— Chica lista, es hora de levantarse.
Aitana recordó toda las veces que su padre la había despertado con esa misma frase, que eran básicamente todos los días importantes de su vida: su primer viaje largo por carretera, su graduación, el día que iba a terminar con su primer novio, su primer trabajo, la inauguración de su empresa. Todos habían sido trascendentales, por alguna razón que desconocía e
Aitana se detuvo por algunos minutos antes de pulsar el botón del ascensor que la llevaría al departamento del último piso del hospital. Carlo no había estado con ellos mientras le quitaban la escayola a Stefano, y Aitana sabía que era por ella: estaba evitando verla tanto como pudiera. Después de todo no debía ser fácil para él mirarle a los ojos después de decirle que la amaba, solo para escuchar de sus labios que lo único que ella quería era que se convirtiera en su pasado.
Tenía los ojos muy abiertos y la mirada fija en el suelo, como una niña a la que hubieran atrapado haciendo una travesura. Marco se habría reído de buena gana si la expresión de Aitana hubiera sido menos lamentable, pero parecía que estaba a punto de echarse a llorar de un momento a otro. — ¿Estabas escuchando detrás de la puerta? — la voz de Carlo carecía de acento, de modo que la muchacha no pudo descifrar si estaba enojado, y eso la hacía sentir aun peor.
— ¿Qué esto, un circo? — Carlo enarcó una ceja divertida cuando vio a su familia en aquellas fachas.Le había pedido a Alba que llamara a todos sus hermanos para una reunión oficial, tenía que darle las noticias a su familia: la mujer con la que se había casado hacía siete años no se llamaba Aitana, sino Lianna, y acababa de morir en un accidente; la mujer que habían conocido era su hermana gemela, la verdadera Aitana… y el resto, lo que había llegado a pasar entre ellos, no tenía que ser de dominio público, ya suficiente era con que lo supier
— ¿Cómo lo supiste? — Aitana lo empujó despacio hasta hacerlo caer en el diván que ocupaba el centro de la glorieta del lago, y luego se sentó a horcajadas sobre él, quitándole la venda de los ojos.Carlo parpadeó un momento para adaptarse a la luz y luego miró alrededor, comprendiendo el silencio que antes no lo había hecho sospechar: No había nadie allí, y lo mismo el portal
— ¡Shshshshshsh!Carlo se llevó un dedo cómplice a los labios para que Aitana dejara de reír mientras entraban por la puerta posterior de la casa y se dirigían a las escaleras que llevaban al segundo piso con el sigilo de dos gatos. Bastantes huellas de
Un año después.—¡Vamos, dormilón, levántate!Carlo sintió el almohadazo cariñoso contra su espalda y se dio la vuelta con rapidez para atrapar a Aitana entre sus brazos y hacerla caer sobre él.—¿No te he dicho ya, que si vas a interrumpirme el sueño tan temprano, me tienes que dar algo a cambio? —la provocó mordiendo sus labios con deseo.—¡¿No te alcanzó con lo de anoche?! —fingió juntando las cejas como si estuviera muy dolida.—¡A mí nunca me alcanza, ya lo sabes…! —respondió acariciando con suavidad los muslos de su mujer en una clara invitación.—Bueno, ya los abuelos están reservados para esta noche —aseguró ella—. Me encargué de conseguir toda clase de brincolines y juegos para los niños a
Carlo no estaba muy seguro de qué pensar sobre aquel exabrupto emocional de Aitana. No era muy propio de ella dejarse sacar de sus casillas, pero ya las cosas con su madre estaban pasándose de la raya. No era el tipo de hombre que acostumbrara a espiar detrás de las puertas, pero tenía demasiado fresco el recuerdo de los engaños de su primera esposa, así que era casi imposible no hacerlo.Finalmente, cuando ella salió del baño enfundada en una bata y tratando de forzar una sonrisa, se cuestionó si debía o no preguntarle por la llamada… pero no tuvo que hacerlo. En cuanto sirvió el champán y levantaron las copas para brindar, Aitana dejó escapar un suspiro y su rostro se ensombreció.—Lo siento… —murmuró mientras se dejaba caer en el sofá de la suite—. Lo siento, amor, pero mi cabeza no está para celebraciones ahora mismo
—¡Maldita sea! ¡Para! —casi ordenó Carlo antes de sacarse lo que le quedaba de ropa y levantar a Aitana en sus brazos.La necesitaba tanto, la necesitaba siempre. Era la sensación más extraña de su vida, como si no pudiera respirar sin ella. Jamás había sentido aquello por ninguna mujer, y aunque la verdad lo asustaba un poco, seguía siendo algo maravilloso.Intentó llevársela a la habitación pero ni siquiera lograron llegar a la cama. Los besos de Aitana eran demasiado urgentes y la forma en que Carlo la movía contra su masculinidad, provocándola, era más que suficiente para enloquecerla.Se adueñó de uno de sus pezones, lamiéndolo y mordiéndolo mientras la sostenía contra una de las paredes, y la escuchó exhalar un gemido de absoluta satisfacción. Acarició su vientre con urgencia, haciendo un