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Los monstruos también pueden amar
Los monstruos también pueden amar
Por: Black-Wings1777
Año nuevo con... Lucifer: Intruso.

—Estamos reunidos aquí para dar comienzo con el... —calló cuando un estridente sonido se oyó de pronto.

En medio de una nube de polvo, se escuchó un gemido lastimero. Miró de soslayo a sus invitados y se percató de lo que posiblemente había ocurrido, aunque él era el único que no lo entendía.

—¡Ay, por un demonio!

Eso... Bueno, por las muecas que podía divisar dentro de su campo de visión, digamos que no fue bien recibido.

Alguien carraspeó y supo que debía o tenía que hacer algo, pero dadas las circunstancias, no tenía idea de qué.

—¿Señor? —acotó alguien y giró la cabeza hacia la voz—. Creo que debe y tiene que hacer algo, Señor.

—¿En serio? —preguntó y arqueó una ceja—. ¿Qué debo hacer?

—Bueno, eso depende —Leyó confusión en la mirada ajena y se preguntó si él tendría una similar—. Usted es el gobernante, Señor, debe saber y...

—De hecho, no, no lo sé —replicó sincero.

—¡Necesito ayuda aquí! —exclamó el intruso—. ¿Alguien?

—Creo que lo llaman, Señor —comentó alguien frente a él.

Observó estupefacto a cada uno de los presentes. Todos tenían los ojos puestos sobre él, solo... aguardando por lo que fuera que tenía o debía hacer.

—¿Qué es lo que tengo que hacer? —cuestionó, en tono bajo, a todos y a nadie a la vez.

—Es evidente, ¿no? —imperó altivo uno de sus, ¿secuaces?, o algo así, apuntando hacia la nube de polvo que ya comenzaba a disiparse.

—Oh —profirió asintiendo—. Ya veo. ¿Lo quieren para la cena?

—¡No soy comida!

Arqueó ambas cejas y dejó que sus ojos vagaran hasta la figura difusa del intruso.

—Dice que no es comida —imperó, con toda la parsimonia del mundo—. Uh-oh… Pregunté en voz muy alta y eso lo escuchó —objetó y apuntó con un dedo a eso que se removía lentamente.

—Vaya de una vez, Señor —pidió otro de sus invitados.

Asintió, sin mirar a nadie. Se irguió del trono y con pasos lentos, se acercó hasta alcanzar a ver mejor a aquello que aterrizó sobre uno los montículos de tierra.

—¡Ay, sí que eres horrible! —Frunció el ceño y se miró a sí mismo, lucía igual que siempre o al menos así lo recordaba desde que... —. Podrías, no sé, como, ¿modificar tu apariencia? Es decir, ya sabes, adoptar una figura menos espeluznante.

—¿Puedo hacer eso? —preguntó-musitó, inclinándose un poco hacia abajo, como si fuera un secreto.

—¿Qué? —Enderezó su cuerpo y, dudoso, tendió una mano—. Oh, al fin.

Cuando la mano ajena se ciñó a uno de sus dedos, tiró hacia arriba y pudo distinguir completamente al intruso. Vaya, esto era...

—Gracias, pero en serio, podrías... —El intruso lo soltó y lo señaló completo—. Créeme, eres horrendo con esas cosas encima de tu cabeza y esos rasgos tan monstruosos y ni hablar de eso que se mueve de un lado al otro como si fuera el rabo de un perro.

Se llevó una mano hacia la cabeza y se palpó las astas puntiagudas. Por instinto, o no, movió de un lado al otro el largo apéndice que sobresalía de su, bueno, partes traseras.

—¿En serio luzco feo? —Oyó un gruñido masivo proveniente de la gran mesa, eran sus invitados—. Nunca cuestioné sobre cómo debo lucir. Sin embargo, me puse esto, ¿ves? —Palpó el corbatín alrededor de su cuello—. La reunión es formal y...

—Ay, por amor a la paciencia —murmuró el intruso y luego pasó por su lado, como si nada, como si fuera un invitado más—. ¡Oigan!, ¿alguien me puede decir qué es lo que le sucede?

—Hace tres horas despertó de su siesta —replicó alguien.

Se miró las manos, negó sutil con la cabeza, se encogió de hombros y giró sobre sí. Tenía que regresar a su trono y continuar con la reunión.

Una vez cómodamente sentado, notó al intruso de pie al otro extremo de la mesa. No tenía idea de qué hacer ante semejante situación.

—Muy bien, escuchen todos —habló el forastero, mirando a cada uno de los presentes hasta detener los ojos sobre él—. Estoy seguro de que todos saben la actual situación que estamos teniendo —Los murmullos nacieron, pero el extraño continuó—: No debieron dejar que durmiera tanto. ¿Cuánto fue esta vez?

Los murmullos fueron acrecentando. A su percepción, todos parecían conocer al intruso o algo así.

—La siesta duró más de lo previsto —respondió uno de los presentes.

Bueno, eso era evidente. Se sentía relajado.

—¿Cuánto? —preguntó el intruso.

Apoyó un brazo sobre la superficie de la mesa y con la uña del dedo índice comenzó a dibujar una carita feliz.

—Diez siglos —respondió alguien.

Levantó la cabeza cuando un gutural gemido acaparó la estancia. Era del intruso. A juzgar por el rostro de dicho intruso, dedujo que no estaba contento de haber oído la respuesta.

—Un milenio —Lo apuntó con un dedo—. ¡Dormiste una siesta de mil años!

—Eh, ¿sí? —acotó, y vio por el rabillo del ojo la carita feliz que dibujó. Era una obra de arte.

—¿Te das cuenta de lo que significa haber dormido tanto? —Era tan raro que el forastero le hablara como si lo conociera. ¿Lo hacía? Pero negó apenas con la cabeza a la pregunta—. Era de esperarse y, por favor, modifica tu apariencia.

—No sé cómo hacerlo —susurró—. Y me agrada como me veo.

—De acuerdo, mírame y aprende —indicó el intruso.

Asintió y observó atento al intruso; de hecho, pudo captar que todos los presentes estaban haciéndolo. Todos miraban hacia el intruso…

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