¡Feliz noche! Mañana nos vemos en Valtris
Maximiliano ajustó la corbata con movimientos rigurosos mientras se observaba en el espejo de su habitación. Su reflejo le devolvió una mirada tensa, llena de pensamientos.Había demasiados gastos, demasiados trámites y, hasta el momento, ningún avance concreto. El hospital que soñaba con construir parecía una idea distante, enterrada bajo facturas de arquitectos, permisos, empleados y gestiones interminables. Apenas terminaba un trámite cuando ya aparecían otros dos pendientes. No le gustaba perder el control sobre su dinero, y si había algo que lo fastidiaba más que gastar sin ver resultados, era no saber exactamente a dónde iba cada centavo. Soltó un suspiro y tomó el saco que estaba sobre la cama, preparándose para salir. Unos golpes en la puerta lo hicieron detenerse. —Adelante —indicó sin apartar la vista del espejo. Leticia entró con su usual expresión neutra, pero Maximiliano sintió que había algo extraño en su postura. —Señor, la familia Valdés está aquí. La corbata qu
Todos dormían. Excepto Aisha. Ella no podía dormir. Llevaba casi una hora dando vueltas en la cama, removiendo las sábanas con impaciencia. Su respiración era acelerada, su piel ardía con una sensación inquietante que la hacía sentirse intranquila. No era solo la emoción de estar en la casa de Maximiliano, ni la anticipación de la boda que se estaba organizando con prisa. Era él. Desde que sintió sus labios, sus manos en su piel, su cuerpo dominante, Aisha supo que lo quería, aunque esa noche no pudo quedárselo, pero lo deseó a muerte. No como una niña caprichosa que se antoja de un juguete nuevo, sino como una mujer que siente su cuerpo encenderse con el deseo y todavía recordaba ese fuego. Esa noche, cuando urdió la trampa para su hermana, había estado segura de que su plan la llevaría a obtener lo que deseaba. Pero el destino tenía un sentido del humor cruel y le había arrebatado la oportunidad de hundirse en esos brazos fuertes, de ser poseída por ese hombre al que Ariadna no m
El corazón de Maximiliano aún retumbaba en su pecho, pero su mente trabajaba con rapidez.Algo no encajaba. Algo no se sentía bien. Bajó su rostro hasta el de ella, buscando en la penumbra una marca que no debería haber desaparecido. Ariadna tenía una pequeña cicatriz en el cuello, producto de un corte con un bisturí semanas atrás. Era casi imperceptible a la distancia, pero la de la barbilla, aunque fina, debía sentirse al contacto. Su pulgar se deslizó lentamente sobre la piel de la mujer que tenía debajo. Nada. Se tensó. Presionó más, deslizando la yema de su dedo con cautela por la barbilla femenina, como si su cuerpo ya supiera la verdad antes de que su mente lo procesara. Nada. Un escalofrío recorrió su espalda. Maximiliano se apartó de inmediato, saltando de la cama como si lo hubieran quemado. —¡Mierda! —gruñó, encendiendo la luz y cubriéndose los ojos un segundo ante el repentino brillo. Su pecho subía y bajaba con violencia. Su deseo aún lo dominaba, su cuerpo toda
Ariadna parpadeó varias veces antes de incorporarse en la cama, sintiendo su cuerpo más ligero, libre del punzante dolor de cabeza que la había atormentado la noche anterior. Un suspiro escapó de sus labios al sentir el alivio. Sin pensarlo demasiado, tomó su teléfono y deslizó los dedos por la pantalla hasta abrir la conversación con su madre. "Estoy en Valtris. ¿Nos vemos en la tarde?" El mensaje fue breve, sin rodeos. No tenía muchas ganas de una charla larga ni de que su madre hiciera preguntas sobre su estancia con Víctor, más que nada porque era algo doloroso para ella.Pero sabía que su madre estaría preocupada y por eso quería ver.Mientras esperaba la respuesta, su estómago rugió con fuerza. Se levantó de la cama y se dirigió al baño. Después de una ducha rápida y un vestido cómodo, se sintió lista para bajar a desayunar. Abrió la puerta de su habitación con la intención de dirigirse a la cocina, pero apenas dio un paso afuera, se topó con Maximiliano. Él estaba allí, j
Camila estaba sentada en el lujoso sofá del salón, observando cada detalle de la casa con cierto asombro. Era una mansión imponente, con techos altos y una decoración sobria, masculina. Nada de esto se parecía a la vida que ella y Ariadna habían compartido en su pequeño hogar. No sabía si alegrarse con el regreso de Ariadna o preocuparse. Según Ricardo, él la veía bastante bien.Había llegado hacía apenas unos minutos, ansiosa por ver a su hija. Su regreso había sido una sorpresa, pero al mismo tiempo, un alivio. Por mucho que hubiese querido apoyarla en su escape, la preocupación la había consumido día tras día. Ahora, por fin, Ariadna estaba aquí. Y con ella, Aisha. También Leonardo.Había pasado tiempo desde la última vez que vio a ambas juntas, realmente mucho tiempo. Era extraño. Dos versiones de la misma cara, reflejos perfectos de lo que ella misma había sido en su juventud. Escuchó pasos acercándose y se giró con la ilusión de que fueran sus hijas. Pero no lo eran. Maximi
Este no era un contrato financiero. Era su matrimonio. No el matrimonio que hubiera elegido, claro. Pero ahora era su realidad. Respiró hondo y apoyó la pluma sobre el papel, dejando que su mente organizara lo que realmente quería de este acuerdo. Sabía que Ariadna intentaría imponer sus propias reglas. Probablemente buscaría evitarlo a toda costa, marcar límites y encerrar su convivencia en términos que la beneficiaran solo a ella. Pero él no iba a permitir que todo se hiciera a su manera. Si iba a estar casado, las reglas no serían solo las de ella. Se inclinó hacia adelante y comenzó a escribir. Acuerdo de Convivencia de Maximiliano Valenti:El matrimonio es un vínculo real y debe ser tratado como tal.Maximiliano no iba a permitir que este matrimonio fuera visto como una simple formalidad. — Este matrimonio será reconocido legal y socialmente como un vínculo legítimo, con las responsabilidades y deberes que conlleva. No será tratado como un contrato temporal ni como una o
Ariadna mantenía la vista fija en la ventana, sin atreverse a mirar a Maximiliano desde su vergonzoso intento de revisar su bolsillo. Él, por su parte, conducía con su habitual calma impenetrable, aunque en la comisura de sus labios había una sonrisa apenas perceptible. Cuando el edificio del notario apareció a lo lejos, Ariadna exhaló lentamente. Era momento de hacer esto. Maximiliano estacionó y apagó el motor sin prisa. —Vamos —dijo con tranquilidad, saliendo del coche. Ariadna se apresuró en salir sin esperar a que él le abriera la puerta. Quería marcar la distancia. No soportaba la sensación de estar cerca de él después del incidente en el coche. Subieron juntos en el ascensor hasta el piso donde los esperaba el notario. La oficina era un espacio sobrio, con muebles de madera oscura y un aire de formalidad absoluta. El notario, un hombre de mediana edad con gafas delgadas y una expresión neutral, los recibió con un leve asentimiento de cabeza. —Señor Valenti. Señorita Val
Ariadna se quedó inmóvil frente al espejo, rodeada de un mar de blanco. El satén del vestido caía sobre su cuerpo. El primer vestido que había probado. No necesitaba más. No quería más. Tres empleadas se movían a su alrededor con rapidez y precisión, ajustando la tela en su cintura, colocando alfileres aquí y allá, murmurando entre sí sobre los detalles del corte y el encaje.Al otro lado del salón, su madre y su hermana Aisha estaban sentadas en un elegante sofá de terciopelo. Ambas la observaban con expresiones opuestas. Aisha parecía disfrutar de cada segundo, con esa sonrisa de superioridad que nunca se molestaba en disimular. En cambio, su madre mantenía un aire de desaprobación silenciosa, como si esperara que Ariadna hiciera algo más… apropiado. Ariadna se miró al espejo y suspiró. —Este está bien —dijo, con voz seca. Las empleadas se detuvieron por un momento, sorprendidas. Una de ellas abrió la boca como si fuera a protestar, pero Ariadna no le dio oportunidad—. Me llevo