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Destino Inmortal: recuerdos.

Highgate, Londres, 1922.

No pudo hacer nada más que mirar cómo se alejaba, como lo alejaban de su lado. No pudo detenerlo. No pudo detenerlos. Y, entonces, se juró que lo olvidaría. Que olvidaría ese amor obsesivo que ahora lo condenaba a una profunda inconsciencia...

«Solo tienes que dormir y, en el mundo de los sueños, lo olvidarás...».

(…)

Tiempo actual.

La brisa gélida le regaló una caricia a su rostro mientras la tibieza se adueñaba de sí. Mirando hacia sus pies, sus facciones mutaron a una mueca inquietante y no teniendo más opción, decidió arrastrar el bulto hasta la cripta de la cual había emergido hacia solo unos pocos minutos.

Caminó entre las tumbas hasta hallar la salida. Todo lo que veía ahora mismo no encajaba con el paisaje que su mente recordaba vagamente. ¿Dónde estaban los miembros de su aquelarre? ¿Siquiera quedaba alguien? Todo era tan... diferente a como lo recordaba y sintió un atisbo de nostalgia mientras continuaba caminando por esas calles que, en el pasado, solo fueron suyas y de su clan.

El sonido de motores, gritos, voces, risas... Todo a su alrededor brillaba y vibraba con vida. Vidas mortales que eran completamente ajenas a él. Y él… Él no era un mero mortal.

—Oye, fíjate por donde andas —Dio un paso hacia atrás, sus ojos ocultos gracias a los mechones de su largo cabello negro que caían por su frente—. Maldito borracho.

—¿Pero de dónde has salido, hombre? —preguntó alguien, dando vueltas a su alrededor mientras reía por lo bajo—. Hasta los pordioseros de la esquina visten mejor y más limpio que tú.

Una pequeña y tétrica sonrisa esbozó. Sería tan fácil acabar con estos mortales. Sería tan fácil llevarlos a una zona oscura y ponerle fin a sus miserables existencias. Sin embargo, gracias al pobre desgraciado que yacía sin vida en algún lugar del cementerio Highgate, en el cual despertó, tenía energía suficiente para...

—Ustedes, dejen de molestar —Por el rabillo del ojo, notó al recién llegado—. Lo digo en serio. ¿Por qué siempre tienen que actuar como imbéciles? —El recién llegado se paró frente a él—. ¿Estás bien?

Ladeó la cabeza hacia un lado, los mechones de su cabello cayeron por su perfil, dejando al descubierto su ojo derecho. ¿Por qué este mortal le estaba haciendo tal pregunta? ¿Por qué lo miraba con un ligero ceño fruncido?

«—Te amo. Juro que lo hago, pero lo nuestro no funcionará. No estoy listo para afrontar la deshonra que nos caerá encima si descubren lo nuestro.

—Lo afrontaremos juntos, ¿o acaso olvidas quién soy?

—Por tal razón, Sam. Ellos te quitarán del mando y te desterrarán e incluso podrían encerrarte y condenarte a una muerte que nunca llegará. No quiero eso para ti. Eres un buen líder. No pongas en peligro todo lo que has logrado por mí. Nuestro amor no tiene futuro.

—¿Es eso así o te preocupas mas porque ambos somos hombres? ¿O quizás es el hecho de que eres un mortal y yo un vampiro?...».

Se llevó una mano a las sienes. ¿Qué eran esos recuerdos? Dando otro paso hacia atrás, giró sobre sí y comenzó a alejarse de esas personas. Necesitaba... ¿Qué necesitaba realmente? No importaba, no ahora.

«—¿No lo ves? Tú no me amas. Te has obsesionado conmigo.

—Maldita sea. Eso no es cierto...».

Con cada paso que daba, todo se volvía difuso. Su cabeza se sentía como si estuviera a punto de estallar en cualquier instante. Lo que sea que eran esos recuerdos, le causaba un profundo malestar y pronto necesitaría alimentarse de nuevo.

Tambaleándose, llegó a una zona alejada del bullicio y se internó en una callejuela poco iluminada. Los recuerdos seguían emergiendo dentro de su mente turbada mientras una sensación de aprensión afloraba desde lo más profundo de su ser. Y todo estalló en su cabeza. Los recuerdos llegaban, como si fueran una antigua película. Él, el gran Samael Veil, se había enamorado de un simple mortal. El gran Samael Veil se enamoró de un hombre y había vivido un amor intenso y apasionado, pero oculto del mundo. Un amor que no pudo continuar floreciendo por el prejuicio, por el qué dirán, porque simplemente estaba prohibida una relación sentimental entre dos hombres. Un amor prohibido entre un vampiro y un ser humano. Un amor obsesivo que lo condenó a dormir por décadas. Un amor obsesivo que juró olvidar...

Una risa amarga brotó de su garganta mientras las lágrimas bañaban sus pálidas y frías mejillas.

(…)

Semanas después.

Un ser como él siempre hallaría la forma de adaptarse a los cambios. Las artimañas nunca se olvidan y él las utilizó. Puede que había estado dormido por un siglo, pero la astucia que siempre lo caracterizó seguía a flor de piel. Puede que había dormido por cien años, pero ahora todo volvió a él. Todos sus recuerdos estaban de de regreso y guiados por esto, emprendió la búsqueda. Lamentablemente, hurgar en el pasado le produjo un profundo dolor cuando descubrió que Calvin Dobrin, su amado, había fallecido hace casi setenta y cinco años atrás. Sin embargo, también descubrió que el motivo por el cual su antiguo aquelarre dejó con vida a Calvin fue porque Calvin juró que nunca quiso estar con él, que estuvo a su lado por obligación y no por amor. Puede que todos los miembros de su aquelarre hubieran sido unos monstruos sin corazón —lo cual, según él, eso era un eufemismo—, pero lo cierto era que siempre tuvieron sentido del respeto para con los seres humanos. Sí, como sanguijuelas, se alimentaban del cálido elixir que corría por las venas de los mortales, pero ninguno de sus pares había cruzado la línea que separaba la consciencia de la bestia que tenían dentro. Esto último siempre hizo la diferencia entre su aquelarre de los demás.

El caso, Calvin se marchó de Highgate y se estableció en Brixton. Y, mientras Calvin rehacía su vida junto a una mujer que conoció meses después de llegar a Brixton, a él lo convencieron de dormir para olvidar. Lo nefasto, posterior a solo un año de relación, Calvin tuvo un hijo. Calvin había dejado descendencia.

Y aquí estaba él, un vampiro de más de 500 años, acechando a un mortal, obsesionándose con un legado de quien fue su más grande amor.

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