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Camila llegó a casa temprano, a las diez de la mañana, con el corazón apretado por la decisión que había tomado.Al entrar, encontró a Ariadna sentada junto a la ventana, absorta en sus pensamientos. Su hija parecía quebradiza, con la mirada perdida hacia la calle y las manos entrelazadas, como si quisiera encontrar consuelo en el silencio. Camila se acercó a ella, dejando su bolso en la mesa, y le dio un beso en la mejilla. Luego tomó una silla del comedor y la arrastró para sentarse frente a ella.—Has venido antes, ¿todo está bien? —pregunta Ariadna. Mira el rostro preocupado de su madre—. ¿Qué sucede?—Ariadna, he llamado a tu padre —dijo con suavidad, aunque su tono llevaba el peso de la decisión.Ariadna parpadeó y se giró hacia ella, claramente sorprendida. Sus ojos se llenaron de preguntas, pero su mirada se deslizó al suelo como si no supiera cómo reaccionar.—Yo también iba a llamarlo… —murmuró finalmente, su voz apenas audible—. No puedo dejar que cargues conmigo… y ahora m
—Por favor... no me hagas esto...—Me lo agradecerás en el futuro—dijo su padre.—¡No quiero! ¡No debes obligarme! ¡Te lo suplico!El dolor de su hija no importaba, aquello era por un bien mayor, según lo que creía y consideraba Leonardo Valdés.Ariadna seguía luchando con todas sus fuerzas, sus manos agitándose sin descanso mientras las enfermeras y los doctores intentaban sujetarla. Sus muñecas ardían bajo la presión de los dedos que las aprisionaban, pero ella no se rendía. Gritaba con cada movimiento, con cada intento desesperado de liberarse. Los ojos llenos de terror y furia se clavaban en el doctor que se acercaba con una jeringa en mano.—¡No! ¡No me toquen! —gritaba, su voz desgarrándose con cada palabra.Su cuerpo se sacudía como si fuera un animal acorralado, alimentado por el instinto de proteger lo que llevaba dentro. Una pierna logró zafarse de las manos que la sujetaban y, sin pensarlo dos veces, lanzó una patada con todas sus fuerzas. El doctor tropezó hacia atrás, solt
Maximiliano se quedó inmóvil, con el teléfono aún en la mano y la llamada terminada. Sus pensamientos se agolpaban de forma caótica.¿Leonardo Valdés, el padre de Ariadna, lo había llamado a él? ¿Y por qué demonios lo estaba citando en un hospital con una supuesta "emergencia"? La palabra resonaba en su cabeza, llena de implicaciones.Amelie, sentada frente a él, frunció el ceño al notar el cambio en su expresión.—¿Estás bien? —preguntó, dejando su tenedor a un lado. Su tono tenía un tinte de preocupación, aunque también estaba impregnado de curiosidad.Maximiliano levantó la mirada hacia ella, todavía procesando lo que acababa de suceder.—¿Recuerdas a… Ariadna Valdés? —preguntó finalmente, sin rodeos.Amelie hizo una pausa antes de responder, sus ojos oscureciéndose.—¿Cómo olvidarla? —respondió, su voz cargada de desdén mientras rodaba los ojos—. Esa niña problemática que te acusó de algo tan grave… Claro que la recuerdo.Maximiliano suspiró, sintiéndose incómodo bajo la mirada in
Maximiliano tragó con fuerza, sus manos apretadas en puños a los costados mientras él observaba a Leonardo, quien lo miraba con una calma peligrosa.Las palabras del hombre fueron directas, perforando en su mente con su significado, cargadas de una amenaza que no dejaba lugar a dudas. Aquel hombre estaba dispuesto a todo con tal de que Maximiliano se encargara de su hija y la criatura que supuestamente estaba en su vientre.¿Fue ese el plan inicial de aquella joven? Seguía sin entender la magnitud de las manipulaciones de Ariadna Valdés o qué pretendía con todo eso, pero lo iba a averiguar.No se dejaría manipular de ese hombre ni de las palabras de su hija, porque lo que pasó esa noche entre los dos fue cosa de ambos, pero en ese momento él no estaba seguro de si usó o no protección, de todos modos, no veía que aquello fuese razón justificable para amenazarlo y hacerle casar con Ariadna Valdés.—Quiero hablar con Ariadna. A solas —pidió con voz titubeante Maximiliano, su voz tensa,
Amelie observó desde un rincón, sus ojos fijos en Maximiliano mientras hablaba con Leonardo Valdés. Su mandíbula se apretó al verlo completamente inmerso en una conversación que ella sabía podía cambiarlo todo. Quería intervenir, detenerlo, hacerle entender que lo mejor era dejar todo eso atrás y no involucrarse más en los problemas de esa familia, pero él la había ignorado por completo. Su frustración hervía en su pecho, mezclada con una sensación incómoda que no lograba explicar.Su mirada se desvió hacia la puerta donde sabía que estaba Ariadna. Algo en su interior la impulsó a acercarse, aunque cada paso se sintió como una batalla interna. Cuando estuvo frente a la puerta, extendió la mano hacia el pomo, titubeando. ¿Qué estaba haciendo? No tenía por qué hablar con esa joven. No tenía nada que decirle, y mucho menos que escucharle. Pero, a pesar de su resistencia, giró el pomo y abrió la puerta.No puedo evitarlo.La imagen que encontró dentro la dejó momentáneamente sin palabras.
Leonardo y Maximiliano permanecían uno frente al otro en el pasillo, apartados de la puerta donde Amelie aguardaba, aparentemente tensa y ajena a la gravedad de la conversación que estaba por desatarse. La tensión entre ellos era palpable, como si cada palabra que intercambiaban llevara el peso de una bomba a punto de estallar. Leonardo rompió el silencio con un tono sereno, pero cargado de una autoridad que no necesitaba alzar la voz para imponerse. —Señor Valenti, seamos claros desde el inicio. No he venido aquí a negociar con usted. Mi hija está embarazada, y lo único que espero de usted es responsabilidad. Maximiliano cruzó los brazos y sostuvo la mirada de Leonardo, su rostro mostrando un control que apenas disimulaba el enojo que le hervía bajo la piel. —No voy a ceder a amenazas —respondió con frialdad—. No soy el tipo de hombre que se casa solo porque alguien lo obliga, señor Valdés. Así que, si esta es su estrategia, no le va a funcionar mucho. Leonardo sonrió leveme
Maximiliano salió de la sala con pasos largos y tensos, tratando de asimilar lo que acababa de pasar. Apenas puso un pie fuera, Amelie estaba allí, esperándolo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero también de furia. Antes de que pudiera decir algo, ella levantó la mano y lo abofeteó con toda la fuerza de su frustración.El golpe seco resonando mientras impactaba contra su cara.—¡¿Qué demonios significa eso, Maximiliano?! —gritó, su voz repicando en el pasillo con todo el enojo que cargaba, sin contenerse nada.Maximiliano tocó su mejilla con sorpresa, pero no perdió la compostura a pesar del dolor que dejó su mano en su cara. En lugar de responder de inmediato, tomó su mano con delicadeza y la llevó aparte, alejándola de los demás para evitar un espectáculo, tampoco necesitaba que el señor Valdés o Ariadna escucharan aquella charla.Se detuvieron en un rincón más apartado, donde ella intentó liberarse de su agarre, pero él la sujetó con firmeza. Entonces, antes de hablar, la abr
Maximiliano se quedó de pie, con las manos en los bolsillos, mirando la puerta cerrada mientras Leonardo hablaba con su hija en privado. No era la primera vez que lidiaba con una situación complicada, pero esto era completamente diferente. Jamás había imaginado encontrarse atrapado entre amenazas, un posible hijo, y la presencia constante de Amelie, quien claramente estaba al borde del colapso emocional.Dentro de la habitación, Leonardo caminó hacia Ariadna con una calma inquietante. Su mirada era seria, pero al mismo tiempo había un toque de calculada amabilidad en su tono.—Maximiliano te llevará de regreso con tu madre —comenzó, colocándose justo frente a su hija—. Cuando sea el momento adecuado, él se encargará de los exámenes que determinarán si ese bebé es suyo o no. Y, una vez que tengamos los resultados, haremos planes para la boda.Ariadna tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Sus manos temblaban ligeramente, y apenas logró reunir la valentía para hacer