El corazón de Maximiliano aún retumbaba en su pecho, pero su mente trabajaba con rapidez.Algo no encajaba. Algo no se sentía bien. Bajó su rostro hasta el de ella, buscando en la penumbra una marca que no debería haber desaparecido. Ariadna tenía una pequeña cicatriz en el cuello, producto de un corte con un bisturí semanas atrás. Era casi imperceptible a la distancia, pero la de la barbilla, aunque fina, debía sentirse al contacto. Su pulgar se deslizó lentamente sobre la piel de la mujer que tenía debajo. Nada. Se tensó. Presionó más, deslizando la yema de su dedo con cautela por la barbilla femenina, como si su cuerpo ya supiera la verdad antes de que su mente lo procesara. Nada. Un escalofrío recorrió su espalda. Maximiliano se apartó de inmediato, saltando de la cama como si lo hubieran quemado. —¡Mierda! —gruñó, encendiendo la luz y cubriéndose los ojos un segundo ante el repentino brillo. Su pecho subía y bajaba con violencia. Su deseo aún lo dominaba, su cuerpo toda
Ariadna parpadeó varias veces antes de incorporarse en la cama, sintiendo su cuerpo más ligero, libre del punzante dolor de cabeza que la había atormentado la noche anterior. Un suspiro escapó de sus labios al sentir el alivio. Sin pensarlo demasiado, tomó su teléfono y deslizó los dedos por la pantalla hasta abrir la conversación con su madre. "Estoy en Valtris. ¿Nos vemos en la tarde?" El mensaje fue breve, sin rodeos. No tenía muchas ganas de una charla larga ni de que su madre hiciera preguntas sobre su estancia con Víctor, más que nada porque era algo doloroso para ella.Pero sabía que su madre estaría preocupada y por eso quería ver.Mientras esperaba la respuesta, su estómago rugió con fuerza. Se levantó de la cama y se dirigió al baño. Después de una ducha rápida y un vestido cómodo, se sintió lista para bajar a desayunar. Abrió la puerta de su habitación con la intención de dirigirse a la cocina, pero apenas dio un paso afuera, se topó con Maximiliano. Él estaba allí, j
Camila estaba sentada en el lujoso sofá del salón, observando cada detalle de la casa con cierto asombro. Era una mansión imponente, con techos altos y una decoración sobria, masculina. Nada de esto se parecía a la vida que ella y Ariadna habían compartido en su pequeño hogar. No sabía si alegrarse con el regreso de Ariadna o preocuparse. Según Ricardo, él la veía bastante bien.Había llegado hacía apenas unos minutos, ansiosa por ver a su hija. Su regreso había sido una sorpresa, pero al mismo tiempo, un alivio. Por mucho que hubiese querido apoyarla en su escape, la preocupación la había consumido día tras día. Ahora, por fin, Ariadna estaba aquí. Y con ella, Aisha. También Leonardo.Había pasado tiempo desde la última vez que vio a ambas juntas, realmente mucho tiempo. Era extraño. Dos versiones de la misma cara, reflejos perfectos de lo que ella misma había sido en su juventud. Escuchó pasos acercándose y se giró con la ilusión de que fueran sus hijas. Pero no lo eran. Maximi
Este no era un contrato financiero. Era su matrimonio. No el matrimonio que hubiera elegido, claro. Pero ahora era su realidad. Respiró hondo y apoyó la pluma sobre el papel, dejando que su mente organizara lo que realmente quería de este acuerdo. Sabía que Ariadna intentaría imponer sus propias reglas. Probablemente buscaría evitarlo a toda costa, marcar límites y encerrar su convivencia en términos que la beneficiaran solo a ella. Pero él no iba a permitir que todo se hiciera a su manera. Si iba a estar casado, las reglas no serían solo las de ella. Se inclinó hacia adelante y comenzó a escribir. Acuerdo de Convivencia de Maximiliano Valenti:El matrimonio es un vínculo real y debe ser tratado como tal.Maximiliano no iba a permitir que este matrimonio fuera visto como una simple formalidad. — Este matrimonio será reconocido legal y socialmente como un vínculo legítimo, con las responsabilidades y deberes que conlleva. No será tratado como un contrato temporal ni como una o
Ariadna mantenía la vista fija en la ventana, sin atreverse a mirar a Maximiliano desde su vergonzoso intento de revisar su bolsillo. Él, por su parte, conducía con su habitual calma impenetrable, aunque en la comisura de sus labios había una sonrisa apenas perceptible. Cuando el edificio del notario apareció a lo lejos, Ariadna exhaló lentamente. Era momento de hacer esto. Maximiliano estacionó y apagó el motor sin prisa. —Vamos —dijo con tranquilidad, saliendo del coche. Ariadna se apresuró en salir sin esperar a que él le abriera la puerta. Quería marcar la distancia. No soportaba la sensación de estar cerca de él después del incidente en el coche. Subieron juntos en el ascensor hasta el piso donde los esperaba el notario. La oficina era un espacio sobrio, con muebles de madera oscura y un aire de formalidad absoluta. El notario, un hombre de mediana edad con gafas delgadas y una expresión neutral, los recibió con un leve asentimiento de cabeza. —Señor Valenti. Señorita Val
Ariadna se quedó inmóvil frente al espejo, rodeada de un mar de blanco. El satén del vestido caía sobre su cuerpo. El primer vestido que había probado. No necesitaba más. No quería más. Tres empleadas se movían a su alrededor con rapidez y precisión, ajustando la tela en su cintura, colocando alfileres aquí y allá, murmurando entre sí sobre los detalles del corte y el encaje.Al otro lado del salón, su madre y su hermana Aisha estaban sentadas en un elegante sofá de terciopelo. Ambas la observaban con expresiones opuestas. Aisha parecía disfrutar de cada segundo, con esa sonrisa de superioridad que nunca se molestaba en disimular. En cambio, su madre mantenía un aire de desaprobación silenciosa, como si esperara que Ariadna hiciera algo más… apropiado. Ariadna se miró al espejo y suspiró. —Este está bien —dijo, con voz seca. Las empleadas se detuvieron por un momento, sorprendidas. Una de ellas abrió la boca como si fuera a protestar, pero Ariadna no le dio oportunidad—. Me llevo
El reloj marcaba las nueve de la mañana cuando Maximiliano abrió los ojos. Por un segundo, olvidó dónde estaba, qué día era. Pero la realidad cayó sobre él de pronto.Hoy se casaba. Se quedó tendido en la cama, mirando el techo, sintiendo un peso en el pecho que no supo descifrar. No era emoción. No era felicidad. Era algo extraño. Se incorporó lentamente y apoyó los codos sobre sus rodillas, enterrando el rostro en sus manos. Su respiración era tranquila, controlada… pero había un nudo en su estómago, un maldito nudo que no tenía razón de estar ahí. No era un hombre nervioso. No lo era. Pero esto… Esto se sentía demasiado grande, demasiado definitivo. Sacudió la cabeza, como si así pudiera sacarse la sensación de encima, y se obligó a levantarse. Maximiliano se dirigió al baño, donde el agua caliente de la ducha le permitió ordenar sus pensamientos. No podía permitirse titubear. Salió, se secó el cabello con rapidez y se paró frente al espejo, observando su reflejo con
El cielo tenía un tono gris amenazante cuando llegaron a la villa privada. El aire cálido del verano comenzaba a mezclarse con la humedad de la tormenta que se avecinaba. La casa, ubicada en una colina apartada, tenía una arquitectura clásica, con muros de piedra y grandes ventanales que daban al valle. Era hermosa, imponente, un paraíso diseñado para una luna de miel de ensueño. Pero no para ellos. Maximiliano no había hablado mucho en el trayecto desde el aeropuerto. Ariadna tampoco. Había aprendido que el silencio era su mejor estrategia cuando estar cerca de él la sofocaba. La tensión entre ellos era densa, como el aire antes de una tormenta. Cuando entraron a la villa, un mayordomo los recibió con una sonrisa cortés y se encargó de explicar los detalles básicos de la propiedad antes de dejarlos solos. El silencio volvió a apoderarse del ambiente. Ariadna dejó su bolso sobre uno de los sillones de la sala y recorrió la estancia con la mirada. Era un espacio lujoso, elegante