Un ratón en mi cocina

Maximiliano se levantó de la cama con una sensación de pesadez en el pecho. Había pasado horas dando vueltas, incapaz de apagar su mente. Todo lo que había sucedido ese día seguía atormentándolo. Amelie y su mirada llena de lágrimas, su súplica para que eligiera, y luego su partida. La presencia de Ariadna en su casa, sus palabras desafiantes y llenas de frustración, y la constante amenaza de Leonardo Valdés rondando su mente como un buitre.

Ese hombre era un buitre.

Se pasó una mano por el rostro y suspiró profundamente. Miró el reloj en la mesilla de noche. Eran casi las cuatro de la mañana, y no había logrado dormir ni un solo minuto. Se puso de pie, estirándose ligeramente, y caminó hacia el baño. Bebió un poco de agua directamente del grifo, pero el líquido no calmó la sensación de vacío en su estómago. Era hambre, recordó que no había cenado esa noche. Su ansiedad y enojo lo habían llevado a encerrarse en su habitación, ignorando por completo cualquier necesidad física.

Decidido
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