—Estamos reunidos aquí para dar comienzo con el... —calló cuando un estridente sonido se oyó de pronto.En medio de una nube de polvo, se escuchó un gemido lastimero. Miró de soslayo a sus invitados y se percató de lo que posiblemente había ocurrido, aunque él era el único que no lo entendía.—¡Ay, por un demonio!Eso... Bueno, por las muecas que podía divisar dentro de su campo de visión, digamos que no fue bien recibido.Alguien carraspeó y supo que debía o tenía que hacer algo, pero dadas las circunstancias, no tenía idea de qué.—¿Señor? —acotó alguien y giró la cabeza hacia la voz—. Creo que debe y tiene que hacer algo, Señor.—¿En serio? —preguntó y arqueó una ceja—. ¿Qué debo hacer?—Bueno, eso depende —Leyó confusión en la mirada ajena y se preguntó si él tendría una similar—. Usted es el gobernante, Señor, debe saber y...—De hecho, no, no lo sé —replicó sincero.—¡Necesito ayuda aquí! —exclamó el intruso—. ¿Alguien?—Creo que lo llaman, Señor —comentó alguien frente a él.Ob
Continuación inmediata del capítulo anterior.Un destello, chispas brillantes y luego una estela de luz blanca y, ¿dónde estaba el forastero?—Recuerde, Señor, por favor —musitó alguien a su lado.—¿Ves? Esto soy yo realmente —Su mirada recorrió cada recoveco de la estancia y no divisó a nadie, solo la luz blanca que levitaba de un lado al otro—. Aquí, idiota —Oh, la luz... —. Ahora, presta atención —Asintió por simple inercia. Las chispas destellaron intensas y luego, lentamente, aquella estela blanquecina iba modificando hasta convertirse en una figura tangible—. A que soy guapo, ¿verdad?—Yo también —imperó mientras asentía.—De hecho, no negaré que tienes un magnetismo animal estando en esa forma —Un unísono gemido se escuchó (de los presentes). El intruso avanzaba con un caminar despacio hacia él—. Pero prefiero que todo ese magnetismo e instinto animal lo dejemos para cuando estemos...—Señor, guárdese los comentarios inapropiados —comentó alguien.—Yo no dije nada —espetó, sin
Highgate, Londres, 1922.No pudo hacer nada más que mirar cómo se alejaba, como lo alejaban de su lado. No pudo detenerlo. No pudo detenerlos. Y, entonces, se juró que lo olvidaría. Que olvidaría ese amor obsesivo que ahora lo condenaba a una profunda inconsciencia...«Solo tienes que dormir y, en el mundo de los sueños, lo olvidarás...».(…)Tiempo actual.La brisa gélida le regaló una caricia a su rostro mientras la tibieza se adueñaba de sí. Mirando hacia sus pies, sus facciones mutaron a una mueca inquietante y no teniendo más opción, decidió arrastrar el bulto hasta la cripta de la cual había emergido hacia solo unos pocos minutos.Caminó entre las tumbas hasta hallar la salida. Todo lo que veía ahora mismo no encajaba con el paisaje que su mente recordaba vagamente. ¿Dónde estaban los miembros de su aquelarre? ¿Siquiera quedaba alguien? Todo era tan... diferente a como lo recordaba y sintió un atisbo de nostalgia mientras continuaba caminando por esas calles que, en el pasado, s
Esbozó una sonrisa lúgubre cuando divisó el edificio de departamentos universitario. Canto Court Student albergaba a muchos estudiantes, pero solo estaba interesado en uno de ellos: Cael Dobrin. Aún con la sonrisa en sus labios, se sentó en el banco de una parada de buses justo frente al edificio.En las semanas anteriores, después de adaptarse a este nuevo estilo moderno de vida, comenzó a frecuentar ciertos lugares de la ciudad para alimentarse. Estaba claro que la humanidad ya no creía en vampiros ni nada referente a criaturas que ahora solo parecían pertenecer a las leyendas y mitos. Honestamente, no quería pensar mucho en esto último, al menos no ahora. Una vez que se cruzara con cierto humano, dejaría que el destino... No, él iba a escribir su propio destino esta vez.«Bueno... Hola, destino».—Oh, Dios. En serio, juro que ya no saldré con ustedes. Ese jodido viaje a Highgate fue un error —Sonrió tétrico, viendo al chico hablar por teléfono—. No. Son unos idiotas.«Él no es Calv
Realmente pensó y creyó que esta vez sería diferente, pero no. Se enamoró, se obsesionó y le había contado toda la verdad a Cael; Cael, quien ahora tenía lágrimas bañando sus mejillas rosadas mientras negaba con la cabeza, tratando de asimilar todo lo que él contó.—N-no es cierto —susurró el chico, mirándolo con súplica—. Por favor, dime que no es cierto.—Todo cuanto dije es la verdad. Soy un vampiro. Me enamoré de Calvin Dobrin, tu bisabuelo, me juzgaron por amar a un mortal, a un hombre, me alejaron de él y me condenaron a dormir —recitó, paseándose de un lado al otro—. Pero esto es el presente y terminé repitiendo la historia. La diferencia, soy el único dueño de mi destino.—T-te acercaste a mi porque te recuerdo a tu antiguo amor —Frunció el ceño, ¿qué...?—. Ingenuamente creí que estabas... Dios mío, ¿cómo pude ser tan idiota?—¿Qué...?—¡Maldita sea, Samael! —Pestañeó varias veces porque, ¿qué era todo esto? ¿Qué era este arranque de ira y enojo de Cael?—. Me importa un bledo
Oyó el llanto de la madre que aclamaba piedad por la vida de su hijo, oyó el llanto del hombre que la acompañaba y oyó la sentencia final. La respiración se volvió lenta mientras el líquido ambarino ingresaba al torrente sanguíneo por medio de una intravenosa, hasta que el vaivén pausado del pecho... cesó.—Hora del deceso —preguntó un hombre, la vestimenta completamente blanca.Oyó la respuesta por parte de una fémina que verificó la hora en su reloj de pulsera; ladeó la cabeza hacia un lado, tratando de entender la caligrafía del hombre de blanco que seguía garabateando rápidamente en una especie de carpeta-documento. Se encogió de hombros y observó a las demás personas dentro de la habitación. El llanto de la madre acrecentó y esta se abalanzó sobre el cuerpo sin vida de su hijo, el hombre que la acompañaba no pudo contenerla y la dejó desahogarse.Analizó el rostro indiferente del hombre de blanco y supo que, simplemente, aquello era una mera máscara de profesionalismo. Los sentim
Cuando por fin estuvo dentro de la habitación, oyó nítidamente las disculpas de la fémina inexperta; se situó frente a una de las pequeñas cámaras transparente y analizó detalladamente el pueril cuerpecito. Irguió un dedo hasta deslizarlo sutilmente por la superficie translúcida de la incubadora y entonces esta comenzó a emitir cierto sonido.Una de las mujeres atravesó de prisa por la habitación; frenética y espetando órdenes, manipuló la incubadora hasta que sus manos alcanzaron el cuerpito del neonato.—¡No respira! —exclamó la mujer a las otras—. Llamen urgente al Dr. Alexander, por favor —demandó.Observó a la fémina experta maniobrar con apartados de respiración artificial y luego con manos decididas, manipulaba el indefenso cuerpito del recién nacido.Un llanto acaparó la habitación seguido de otro y otro más, pero ninguno provenía del diminuto bebé que yacía entre las manos de la mujer.Abandonó la habitación, dejando atrás aquel mar de llantos y lamentos por parte de las otra
Deambuló sin contar los minutos o las horas; el tiempo era solo una línea terrenal, algo que representaba sucesiones de estados y donde él se encontraba, aquello bien podría definirse como anfibológico o inexistente. Allí, en ese lugar, los días y noches eran iguales, no había nada que marcase una diferencia y lo mismo sucedía con los habitantes, todos eran iguales y él no era la excepción a la regla general.Sin embargo, sí había algo mucho más grande que todos ellos, un ser superior que —según lo poco que conocía, ya que no estaba permitido cuestionar nada— era portador del todo y de la nada, el que regía sobre el Cielo y la Tierra, sobre lo corpóreo e incorpóreo y, también, el único portador de La ley del Destino. El Supremo gobernaba sobre un todo y nada; era el único creador de los mundos y el único que tenía la última palabra.Desde que comenzó a existir, había sido forjado bajo un común denominador, con un solo objetivo: llevarse las almas de aquellos que habían cumplido con su