció en su puerta.Ariadna se sentó en el asiento del copiloto con la mirada fija en la ventanilla, sin hacer ningún esfuerzo por reconocer su entorno ni prestarle atención a Maximiliano. Él no intentó hablar. Sabía que cualquier palabra que saliera de su boca sería ignorada o rechazada con frialdad. Pero eso no evitó que su ansiedad creciera con cada minuto que pasaba. No podía dejar de pensar en lo que estaban a punto de hacer. La prueba de paternidad. En menos de una hora, estaría cediendo una muestra de sangre para determinar lo que ya creía: que los trillizos eran suyos. La pregunta no era si eran sus hijos o no, sino qué iba a hacer cuando lo confirmaran. Los planes anteriores solo iban en una única dirección, su boda con Ariadna Valdés, pero como Leonardo había dejado que su hija se marchara de ese modo por un par de semanas con otro hombre, tampoco podía asegurar que aquello seguía siendo la meta. Realmente se llenaba de ansi
Leonardo Valdés se reclinó en su silla de cuero negro, observando la pantalla de su computadora con la atención de un hombre que acababa de recibir la confirmación de algo que, en el fondo, ya sabía. El correo estaba abierto. Los resultados de la prueba de paternidad eran claros. 99.99% de compatibilidad. Maximiliano Valenti era el padre de los trillizos que su hija esperaba. Se quedó inmóvil, sin cambiar su expresión en absoluto. Tres hijos. Ariadna se casaría con Maximiliano. Leonardo tomó su copa de whisky y la llevó a sus labios, degustando el amargo calor que bajó lentamente por su garganta. Su mirada seguía fija en la pantalla mientras sus pensamientos trabajaban con rapidez, calculando los siguientes movimientos. Después de unos segundos, cerró el correo y sacó su teléfono. Marcó un número y llevó el móvil a su oído, esperando solo un par de tonos antes de que la voz de su hija sonara al otro lado de la línea. —Papá. —Aisha, necesito que hagas una visita a tu herman
Ariadna cerró la puerta de su habitación y apoyó la frente contra la madera, respirando con dificultad.Sus manos temblaban mientras palpaba los rasguños y moretones en su rostro. La adrenalina de la pelea con Aisha apenas comenzaba a disiparse, dejando en su lugar el ardor punzante de cada golpe recibido. Se giró y caminó hasta el pequeño espejo que colgaba en la pared. Su reflejo la miró con ojos cansados y enrojecidos. El labio inferior tenía una pequeña cortada, su mejilla estaba enrojecida y tenía rastros de sangre seca en la nariz. Nada que no pudiera ocultar con un poco de maquillaje, aunque en ese momento no tenía fuerzas para intentarlo. Con un suspiro, fue hasta la cómoda y sacó un paño limpio, lo humedeció con agua tibia y empezó a limpiar su rostro con cuidado, sintiendo cada punzada de dolor como una prueba de que, por primera vez en su vida, había peleado por sí misma. Y no se arrepentía. Sentada en el borde de la cama, miró su ropa empapada por la nieve y la suciedad
Maximiliano ajustó la corbata con movimientos rigurosos mientras se observaba en el espejo de su habitación. Su reflejo le devolvió una mirada tensa, llena de pensamientos.Había demasiados gastos, demasiados trámites y, hasta el momento, ningún avance concreto. El hospital que soñaba con construir parecía una idea distante, enterrada bajo facturas de arquitectos, permisos, empleados y gestiones interminables. Apenas terminaba un trámite cuando ya aparecían otros dos pendientes. No le gustaba perder el control sobre su dinero, y si había algo que lo fastidiaba más que gastar sin ver resultados, era no saber exactamente a dónde iba cada centavo. Soltó un suspiro y tomó el saco que estaba sobre la cama, preparándose para salir. Unos golpes en la puerta lo hicieron detenerse. —Adelante —indicó sin apartar la vista del espejo. Leticia entró con su usual expresión neutra, pero Maximiliano sintió que había algo extraño en su postura. —Señor, la familia Valdés está aquí. La corbata qu
Todos dormían. Excepto Aisha. Ella no podía dormir. Llevaba casi una hora dando vueltas en la cama, removiendo las sábanas con impaciencia. Su respiración era acelerada, su piel ardía con una sensación inquietante que la hacía sentirse intranquila. No era solo la emoción de estar en la casa de Maximiliano, ni la anticipación de la boda que se estaba organizando con prisa. Era él. Desde que sintió sus labios, sus manos en su piel, su cuerpo dominante, Aisha supo que lo quería, aunque esa noche no pudo quedárselo, pero lo deseó a muerte. No como una niña caprichosa que se antoja de un juguete nuevo, sino como una mujer que siente su cuerpo encenderse con el deseo y todavía recordaba ese fuego. Esa noche, cuando urdió la trampa para su hermana, había estado segura de que su plan la llevaría a obtener lo que deseaba. Pero el destino tenía un sentido del humor cruel y le había arrebatado la oportunidad de hundirse en esos brazos fuertes, de ser poseída por ese hombre al que Ariadna no m
El corazón de Maximiliano aún retumbaba en su pecho, pero su mente trabajaba con rapidez.Algo no encajaba. Algo no se sentía bien. Bajó su rostro hasta el de ella, buscando en la penumbra una marca que no debería haber desaparecido. Ariadna tenía una pequeña cicatriz en el cuello, producto de un corte con un bisturí semanas atrás. Era casi imperceptible a la distancia, pero la de la barbilla, aunque fina, debía sentirse al contacto. Su pulgar se deslizó lentamente sobre la piel de la mujer que tenía debajo. Nada. Se tensó. Presionó más, deslizando la yema de su dedo con cautela por la barbilla femenina, como si su cuerpo ya supiera la verdad antes de que su mente lo procesara. Nada. Un escalofrío recorrió su espalda. Maximiliano se apartó de inmediato, saltando de la cama como si lo hubieran quemado. —¡Mierda! —gruñó, encendiendo la luz y cubriéndose los ojos un segundo ante el repentino brillo. Su pecho subía y bajaba con violencia. Su deseo aún lo dominaba, su cuerpo toda
Ariadna parpadeó varias veces antes de incorporarse en la cama, sintiendo su cuerpo más ligero, libre del punzante dolor de cabeza que la había atormentado la noche anterior. Un suspiro escapó de sus labios al sentir el alivio. Sin pensarlo demasiado, tomó su teléfono y deslizó los dedos por la pantalla hasta abrir la conversación con su madre. "Estoy en Valtris. ¿Nos vemos en la tarde?" El mensaje fue breve, sin rodeos. No tenía muchas ganas de una charla larga ni de que su madre hiciera preguntas sobre su estancia con Víctor, más que nada porque era algo doloroso para ella.Pero sabía que su madre estaría preocupada y por eso quería ver.Mientras esperaba la respuesta, su estómago rugió con fuerza. Se levantó de la cama y se dirigió al baño. Después de una ducha rápida y un vestido cómodo, se sintió lista para bajar a desayunar. Abrió la puerta de su habitación con la intención de dirigirse a la cocina, pero apenas dio un paso afuera, se topó con Maximiliano. Él estaba allí, j