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Capítulo 2: La Despedida

El día anterior, el abuelo de Dana estaba en su lecho de muerte y había pedido verlas. Necesitaba pedirles perdón a Vicky y a su querida nieta. Le insistió tanto a su hijo Ángel que este no se pudo negar a cumplir su último deseo a pesar de que estaba consciente de que quizás no accederán ir a verlo. Su padre se había ganado el desprecio de ambas, por la manera en que se comportó en el pasado.

—Perdona la hora, hija. Mi padre está muy mal, está muy grave. Te pido que vengas, te lo suplico, Dana. Ya Vicky viene en camino, aunque es tarde ya, dudo que alcance a pasar la noche, ya mañana será muy tarde.

Aunque sorprendida por la terrible noticia, no dudó en ir a cumplir con su deber. Pocas veces se había negado a ayudar a los demás y menos podía permitirse quedar con semejante remordimiento. Su corazón era noble, siempre dispuesto a olvidar, y hace mucho que había perdonado los desprecios de su abuelo paterno.

—Sí, sí, claro, papá, enseguida voy para allá, hazle saber que en unos minutos me reuniré con él.

—Gracias, hija, no sabes lo feliz que me hace que estés conmigo en esta noche tan deprimente para mí. 

Adán se puso de pie al observar lo que pasaba.

—¡Vamos!, te llevo, a esta hora hay poco tráfico y llegaremos rápido, mantén la calma.

Dana había hecho lo posible por contener las lágrimas, dio unos pasos y se acercó a su abuelo sin quitar los ojos de Vicky, quien la miraba fijamente. Se apoyó en la cama para poder escuchar las palabras que este modulaba con dificultad.  

—Quiero irme en paz. Tienes que perdonarme, promételo, hazlo —esas fueron sus últimas palabras.

Emocionalmente abatida, acababa de descubrir que en su corazón había mucho amor para él y, al mismo tiempo, le quedaba tan poco tiempo para despedirse. Extendió su mano, mientras lamentó los años que creció lejos de su abuelo, despreciada por un pecado que no había cometido.

Adán la ayudó a incorporarse, estaba allí como siempre a su lado, dispuesto a todo por ella. 

Ángel y Vicky cruzaron miradas, ella altiva con un esbozo de emoción en su rostro y él tan enamorado como cuando la conoció. 

Cuando volvieron a casa, era de mañana, por lo que Dana tomó un descanso antes de ir al funeral.

Su hermana Zoraida estaba preparándose para ir a trabajar cuando le dio la noticia. De inmediato, se ocupó de avisar a amigos y familiares de la muerte de su abuelo.

Mateo, al enterarse, no dudó en correr a despedirse de su amada.

El teléfono no paraba de sonar y Zoraida contestaba con mucha paciencia las preguntas de los allegados.

—No, mi amor, ella no fue sola. Adán la acompañó. Sí, opino lo mismo, tú vas a ver que esa relación nunca va a funcionar. Dana está descansando un poco y me dijo que la señora Vicky estuvo anoche allá.

—¿Dónde? —pregunta Becky.

—En casa de su abuelo, no sé los detalles.

—No puede ser —. Voy a ver cómo está Vicky.

—Sí, y que se perdonaron la una a la otra, deja que ella te cuente.

Vicky llegó a casa y pidió a la empleada que le preparara un café bien fuerte. Sin detenerse, siguió a tomar un baño, mientras recordaba las palabras de su hija.

Cuando salió de su habitación, se encontró a Becky sentada en el sofá, esperando para darle el pésame. 

—Amiga, gracias por venir a hacerme compañía, imagínate, Becky, todo ocurrió así tan de repente, qué tragedia para la familia. Te juro que era lo que yo menos podía esperar.

—Lo sé, me sorprendió tanto que nada menos que ese hombre que te odió tanto durante toda su vida te llamara junto a su lecho de muerte, qué impresión.

—Yo estaba inmóvil, tanto que cuando llegué allí y lo vi en la cama tan desvalido, tan quebrantado, no pude hablar, me quedé sin palabras. Siempre fue tan fuerte e implacable. Nunca se dio por vencido. 

—Yo pienso que en el fondo te quería, al final eres muy parecida a él. Quizás por eso te responsabilizó por la debilidad de su hijo.

—Si no fuera por Ángel, jamás hubiese puesto un pie en esa casa, lo sabes. El pobre siempre ha sido tan débil, no sé cómo pude fijarme en él, claro, yo era muy joven en ese entonces. 

—Lo más importante es que te has arreglado con tu hija, no quiero verte tan deprimida, tan pesimista. Tienen una vida para enmendar todo lo que ha pasado.

—Es mi razón de vivir, lo único que me sostiene Becky es la fe. Por fin, después de tantos años, Ángel, Dana y yo, podremos sentarnos en una misma mesa, como una familia. No pierdo la esperanza de conseguir las cosas que yo deseo con todo el alma.

—¿Dónde queda Alejandro con todo esto?

Un suspiro lleno de melancolía antecede sus palabras.

—Fíjate, con Alejandro cada día estoy más desilusionada, no sé qué pensar, creo que tiene una amante y con Dana todavía no he logrado acercarme a ella del todo. No he logrado ni siquiera que ella me perdone y menos que me llame mamá. Lo de anoche fue producto de las emociones, veremos si nuestra relación tiene alguna solución, no creo en esas reconciliaciones apresuradas.

Ella sabía lo de Alejandro, pero no se atrevió a decirle nada a Vicky.

—Dale tiempo, Dana está algo traumatizada debido a sus complejos por el abandono en la niñez y por lo que le ha sucedido con Mateo. Aprovecha que la vida las unió en el lecho de muerte de ese señor, por algo pasan las cosas.

—En aquel momento, Dana se desahogó en lágrimas y buscó consuelo en los brazos de Adán, no en los míos. ¿Cómo crees que me sentí? Soy su madre.

—Tú y yo sabemos que ella hubiese preferido arrojarse a los brazos de Mateo, solo que él estaba en casa con su esposa Lisana. Adán es para ella un buen amigo, nunca lo va a amar, es alguien que está allí, eso es todo.

Se hizo un largo silencio, mientras la sirvienta retiraba la vajilla y los restos del desayuno. El amplio salón se aclaró, aún más, después de que la chica corrió las cortinas.

—Veremos qué pasa, amiga. Ahora nos toca lo más duro: asistir al funeral y cumplir con lo que la gente espera de uno en estos momentos. Si por mí fuera me acostaba a dormir el día entero, estoy exhausta. No tengo ganas de nada.

—Fuerza, amiga, vamos en mi carro. No te voy a dejar sola ahora que sé que me necesitas.

Vicky estrechó la mano de Becky con suavidad y sonrió. 

—Nunca he dudado de tu amistad y te agradezco que estés a mi lado hasta que este amargo momento termine.

Los ojos de Becky se llenaron de lágrimas, escuchar las palabras de su amiga provocó esas emociones en ella. Ver a una mujer tan fuerte y altiva pidiendo ayuda era algo que no se esperaba.

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