Un año después.
—¡Vamos, dormilón, levántate!
Carlo sintió el almohadazo cariñoso contra su espalda y se dio la vuelta con rapidez para atrapar a Aitana entre sus brazos y hacerla caer sobre él.
—¿No te he dicho ya, que si vas a interrumpirme el sueño tan temprano, me tienes que dar algo a cambio? —la provocó mordiendo sus labios con deseo.
—¡¿No te alcanzó con lo de anoche?! —fingió juntando las cejas como si estuviera muy dolida.
—¡A mí nunca me alcanza, ya lo sabes…! —respondió acariciando con suavidad los muslos de su mujer en una clara invitación.
—Bueno, ya los abuelos están reservados para esta noche —aseguró ella—. Me encargué de conseguir toda clase de brincolines y juegos para los niños a
Hola chicas, aquí comienza la segunda parte, espero la disfruten.
Carlo no estaba muy seguro de qué pensar sobre aquel exabrupto emocional de Aitana. No era muy propio de ella dejarse sacar de sus casillas, pero ya las cosas con su madre estaban pasándose de la raya. No era el tipo de hombre que acostumbrara a espiar detrás de las puertas, pero tenía demasiado fresco el recuerdo de los engaños de su primera esposa, así que era casi imposible no hacerlo.Finalmente, cuando ella salió del baño enfundada en una bata y tratando de forzar una sonrisa, se cuestionó si debía o no preguntarle por la llamada… pero no tuvo que hacerlo. En cuanto sirvió el champán y levantaron las copas para brindar, Aitana dejó escapar un suspiro y su rostro se ensombreció.—Lo siento… —murmuró mientras se dejaba caer en el sofá de la suite—. Lo siento, amor, pero mi cabeza no está para celebraciones ahora mismo
—¡Maldita sea! ¡Para! —casi ordenó Carlo antes de sacarse lo que le quedaba de ropa y levantar a Aitana en sus brazos.La necesitaba tanto, la necesitaba siempre. Era la sensación más extraña de su vida, como si no pudiera respirar sin ella. Jamás había sentido aquello por ninguna mujer, y aunque la verdad lo asustaba un poco, seguía siendo algo maravilloso.Intentó llevársela a la habitación pero ni siquiera lograron llegar a la cama. Los besos de Aitana eran demasiado urgentes y la forma en que Carlo la movía contra su masculinidad, provocándola, era más que suficiente para enloquecerla.Se adueñó de uno de sus pezones, lamiéndolo y mordiéndolo mientras la sostenía contra una de las paredes, y la escuchó exhalar un gemido de absoluta satisfacción. Acarició su vientre con urgencia, haciendo un
Aitana sonrío mientras conducía hacia su casa, pero cómo no hacerlo después de aquella sesión de sexo desenfrenado. Amaba a su esposo, amaba Carlo con todo su corazón y cada día que había pasado con él en el último año había sido sencillamente perfecto.Sin embargo, el regreso a casa no fue precisamente lo que había esperado. Los niños habían tenido una noche increíble, los abuelos estaban contentos, y los padres estaban descansados, pero la noticia que estaba a punto de llegar pondría su vida entera de cabezaAitana ni siquiera miró el número cuando el teléfono sonó. Después de todo Carlos estaba en medio de una operación, y los niños estaban con ella, así que nada era urgente; pero la voz al otro lado de la línea era tan desconocida y serena, que Aitana sólo pudo pens
Aitana retrocedió vivamente, girándose hacia su madre.—¿Qué es esto? —preguntó mientras veía que el rostro de Ilenia se transformaba en una máscara de satisfacción.Pero aquel pequeño momento de distracción fue suficiente para verse rodeada por los brazos de Hans, que la hicieron volverse, forcejeando, pero era difícil luchar contra él.Hans era un hombre alto, y aunque estaba visiblemente delgado, había algo mucho más peligroso que animaba cada uno de sus movimientos. Había una oscuridad en sus ojos, o mejor dicho, una niebla instaurada en ellos, como si no estuviera muy consciente de su realidad.—¡Amor, cómo te extrañé! —susurró en su oído, abrazándola con fuerza, a tal punto que en cierto momento Aitana luchaba más por respirar que por liberarse—. ¡No s
—Suéltame… por favor, Hans, ¡suéltame, me estás lastimando! —le suplicó Aitana, pero los ojos del hombre sólo estaban nublados por la frustración, la impotencia, y la ira.—Tú me has lastimado más —aseguró él—. Tú me has hecho esperarte por años, me has hecho sufrir por años, pero eso ya terminó. Para eso nos casamos. Ya es hora de que vengas conmigo.—¡Yo no voy contigo a ningún lado! ¡Yo no soy Lianna! ¡Tienes que entender, yo no soy Lianna! ¡Mi nombre es Aitana, no soy tu esposa, no tengo nada que ver contigo, y no voy a ir a ningún…!Tenía que decirlo, Aitana tenía mucho y todo qué decir, pero todo quedó interrumpido en el justo segundo en que la palma de Hans chocó contra su rostro, lanzándola al suelo.Jamás en s
—¿Qué quieres decir con que no ha llamado…?Carlo acababa de salir de aquella operación que se había tardado siete horas más de lo previsto. Estaba completamente agotado, le dolía la cabeza y le temblaban un poco las manos por la falta de sueño y el esfuerzo, pero todo eso había pasado a un segundo plano en el mismo momento en que su suegro lo había llamado alarmado.—Llamó para decir que llevaría a su madre a casa y regresaría —le explicó Ryan, después de contarle sobre la emergencia que supuestamente había tenido Ilenia—. Pero no hemos sabido nada más de ella, su teléfono se presenta como apagado y no tengo forma de localizarla…Carlo maldijo para sí mismo y salió de la clínica buscando su auto, mientras marcaba una y otra vez el número de Aitana, pero tampoco él consigui
La puerta del baño permanecía firmemente cerrada, porque era la única forma que Aitana tenía de asegurarse de que Hans no iba a ponerle una mano encima. Había empujado un mueble contra ella, pero la verdad era que después de la primera vez que la había escuchado vomitar, el hombre no había vuelto a golpear la puerta para sacarla.El vuelo comercial que habían tomado a la mañana siguiente había estado plagado de un amenazante silencio, y llegando a Milán se habían ido a quedar en un motelito de mala muerte que apestaba a sexo por hora y a humo de cigarrillo.Por más que Aitana se rompiera la cabeza no lograba encontrar una solución, la única era estar frente a frente con Carlo, porque sabía muy bien que tanto Ilenia como Hans eran perfectamente capaces de lastimar a los niños o a su esposo, y sin su teléfono no tenía forma de avisar
—¿Cómo que en peligro? ¡No entiendo nada! —Fabio se bajó del auto rezongando y fueron a meterse al despacho de Carlo en el ático del hospital.—Mira… esto puede parecer una locura o una coincidencia… —Carlo caminaba de un lado a otro como una fiera herida—, pero la última noche que Aitana y yo pasamos juntos estábamos hablando de…—¡¿De qué?!—De sus labios —dijo Carlo y vio a su hermano levantar una ceja—. No pongas esa cara, siempre has sabido que soy un romántico…—Blandengue —lo corrigió Fabio.—Lo que tú quieras, pero le escribí esta frase porque me recordaba lo que su boca me hacía sentir… y eso era que ella jamás me mentiría —aseguró Carlo sosteniendo la tarjeta—. Esa noche me dijo que no me mentir&iacu