Aitana sonrío mientras conducía hacia su casa, pero cómo no hacerlo después de aquella sesión de sexo desenfrenado. Amaba a su esposo, amaba Carlo con todo su corazón y cada día que había pasado con él en el último año había sido sencillamente perfecto.
Sin embargo, el regreso a casa no fue precisamente lo que había esperado. Los niños habían tenido una noche increíble, los abuelos estaban contentos, y los padres estaban descansados, pero la noticia que estaba a punto de llegar pondría su vida entera de cabeza
Aitana ni siquiera miró el número cuando el teléfono sonó. Después de todo Carlos estaba en medio de una operación, y los niños estaban con ella, así que nada era urgente; pero la voz al otro lado de la línea era tan desconocida y serena, que Aitana sólo pudo pens
Aitana retrocedió vivamente, girándose hacia su madre.—¿Qué es esto? —preguntó mientras veía que el rostro de Ilenia se transformaba en una máscara de satisfacción.Pero aquel pequeño momento de distracción fue suficiente para verse rodeada por los brazos de Hans, que la hicieron volverse, forcejeando, pero era difícil luchar contra él.Hans era un hombre alto, y aunque estaba visiblemente delgado, había algo mucho más peligroso que animaba cada uno de sus movimientos. Había una oscuridad en sus ojos, o mejor dicho, una niebla instaurada en ellos, como si no estuviera muy consciente de su realidad.—¡Amor, cómo te extrañé! —susurró en su oído, abrazándola con fuerza, a tal punto que en cierto momento Aitana luchaba más por respirar que por liberarse—. ¡No s
—Suéltame… por favor, Hans, ¡suéltame, me estás lastimando! —le suplicó Aitana, pero los ojos del hombre sólo estaban nublados por la frustración, la impotencia, y la ira.—Tú me has lastimado más —aseguró él—. Tú me has hecho esperarte por años, me has hecho sufrir por años, pero eso ya terminó. Para eso nos casamos. Ya es hora de que vengas conmigo.—¡Yo no voy contigo a ningún lado! ¡Yo no soy Lianna! ¡Tienes que entender, yo no soy Lianna! ¡Mi nombre es Aitana, no soy tu esposa, no tengo nada que ver contigo, y no voy a ir a ningún…!Tenía que decirlo, Aitana tenía mucho y todo qué decir, pero todo quedó interrumpido en el justo segundo en que la palma de Hans chocó contra su rostro, lanzándola al suelo.Jamás en s
—¿Qué quieres decir con que no ha llamado…?Carlo acababa de salir de aquella operación que se había tardado siete horas más de lo previsto. Estaba completamente agotado, le dolía la cabeza y le temblaban un poco las manos por la falta de sueño y el esfuerzo, pero todo eso había pasado a un segundo plano en el mismo momento en que su suegro lo había llamado alarmado.—Llamó para decir que llevaría a su madre a casa y regresaría —le explicó Ryan, después de contarle sobre la emergencia que supuestamente había tenido Ilenia—. Pero no hemos sabido nada más de ella, su teléfono se presenta como apagado y no tengo forma de localizarla…Carlo maldijo para sí mismo y salió de la clínica buscando su auto, mientras marcaba una y otra vez el número de Aitana, pero tampoco él consigui
La puerta del baño permanecía firmemente cerrada, porque era la única forma que Aitana tenía de asegurarse de que Hans no iba a ponerle una mano encima. Había empujado un mueble contra ella, pero la verdad era que después de la primera vez que la había escuchado vomitar, el hombre no había vuelto a golpear la puerta para sacarla.El vuelo comercial que habían tomado a la mañana siguiente había estado plagado de un amenazante silencio, y llegando a Milán se habían ido a quedar en un motelito de mala muerte que apestaba a sexo por hora y a humo de cigarrillo.Por más que Aitana se rompiera la cabeza no lograba encontrar una solución, la única era estar frente a frente con Carlo, porque sabía muy bien que tanto Ilenia como Hans eran perfectamente capaces de lastimar a los niños o a su esposo, y sin su teléfono no tenía forma de avisar
—¿Cómo que en peligro? ¡No entiendo nada! —Fabio se bajó del auto rezongando y fueron a meterse al despacho de Carlo en el ático del hospital.—Mira… esto puede parecer una locura o una coincidencia… —Carlo caminaba de un lado a otro como una fiera herida—, pero la última noche que Aitana y yo pasamos juntos estábamos hablando de…—¡¿De qué?!—De sus labios —dijo Carlo y vio a su hermano levantar una ceja—. No pongas esa cara, siempre has sabido que soy un romántico…—Blandengue —lo corrigió Fabio.—Lo que tú quieras, pero le escribí esta frase porque me recordaba lo que su boca me hacía sentir… y eso era que ella jamás me mentiría —aseguró Carlo sosteniendo la tarjeta—. Esa noche me dijo que no me mentir&iacu
Aitana sintió un peso en el estómago en el mismo momento en que salió de aquella oficina. Solo podía esperar a que Carlo entendiera su mensaje, pero más importante, esperaba que hiciera algo al respecto pronto.Evadir a Hans esa noche fue extremadamente difícil, y solo lo logró haciendo algo que detestaba: comió todo lo que le daba asco y vomitó en sus zapatos pocos minutos después.—¡Tienes que llevarme a un médico! No me siento bien, por favor —le suplicó, pero estaba bastante segura de que no conseguiría nada con eso.—Ya estamos muy cerca de terminar con todo. Mañana a las ocho tendremos nuestro dinero y nos iremos para siempre —siseó Hans—. Entonces te llevaré al médico que quieras… solo espero por tu bien, Lianna que lo que tengas sea un virus, porque si te me apareces con otra cría del mil
Carlo sintió que se le cerraba la garganta mientras veía a Aitana alejarse a paso rápido, y Fabio llegó hasta él, sosteniéndolo porque parecía que se iba a desmayar de un momento a otro.—¿Tú también oíste lo que dijo…? ¿Lo escuchaste…? —dijo apoyándose en la pared mientras palidecía.—No —dijo su hermano—. No pude escuchar nada pero ¿qué te dijo Aitana?—Dijo que no había querido lastimar a mis hijos… ¡a ninguno de los tres! —exclamó Carlo y Fabio abrió mucho los ojos.—¡Santa m13rd@! —se espantó Fabio—. De todos los momentos ¡¿tenía que ser ahora?!Carlo se mesó los cabellos, desesperado.—Tenemos que sacarla ya, Fabio. No puedo dejarla ni un minuto más con esa gente.
—Corre. Aquella era una palabra simple y estaba llena de agresividad, de odio y de un resentimiento infinito. Y se escapaba entre los dientes apretados de Ilenia como si fuera veneno. Habían ido al primer banco que tenían cerca del motel y el mismo gerente los había recibido en sus oficinas al saber que iban a hacer dos depósitos millonarios. Varios asesores internos se habían acercado para ayudar con los trámites, y en el mismo segundo en que el primer fajo de billetes había sido ingresado a la máquina de contar, la sonrisa del gerente general pareció atornillarse a su cara. Hans estaba demasiado entusiasmado o estaba demasiado loco para darse cuenta, pero a Ilenia no le pasó desapercibido aquel gesto, y en el mismo segundo en que un par de hombres de traje entraron en el banco se dio cuenta de que todo estaba perdido. Habían cometido un error. Miró los billetes desparramados entre un escritorio y cuatro máquinas de contar, y se dio cuenta de que ya