La puerta del baño permanecía firmemente cerrada, porque era la única forma que Aitana tenía de asegurarse de que Hans no iba a ponerle una mano encima. Había empujado un mueble contra ella, pero la verdad era que después de la primera vez que la había escuchado vomitar, el hombre no había vuelto a golpear la puerta para sacarla.
El vuelo comercial que habían tomado a la mañana siguiente había estado plagado de un amenazante silencio, y llegando a Milán se habían ido a quedar en un motelito de mala muerte que apestaba a sexo por hora y a humo de cigarrillo.
Por más que Aitana se rompiera la cabeza no lograba encontrar una solución, la única era estar frente a frente con Carlo, porque sabía muy bien que tanto Ilenia como Hans eran perfectamente capaces de lastimar a los niños o a su esposo, y sin su teléfono no tenía forma de avisar
—¿Cómo que en peligro? ¡No entiendo nada! —Fabio se bajó del auto rezongando y fueron a meterse al despacho de Carlo en el ático del hospital.—Mira… esto puede parecer una locura o una coincidencia… —Carlo caminaba de un lado a otro como una fiera herida—, pero la última noche que Aitana y yo pasamos juntos estábamos hablando de…—¡¿De qué?!—De sus labios —dijo Carlo y vio a su hermano levantar una ceja—. No pongas esa cara, siempre has sabido que soy un romántico…—Blandengue —lo corrigió Fabio.—Lo que tú quieras, pero le escribí esta frase porque me recordaba lo que su boca me hacía sentir… y eso era que ella jamás me mentiría —aseguró Carlo sosteniendo la tarjeta—. Esa noche me dijo que no me mentir&iacu
Aitana sintió un peso en el estómago en el mismo momento en que salió de aquella oficina. Solo podía esperar a que Carlo entendiera su mensaje, pero más importante, esperaba que hiciera algo al respecto pronto.Evadir a Hans esa noche fue extremadamente difícil, y solo lo logró haciendo algo que detestaba: comió todo lo que le daba asco y vomitó en sus zapatos pocos minutos después.—¡Tienes que llevarme a un médico! No me siento bien, por favor —le suplicó, pero estaba bastante segura de que no conseguiría nada con eso.—Ya estamos muy cerca de terminar con todo. Mañana a las ocho tendremos nuestro dinero y nos iremos para siempre —siseó Hans—. Entonces te llevaré al médico que quieras… solo espero por tu bien, Lianna que lo que tengas sea un virus, porque si te me apareces con otra cría del mil
Carlo sintió que se le cerraba la garganta mientras veía a Aitana alejarse a paso rápido, y Fabio llegó hasta él, sosteniéndolo porque parecía que se iba a desmayar de un momento a otro.—¿Tú también oíste lo que dijo…? ¿Lo escuchaste…? —dijo apoyándose en la pared mientras palidecía.—No —dijo su hermano—. No pude escuchar nada pero ¿qué te dijo Aitana?—Dijo que no había querido lastimar a mis hijos… ¡a ninguno de los tres! —exclamó Carlo y Fabio abrió mucho los ojos.—¡Santa m13rd@! —se espantó Fabio—. De todos los momentos ¡¿tenía que ser ahora?!Carlo se mesó los cabellos, desesperado.—Tenemos que sacarla ya, Fabio. No puedo dejarla ni un minuto más con esa gente.
—Corre. Aquella era una palabra simple y estaba llena de agresividad, de odio y de un resentimiento infinito. Y se escapaba entre los dientes apretados de Ilenia como si fuera veneno. Habían ido al primer banco que tenían cerca del motel y el mismo gerente los había recibido en sus oficinas al saber que iban a hacer dos depósitos millonarios. Varios asesores internos se habían acercado para ayudar con los trámites, y en el mismo segundo en que el primer fajo de billetes había sido ingresado a la máquina de contar, la sonrisa del gerente general pareció atornillarse a su cara. Hans estaba demasiado entusiasmado o estaba demasiado loco para darse cuenta, pero a Ilenia no le pasó desapercibido aquel gesto, y en el mismo segundo en que un par de hombres de traje entraron en el banco se dio cuenta de que todo estaba perdido. Habían cometido un error. Miró los billetes desparramados entre un escritorio y cuatro máquinas de contar, y se dio cuenta de que ya
Aitana no sabía precisamente qué estaba pasando por la cabeza de Carlo, ni la de Hans ni la de nadie, pero sintió alivio cuando se vio encerrada de nuevo en el baño. Estaba mareada y se sentía débil, pero era mejor que estar con Hans y con su madre.Sabía que Carlo no se quedaría tranquilo sabiendo que estaban en peligro, así que solo tenía que esperar, solo tenía que esperarlo. No había pasado ni una hora cuando el escándalo afuera la hizo levantarse llena de esperanzas. Pero cuando la puerta se abrió de par en par, la persona que entró fue la que menos esperaba.Hans la tomó el brazo con fuerza, lastimándola, y la sacó del baño.—¡Recoge todo, nos vamos! —exclamó mientras miraba a todos lados como si estuviera loco.—¿Qué…? ¿Mi madre…? ¿El dinero&hell
Carlo no era capaz de describir el terror que se había acendrado en su alma al ver a Aitana en aquella cornisa. Solo dio gracias a Dios que tuviera la entereza suficiente como para distraer a Hans. Le importó muy poco que lo besara, solo que le diera el tiempo para alcanzarla y ponerla a salvo.Tampoco pudo describir la sensación de paz cuando la tuvo entre sus brazos, a salvo, con una barrera de hombres entre ellos y el psicópata de Hans. La dejó ocultar la cara en su pecho y la abrazó con fuerza mientras lo miraba. No iba a dejar que la tuviera nunca más, que la asustara nunca más.Pudo ver la determinación en sus ojos, era un hombre enfermo después de todo, y ninguno de sus hombres logró alcanzarlo antes de que saltara. Cuando el cuerpo de Hans chocó contra una de las camionetas estacionadas abajo, Carlo sintió que el el cuerpo de Aitana se relajaba por completo.Le ech
Epílogo—¿Estás lista para esto? —preguntó Carlo dos días después, tomando la mano de Aitana mientras entraban en la estación de policía.—Sí. Tengo que terminar con esto de una vez —declaró Aitana armándose de valor.Hans había sobrevivido a la caída, pero por más que los médicos habían intentado ayudarlo, había quedado inválido. Ya no sería una amenaza para ellos, pero Carlo había preferido que se quedara en una institución donde pudieran cuidar de él como lo necesitaba.Por otro lado, solo por estar en un escándalo que involucraba a los Di Sávallo, el Colegio de abogados le había retirado la licencia para practicar, pero lo que sucediera con él, dependía de lo que Aitana quisiera hacer.El jefe de la estación,
Florencia era un sitio espectacular, pero lo mismo podía decir de Milán o de Roma. Había amado Italia desde el primer día que había puesto los ojos en aquella tierra, dos semanas atrás, y aunque no había tenido mucho tiempo para disfrutar cada ciudad, estaba decidida a aprovechar al máximo sus vacaciones, las primeras que se tomaba en cuatro años.No podía decir que trabajaba tanto porque viviera mal, seguía ocupando la ca