CAPÍTULO 32

—¡Maldita sea! ¡Para! —casi ordenó Carlo antes de sacarse lo que le quedaba de ropa y levantar a Aitana en sus brazos.

La necesitaba tanto, la necesitaba siempre. Era la sensación más extraña de su vida, como si no pudiera respirar sin ella. Jamás había sentido aquello por ninguna mujer, y aunque la verdad lo asustaba un poco, seguía siendo algo maravilloso.

Intentó llevársela a la habitación pero ni siquiera lograron llegar a la cama. Los besos de Aitana eran demasiado urgentes y la forma en que Carlo la movía contra su masculinidad, provocándola, era más que suficiente para enloquecerla.

Se adueñó de uno de sus pezones, lamiéndolo y mordiéndolo mientras la sostenía contra una de las paredes, y la escuchó exhalar un gemido de absoluta satisfacción. Acarició su vientre con urgencia, haciendo un

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