Esbozó una sonrisa lúgubre cuando divisó el edificio de departamentos universitario. Canto Court Student albergaba a muchos estudiantes, pero solo estaba interesado en uno de ellos: Cael Dobrin. Aún con la sonrisa en sus labios, se sentó en el banco de una parada de buses justo frente al edificio.
En las semanas anteriores, después de adaptarse a este nuevo estilo moderno de vida, comenzó a frecuentar ciertos lugares de la ciudad para alimentarse. Estaba claro que la humanidad ya no creía en vampiros ni nada referente a criaturas que ahora solo parecían pertenecer a las leyendas y mitos. Honestamente, no quería pensar mucho en esto último, al menos no ahora. Una vez que se cruzara con cierto humano, dejaría que el destino... No, él iba a escribir su propio destino esta vez.«Bueno... Hola, destino».—Oh, Dios. En serio, juro que ya no saldré con ustedes. Ese jodido viaje a Highgate fue un error —Sonrió tétrico, viendo al chico hablar por teléfono—. No. Son unos idiotas.«Él no es Calvin», se recordó. «Pero, m*****a sea, este chico es hermoso y se ve tan exquisito. ¿Podría enamorarme de él?».—Que no. No iré este fin de semana con ustedes —Y, antes de que pudiera apartar la mirada, se encontró viendo unos ojos color miel-ámbar—. Me tengo que ir. Hablamos después —Arqueó una ceja, sin quitar la mirada de la del chico—. Uh-oh. No me di cuenta de que había alguien aquí.—Es una parada de autobús —espetó, su tono adusto y con una pizca de burla.—Mhm, lo es —El chico lo miró, frunciendo un poco el ceño—. ¿Nos conocemos?—Dímelo tú —profesó, irguiéndose del banco y parándose frente al chico.—No. Creo que te confundí con alguien más. Lo siento.—¿Por qué lo sientes? —preguntó, haciendo todo lo posible por no saltar sobre este hermoso humano.—Yo... Tengo que irme —Y tuvo que reprimir las ansias de usar sus poderes. No estaba dispuesto a engatusarlo, al menos no por ahora—. Yo...—¿Ocurre algo? —cuestionó, dando un paso hacia delante, acortando la distancia entre ellos.—No... Bien, esto sonará extraño, pero siento como si te conociera de algún lado.—No es extraño. De hecho, siento lo mismo —profesó, analizando cada rasgo de las facciones del muchacho.«Lo siento, Calvin. Es hora de decirte adiós. Te amé, me amaste, pero nuestro amor nunca estuvo destinado a ser. Ahora lo entiendo...».—¿Estás bien? —Parpadeó, alejando los pensamientos del pasado y centrándose en el presente, en el ahora—. Te ves un poco pálido.—Estoy bien —mintió.La verdad era que se estaba sintiendo un poco... hambriento.—Bueno, tengo que seguir —El chico apuntó hacia el edificio del otro lado de la calle—. Vivo ahí. No será lo mejor, pero es una habitación cómoda y... —Arqueó una ceja en interrogación cuando el muchacho dejó de hablar—. Dios, ¿por qué estoy diciendo esto a un desconocido?—Samael Veil —Tendió una mano, esbozando una sonrisa cuando el chico la sujetó. Tibieza. Vida—. Ahora ya no soy un desconocido.La risita lo sorprendió y algo en lo profundo de su ser emergió. Algo que creyó no volver a sentir... Confianza.«Es hora de dejar atrás el pasado. Es hora de afrontar el presente. De escribir mi propio destino. De ser el único dueño de mis decisiones, sin importar el qué dirán, sin importar nada».—Cael Dobrin —La miel pareció derretirse en los ojos del chico mientras le regalaba una sonrisa tímida—. Ya no somos desconocidos.Soltó la mano de Cael y el frío volvió a cubrir su mano. Por el rabillo del ojo, vio un autobús. Luchando contra sus instintos, se apartó de Cael.—Nos volveremos a ver muy pronto, Cael —prometió, subiendo al autobús.Era mejor actuar como un mortal, hubiera sido un poco traumático para Cael verlo desaparecer en un parpadeo...(…)Meses después.Había cumplido su promesa. Y ahora, cuatro meses después, visitaba a Cael casi a diario. Era un poco extraño, sin embargo, el hecho de que pronto su pasado quedó completamente atrás. Aunque nunca olvidaría a Calvin ni el amor que sintió. Pero lo cierto era que hoy día, después de cien años, volvía a tener esa confianza que perdió por culpa de los prejuicios que lo mantuvieron callado, todo por ocultar un amor que profesaba por un mortal. Esa confianza había brotado otra vez, haciéndose cada más férrea dentro de sí.Muchas veces se cuestionó si lo que sentía era verdadero o se debía a la obsesión de un amor que no pudo ser. ¿Qué pasaría si le confesaba a Cael que él no era lo que aparentaba ser? ¿Qué pasaría si le confesaba a Cael que él era un vampiro? Lo más probable era que Cael terminase riéndose de su "chiste" o, peor aún, que terminase creyendo solo para alejarse, correr lejos de él.—Sam, no has probado un solo bocado de tu comida —Volvió en sí y miró, con un ligero ceño, a Cael—. Te aseguro que las hamburguesas de aquí son como probar un manjar de los dioses.—No tengo apetito —acotó.«No puedo comer lo que tú, pero te puedo comer a ti».—Está bien. No insistiré —De pronto, Cael era todo sonrisa tímida y mejillas sonrojadas. Se inclinó un poco hacia delante, como si estuviera a punto de contarle un secreto—. Necesito contarte algo —Arqueó una ceja y asintió—. Hace unos meses conocí a alguien y nos hemos estado viendo casi todos los días, bueno, algo así. Me gusta y creo que me estoy enamorando y...—No. Nadie puede gustarte —interrumpió, causando que Cael se sobresaltara y lo mirara con asombro—. No, no lo aceptaré.—¿Qué…?—Dije que nadie puede gustarte, Cael —gruñó, sintiendo como sus colmillos crecían cada un poco más—. ¿Por qué me haces esto?Antes de que pudiera decir algo más, Cael se irguió de la silla, dejó un par de billetes sobre la mesa y se alejó, saliendo casi corriendo del restaurante. No perdió tiempo y salió detrás de Cael. Logró alcanzarlo antes de que cruzara la calle y lo ciñó entre sus brazos.—No. No huirás de mi —imperó, agachando la cabeza y rozando con sus labios la oreja derecha de Cael—. Ahora, cierra los ojos, apoya la cabeza en mi pecho y envuelve los brazos a mi cuello —No quería llegar a esto, pero el chico no le dejó opción—. Duerme, Cael.Cuando sintió el cuerpo laxo de Cael contra sí, sonrió tétrico y desapareció, dejando una estela gélida detrás de sí.Realmente pensó y creyó que esta vez sería diferente, pero no. Se enamoró, se obsesionó y le había contado toda la verdad a Cael; Cael, quien ahora tenía lágrimas bañando sus mejillas rosadas mientras negaba con la cabeza, tratando de asimilar todo lo que él contó.—N-no es cierto —susurró el chico, mirándolo con súplica—. Por favor, dime que no es cierto.—Todo cuanto dije es la verdad. Soy un vampiro. Me enamoré de Calvin Dobrin, tu bisabuelo, me juzgaron por amar a un mortal, a un hombre, me alejaron de él y me condenaron a dormir —recitó, paseándose de un lado al otro—. Pero esto es el presente y terminé repitiendo la historia. La diferencia, soy el único dueño de mi destino.—T-te acercaste a mi porque te recuerdo a tu antiguo amor —Frunció el ceño, ¿qué...?—. Ingenuamente creí que estabas... Dios mío, ¿cómo pude ser tan idiota?—¿Qué...?—¡Maldita sea, Samael! —Pestañeó varias veces porque, ¿qué era todo esto? ¿Qué era este arranque de ira y enojo de Cael?—. Me importa un bledo
Oyó el llanto de la madre que aclamaba piedad por la vida de su hijo, oyó el llanto del hombre que la acompañaba y oyó la sentencia final. La respiración se volvió lenta mientras el líquido ambarino ingresaba al torrente sanguíneo por medio de una intravenosa, hasta que el vaivén pausado del pecho... cesó.—Hora del deceso —preguntó un hombre, la vestimenta completamente blanca.Oyó la respuesta por parte de una fémina que verificó la hora en su reloj de pulsera; ladeó la cabeza hacia un lado, tratando de entender la caligrafía del hombre de blanco que seguía garabateando rápidamente en una especie de carpeta-documento. Se encogió de hombros y observó a las demás personas dentro de la habitación. El llanto de la madre acrecentó y esta se abalanzó sobre el cuerpo sin vida de su hijo, el hombre que la acompañaba no pudo contenerla y la dejó desahogarse.Analizó el rostro indiferente del hombre de blanco y supo que, simplemente, aquello era una mera máscara de profesionalismo. Los sentim
Cuando por fin estuvo dentro de la habitación, oyó nítidamente las disculpas de la fémina inexperta; se situó frente a una de las pequeñas cámaras transparente y analizó detalladamente el pueril cuerpecito. Irguió un dedo hasta deslizarlo sutilmente por la superficie translúcida de la incubadora y entonces esta comenzó a emitir cierto sonido.Una de las mujeres atravesó de prisa por la habitación; frenética y espetando órdenes, manipuló la incubadora hasta que sus manos alcanzaron el cuerpito del neonato.—¡No respira! —exclamó la mujer a las otras—. Llamen urgente al Dr. Alexander, por favor —demandó.Observó a la fémina experta maniobrar con apartados de respiración artificial y luego con manos decididas, manipulaba el indefenso cuerpito del recién nacido.Un llanto acaparó la habitación seguido de otro y otro más, pero ninguno provenía del diminuto bebé que yacía entre las manos de la mujer.Abandonó la habitación, dejando atrás aquel mar de llantos y lamentos por parte de las otra
Deambuló sin contar los minutos o las horas; el tiempo era solo una línea terrenal, algo que representaba sucesiones de estados y donde él se encontraba, aquello bien podría definirse como anfibológico o inexistente. Allí, en ese lugar, los días y noches eran iguales, no había nada que marcase una diferencia y lo mismo sucedía con los habitantes, todos eran iguales y él no era la excepción a la regla general.Sin embargo, sí había algo mucho más grande que todos ellos, un ser superior que —según lo poco que conocía, ya que no estaba permitido cuestionar nada— era portador del todo y de la nada, el que regía sobre el Cielo y la Tierra, sobre lo corpóreo e incorpóreo y, también, el único portador de La ley del Destino. El Supremo gobernaba sobre un todo y nada; era el único creador de los mundos y el único que tenía la última palabra.Desde que comenzó a existir, había sido forjado bajo un común denominador, con un solo objetivo: llevarse las almas de aquellos que habían cumplido con su
Caminó por el largo pasillo rumbo al sector de hematología y era tan extraño ahora que sabía más sobre sí mismo y de su trabajo. Jamás puso verdaderamente atención a su alrededor, solo se dedicaba a hacer lo suyo y eso era todo, pero las cosas habían modificado desde que comenzó a sentir emociones, emociones humanas. No sabía hasta qué punto podría alterar en el curso del destino —su destino— si seguía sintiéndose cada más consciente de lo que hacía; además, y después de todo, él era solo un mero servidor.—La paciente se está recuperando de la última sesión de quimioterapia —Oyó de pronto—. Pero creo que no sería conveniente hacerlo pasar por otro procedimiento similar.—En las primeras dos sesiones, el sistema inmunológico rechazó la ciclofosfamida¹, lo cual resultó en un verdadero retraso para completar con el tratamiento previo a la intervención —explicó el segundo hombre.Continuó caminando a la par de los hombres, dos médicos vestidos completamente de blanco.—Fue un verdadero p
Dejó de prestar atención a las demás personas, centrándose en la única que realmente importaba. Se acercó hasta quedar a pocos centímetros del pálido rostro de la fémina postrada en la camilla; ladeó la cabeza hacia un lado y el sonido de una de las máquinas alteró aún más a todos los especialistas.—¡No hay pulso, doctor! —exclamó alguien.—Desfibrilación, ¡ahora! —ordenó uno de los doctores.Un ruido, una descarga eléctrica directa a través del tórax de la paciente.Silencio.—Aumenta en un cuarenta por ciento... —demandó el mismo doctor, presionado un aparato en el pecho de la fémina—. Vamos, vamos, no nos dejes —pidió.No hubo nada más que otro largo silencio.Miró los rostros agotados, cada profesional dentro del cuarto emanaba un aura de pérdida y cada intento por recuperar los latidos, fueron en vano.Silbó una melodía y abandonó la habitación.Su trabajo estaba hecho.(…)Algo estaba ocurriendo en su rostro, algo que no comprendía del todo, pero que lo sentía mientras miraba a
Caminó por los pasillos del ala oeste del pabellón. Había experimentado más emociones humanas y cada se agregaban más preguntas dentro de sí. Se sentía diferente, extraño y no sabía qué tan malo serían los resultados de continuar así.El sector de oftalmología se encontraba bastante calmo y solo vio a dos hombre vestidos de blanco transitar por el pasillo. No le dio ninguna importancia, su destino estaba frente a él; ingresó al cuarto y de inmediato sintió algo semejante a la emoción o sensación de alegría. No lo sabía con exactitud. Era nuevo experimentando emociones humanas y no las comprendía del todo.—Hemos terminado con el examen —Oyó una voz que le sonó familiar—. Sin embargo, todavía hay una leve hinchazón en las capas externas y por ello sientes dolor. Te recetaré un nuevo medicamento, unas gotas para mantener la hidratación. Trata de no restregarte las manos. Tenemos que evitar cualquier tipo de posible infección.—Pero ha pasado más de una semana y no...—Te entiendo y es s
La culpa emergía desde lo profundo de sí y lo ponía en alerta porque no podía escapar del destino, su destino. Había roto la única regla impuesta por su Señor. Él solo tenía que hacer su trabajo, él solo debía recolectar las almas de aquellos seres humanos que cumplieron con el ciclo terrenal y conducirlas hasta donde se llevaría a cabo el Juicio Final y, aun así, se dejó guiar por los impulsos de emociones humanas, arraigando a que lo sientan otra vez; y era incluso más irracional el hecho de que lo vieron por primera vez. Se preguntó —otra vez— por qué a él.Era tan extraño cuestionarse sobre su existencia, sobre las emociones humanas que padecía o sobre su nombre real. No podía alejar de su inherencia aquella mixtura de evocación que sufrió cuando la pequeña dama lo vio y habló con él. Aquella situación no debió suceder, no estaba en su tarea, en su trabajo, en su misión, pero no solo era aquella situación, también la otra, la que padeció cuando visitó por segunda vez al ser humano