Aitana no sabía precisamente qué estaba pasando por la cabeza de Carlo, ni la de Hans ni la de nadie, pero sintió alivio cuando se vio encerrada de nuevo en el baño. Estaba mareada y se sentía débil, pero era mejor que estar con Hans y con su madre.
Sabía que Carlo no se quedaría tranquilo sabiendo que estaban en peligro, así que solo tenía que esperar, solo tenía que esperarlo. No había pasado ni una hora cuando el escándalo afuera la hizo levantarse llena de esperanzas. Pero cuando la puerta se abrió de par en par, la persona que entró fue la que menos esperaba.
Hans la tomó el brazo con fuerza, lastimándola, y la sacó del baño.
—¡Recoge todo, nos vamos! —exclamó mientras miraba a todos lados como si estuviera loco.
—¿Qué…? ¿Mi madre…? ¿El dinero&hell
Carlo no era capaz de describir el terror que se había acendrado en su alma al ver a Aitana en aquella cornisa. Solo dio gracias a Dios que tuviera la entereza suficiente como para distraer a Hans. Le importó muy poco que lo besara, solo que le diera el tiempo para alcanzarla y ponerla a salvo.Tampoco pudo describir la sensación de paz cuando la tuvo entre sus brazos, a salvo, con una barrera de hombres entre ellos y el psicópata de Hans. La dejó ocultar la cara en su pecho y la abrazó con fuerza mientras lo miraba. No iba a dejar que la tuviera nunca más, que la asustara nunca más.Pudo ver la determinación en sus ojos, era un hombre enfermo después de todo, y ninguno de sus hombres logró alcanzarlo antes de que saltara. Cuando el cuerpo de Hans chocó contra una de las camionetas estacionadas abajo, Carlo sintió que el el cuerpo de Aitana se relajaba por completo.Le ech
Epílogo—¿Estás lista para esto? —preguntó Carlo dos días después, tomando la mano de Aitana mientras entraban en la estación de policía.—Sí. Tengo que terminar con esto de una vez —declaró Aitana armándose de valor.Hans había sobrevivido a la caída, pero por más que los médicos habían intentado ayudarlo, había quedado inválido. Ya no sería una amenaza para ellos, pero Carlo había preferido que se quedara en una institución donde pudieran cuidar de él como lo necesitaba.Por otro lado, solo por estar en un escándalo que involucraba a los Di Sávallo, el Colegio de abogados le había retirado la licencia para practicar, pero lo que sucediera con él, dependía de lo que Aitana quisiera hacer.El jefe de la estación,
Florencia era un sitio espectacular, pero lo mismo podía decir de Milán o de Roma. Había amado Italia desde el primer día que había puesto los ojos en aquella tierra, dos semanas atrás, y aunque no había tenido mucho tiempo para disfrutar cada ciudad, estaba decidida a aprovechar al máximo sus vacaciones, las primeras que se tomaba en cuatro años.No podía decir que trabajaba tanto porque viviera mal, seguía ocupando la ca
Se inclinó despacio y besó los pequeños dedos del niño dormido. Era su sobrino y sin embargo no se parecía a ella, o a Lianna, mejor dicho. No había tenido que abrir la boca desde que llegaran al hospital, todos parecían conocerla y lo único que le habían preguntado era si quería que avisaran al señor Di Sávallo.— ¿Está ocupado ahora mismo?— Está en medio de una operación, deben
Aitana no cometió la estupidez de cerrar la puerta, sabía que Carlo la echaría abajo de un puntapié solo de imaginar que intentaba separarlo de su hijo, pero algo le decía que debía mantenerse lo más lejos posible de él. Se sentó al borde de la cama intentando recuperar el aliento, luchando contra lo que parecía una verdad obvia.Pero no podía ser… Lianna no podía haber hecho algo así… &iques
Carlo metió la cabeza bajo la ducha y apoyó las manos sobre los azulejos fríos, como si eso pudiera darle un poco más de perspectiva a las muchas inquietudes que le rondaban la mente. El juego que su mujer estaba jugando le era completamente desconocido y precisamente por eso tenía que permanecer en guardia. Había sido distinto siete años atrás, ella era una coqueta estudiante universitaria y él un idiota que la había embaraz
— ¿Tienes un minuto?Aitana estaba sentada en el patio trasero, acomodada en una de las mecedoras, con una copa de vino en la mano y la mirada perdida en alguna onda del lago.— Por supuesto, ¿qué necesitas?Carlo dio algunas vueltas frente a ella sin llegar a mirarla, y terminó sentándose e
Pasó todo el día siguiente con los niños, intentando que su corazón no se entristeciera al comprobar que el pequeño Stefano, aunque hacía lo posible por ocultar sus recelos, respiraba ansioso cada vez que la veía salir de la habitación. Le dolía que Carlo tuviera razón, y que los hijos de Lianna estuvieran abandonados al cuidado de niñeras o institutrices; podrían ser las mejores, pero no eran su madre.— &