—Estamos reunidos aquí para dar comienzo con el... —calló cuando un estridente sonido se oyó de pronto.
En medio de una nube de polvo, se escuchó un gemido lastimero. Miró de soslayo a sus invitados y se percató de lo que posiblemente había ocurrido, aunque él era el único que no lo entendía.—¡Ay, por un demonio!Eso... Bueno, por las muecas que podía divisar dentro de su campo de visión, digamos que no fue bien recibido.Alguien carraspeó y supo que debía o tenía que hacer algo, pero dadas las circunstancias, no tenía idea de qué.—¿Señor? —acotó alguien y giró la cabeza hacia la voz—. Creo que debe y tiene que hacer algo, Señor.—¿En serio? —preguntó y arqueó una ceja—. ¿Qué debo hacer?—Bueno, eso depende —Leyó confusión en la mirada ajena y se preguntó si él tendría una similar—. Usted es el gobernante, Señor, debe saber y...—De hecho, no, no lo sé —replicó sincero.—¡Necesito ayuda aquí! —exclamó el intruso—. ¿Alguien?—Creo que lo llaman, Señor —comentó alguien frente a él.Observó estupefacto a cada uno de los presentes. Todos tenían los ojos puestos sobre él, solo... aguardando por lo que fuera que tenía o debía hacer.—¿Qué es lo que tengo que hacer? —cuestionó, en tono bajo, a todos y a nadie a la vez.—Es evidente, ¿no? —imperó altivo uno de sus, ¿secuaces?, o algo así, apuntando hacia la nube de polvo que ya comenzaba a disiparse.—Oh —profirió asintiendo—. Ya veo. ¿Lo quieren para la cena?—¡No soy comida!Arqueó ambas cejas y dejó que sus ojos vagaran hasta la figura difusa del intruso.—Dice que no es comida —imperó, con toda la parsimonia del mundo—. Uh-oh… Pregunté en voz muy alta y eso lo escuchó —objetó y apuntó con un dedo a eso que se removía lentamente.—Vaya de una vez, Señor —pidió otro de sus invitados.Asintió, sin mirar a nadie. Se irguió del trono y con pasos lentos, se acercó hasta alcanzar a ver mejor a aquello que aterrizó sobre uno los montículos de tierra.—¡Ay, sí que eres horrible! —Frunció el ceño y se miró a sí mismo, lucía igual que siempre o al menos así lo recordaba desde que... —. Podrías, no sé, como, ¿modificar tu apariencia? Es decir, ya sabes, adoptar una figura menos espeluznante.—¿Puedo hacer eso? —preguntó-musitó, inclinándose un poco hacia abajo, como si fuera un secreto.—¿Qué? —Enderezó su cuerpo y, dudoso, tendió una mano—. Oh, al fin.Cuando la mano ajena se ciñó a uno de sus dedos, tiró hacia arriba y pudo distinguir completamente al intruso. Vaya, esto era...—Gracias, pero en serio, podrías... —El intruso lo soltó y lo señaló completo—. Créeme, eres horrendo con esas cosas encima de tu cabeza y esos rasgos tan monstruosos y ni hablar de eso que se mueve de un lado al otro como si fuera el rabo de un perro.Se llevó una mano hacia la cabeza y se palpó las astas puntiagudas. Por instinto, o no, movió de un lado al otro el largo apéndice que sobresalía de su, bueno, partes traseras.—¿En serio luzco feo? —Oyó un gruñido masivo proveniente de la gran mesa, eran sus invitados—. Nunca cuestioné sobre cómo debo lucir. Sin embargo, me puse esto, ¿ves? —Palpó el corbatín alrededor de su cuello—. La reunión es formal y...—Ay, por amor a la paciencia —murmuró el intruso y luego pasó por su lado, como si nada, como si fuera un invitado más—. ¡Oigan!, ¿alguien me puede decir qué es lo que le sucede?—Hace tres horas despertó de su siesta —replicó alguien.Se miró las manos, negó sutil con la cabeza, se encogió de hombros y giró sobre sí. Tenía que regresar a su trono y continuar con la reunión.Una vez cómodamente sentado, notó al intruso de pie al otro extremo de la mesa. No tenía idea de qué hacer ante semejante situación.—Muy bien, escuchen todos —habló el forastero, mirando a cada uno de los presentes hasta detener los ojos sobre él—. Estoy seguro de que todos saben la actual situación que estamos teniendo —Los murmullos nacieron, pero el extraño continuó—: No debieron dejar que durmiera tanto. ¿Cuánto fue esta vez?Los murmullos fueron acrecentando. A su percepción, todos parecían conocer al intruso o algo así.—La siesta duró más de lo previsto —respondió uno de los presentes.Bueno, eso era evidente. Se sentía relajado.—¿Cuánto? —preguntó el intruso.Apoyó un brazo sobre la superficie de la mesa y con la uña del dedo índice comenzó a dibujar una carita feliz.—Diez siglos —respondió alguien.Levantó la cabeza cuando un gutural gemido acaparó la estancia. Era del intruso. A juzgar por el rostro de dicho intruso, dedujo que no estaba contento de haber oído la respuesta.—Un milenio —Lo apuntó con un dedo—. ¡Dormiste una siesta de mil años!—Eh, ¿sí? —acotó, y vio por el rabillo del ojo la carita feliz que dibujó. Era una obra de arte.—¿Te das cuenta de lo que significa haber dormido tanto? —Era tan raro que el forastero le hablara como si lo conociera. ¿Lo hacía? Pero negó apenas con la cabeza a la pregunta—. Era de esperarse y, por favor, modifica tu apariencia.—No sé cómo hacerlo —susurró—. Y me agrada como me veo.—De acuerdo, mírame y aprende —indicó el intruso.Asintió y observó atento al intruso; de hecho, pudo captar que todos los presentes estaban haciéndolo. Todos miraban hacia el intruso…Continuación inmediata del capítulo anterior.Un destello, chispas brillantes y luego una estela de luz blanca y, ¿dónde estaba el forastero?—Recuerde, Señor, por favor —musitó alguien a su lado.—¿Ves? Esto soy yo realmente —Su mirada recorrió cada recoveco de la estancia y no divisó a nadie, solo la luz blanca que levitaba de un lado al otro—. Aquí, idiota —Oh, la luz... —. Ahora, presta atención —Asintió por simple inercia. Las chispas destellaron intensas y luego, lentamente, aquella estela blanquecina iba modificando hasta convertirse en una figura tangible—. A que soy guapo, ¿verdad?—Yo también —imperó mientras asentía.—De hecho, no negaré que tienes un magnetismo animal estando en esa forma —Un unísono gemido se escuchó (de los presentes). El intruso avanzaba con un caminar despacio hacia él—. Pero prefiero que todo ese magnetismo e instinto animal lo dejemos para cuando estemos...—Señor, guárdese los comentarios inapropiados —comentó alguien.—Yo no dije nada —espetó, sin
Highgate, Londres, 1922.No pudo hacer nada más que mirar cómo se alejaba, como lo alejaban de su lado. No pudo detenerlo. No pudo detenerlos. Y, entonces, se juró que lo olvidaría. Que olvidaría ese amor obsesivo que ahora lo condenaba a una profunda inconsciencia...«Solo tienes que dormir y, en el mundo de los sueños, lo olvidarás...».(…)Tiempo actual.La brisa gélida le regaló una caricia a su rostro mientras la tibieza se adueñaba de sí. Mirando hacia sus pies, sus facciones mutaron a una mueca inquietante y no teniendo más opción, decidió arrastrar el bulto hasta la cripta de la cual había emergido hacia solo unos pocos minutos.Caminó entre las tumbas hasta hallar la salida. Todo lo que veía ahora mismo no encajaba con el paisaje que su mente recordaba vagamente. ¿Dónde estaban los miembros de su aquelarre? ¿Siquiera quedaba alguien? Todo era tan... diferente a como lo recordaba y sintió un atisbo de nostalgia mientras continuaba caminando por esas calles que, en el pasado, s
Esbozó una sonrisa lúgubre cuando divisó el edificio de departamentos universitario. Canto Court Student albergaba a muchos estudiantes, pero solo estaba interesado en uno de ellos: Cael Dobrin. Aún con la sonrisa en sus labios, se sentó en el banco de una parada de buses justo frente al edificio.En las semanas anteriores, después de adaptarse a este nuevo estilo moderno de vida, comenzó a frecuentar ciertos lugares de la ciudad para alimentarse. Estaba claro que la humanidad ya no creía en vampiros ni nada referente a criaturas que ahora solo parecían pertenecer a las leyendas y mitos. Honestamente, no quería pensar mucho en esto último, al menos no ahora. Una vez que se cruzara con cierto humano, dejaría que el destino... No, él iba a escribir su propio destino esta vez.«Bueno... Hola, destino».—Oh, Dios. En serio, juro que ya no saldré con ustedes. Ese jodido viaje a Highgate fue un error —Sonrió tétrico, viendo al chico hablar por teléfono—. No. Son unos idiotas.«Él no es Calv
Realmente pensó y creyó que esta vez sería diferente, pero no. Se enamoró, se obsesionó y le había contado toda la verdad a Cael; Cael, quien ahora tenía lágrimas bañando sus mejillas rosadas mientras negaba con la cabeza, tratando de asimilar todo lo que él contó.—N-no es cierto —susurró el chico, mirándolo con súplica—. Por favor, dime que no es cierto.—Todo cuanto dije es la verdad. Soy un vampiro. Me enamoré de Calvin Dobrin, tu bisabuelo, me juzgaron por amar a un mortal, a un hombre, me alejaron de él y me condenaron a dormir —recitó, paseándose de un lado al otro—. Pero esto es el presente y terminé repitiendo la historia. La diferencia, soy el único dueño de mi destino.—T-te acercaste a mi porque te recuerdo a tu antiguo amor —Frunció el ceño, ¿qué...?—. Ingenuamente creí que estabas... Dios mío, ¿cómo pude ser tan idiota?—¿Qué...?—¡Maldita sea, Samael! —Pestañeó varias veces porque, ¿qué era todo esto? ¿Qué era este arranque de ira y enojo de Cael?—. Me importa un bledo
Oyó el llanto de la madre que aclamaba piedad por la vida de su hijo, oyó el llanto del hombre que la acompañaba y oyó la sentencia final. La respiración se volvió lenta mientras el líquido ambarino ingresaba al torrente sanguíneo por medio de una intravenosa, hasta que el vaivén pausado del pecho... cesó.—Hora del deceso —preguntó un hombre, la vestimenta completamente blanca.Oyó la respuesta por parte de una fémina que verificó la hora en su reloj de pulsera; ladeó la cabeza hacia un lado, tratando de entender la caligrafía del hombre de blanco que seguía garabateando rápidamente en una especie de carpeta-documento. Se encogió de hombros y observó a las demás personas dentro de la habitación. El llanto de la madre acrecentó y esta se abalanzó sobre el cuerpo sin vida de su hijo, el hombre que la acompañaba no pudo contenerla y la dejó desahogarse.Analizó el rostro indiferente del hombre de blanco y supo que, simplemente, aquello era una mera máscara de profesionalismo. Los sentim
Cuando por fin estuvo dentro de la habitación, oyó nítidamente las disculpas de la fémina inexperta; se situó frente a una de las pequeñas cámaras transparente y analizó detalladamente el pueril cuerpecito. Irguió un dedo hasta deslizarlo sutilmente por la superficie translúcida de la incubadora y entonces esta comenzó a emitir cierto sonido.Una de las mujeres atravesó de prisa por la habitación; frenética y espetando órdenes, manipuló la incubadora hasta que sus manos alcanzaron el cuerpito del neonato.—¡No respira! —exclamó la mujer a las otras—. Llamen urgente al Dr. Alexander, por favor —demandó.Observó a la fémina experta maniobrar con apartados de respiración artificial y luego con manos decididas, manipulaba el indefenso cuerpito del recién nacido.Un llanto acaparó la habitación seguido de otro y otro más, pero ninguno provenía del diminuto bebé que yacía entre las manos de la mujer.Abandonó la habitación, dejando atrás aquel mar de llantos y lamentos por parte de las otra
Deambuló sin contar los minutos o las horas; el tiempo era solo una línea terrenal, algo que representaba sucesiones de estados y donde él se encontraba, aquello bien podría definirse como anfibológico o inexistente. Allí, en ese lugar, los días y noches eran iguales, no había nada que marcase una diferencia y lo mismo sucedía con los habitantes, todos eran iguales y él no era la excepción a la regla general.Sin embargo, sí había algo mucho más grande que todos ellos, un ser superior que —según lo poco que conocía, ya que no estaba permitido cuestionar nada— era portador del todo y de la nada, el que regía sobre el Cielo y la Tierra, sobre lo corpóreo e incorpóreo y, también, el único portador de La ley del Destino. El Supremo gobernaba sobre un todo y nada; era el único creador de los mundos y el único que tenía la última palabra.Desde que comenzó a existir, había sido forjado bajo un común denominador, con un solo objetivo: llevarse las almas de aquellos que habían cumplido con su
Caminó por el largo pasillo rumbo al sector de hematología y era tan extraño ahora que sabía más sobre sí mismo y de su trabajo. Jamás puso verdaderamente atención a su alrededor, solo se dedicaba a hacer lo suyo y eso era todo, pero las cosas habían modificado desde que comenzó a sentir emociones, emociones humanas. No sabía hasta qué punto podría alterar en el curso del destino —su destino— si seguía sintiéndose cada más consciente de lo que hacía; además, y después de todo, él era solo un mero servidor.—La paciente se está recuperando de la última sesión de quimioterapia —Oyó de pronto—. Pero creo que no sería conveniente hacerlo pasar por otro procedimiento similar.—En las primeras dos sesiones, el sistema inmunológico rechazó la ciclofosfamida¹, lo cual resultó en un verdadero retraso para completar con el tratamiento previo a la intervención —explicó el segundo hombre.Continuó caminando a la par de los hombres, dos médicos vestidos completamente de blanco.—Fue un verdadero p