Después de romper con Adán, Dana se sintió como si se hubiera liberado su pecho, aunque al mismo tiempo, la tristeza la invadía. Cortar el vínculo con una persona tan importante en su vida era extraño para ella, sabía que su decisión lo había lastimado y no podía retenerlo más por mucho que lo necesitara. Le costó dejarlo ir.

Al llegar a casa, se encontró con Zoraida. 

—¿Cómo te fue? —preguntó su hermana, con una expresión de preocupación.

—He hablado con Adán. No voy a casarme con él, rompimos. 

Zoraida se quedó en silencio, sorprendida. 

—¿Mateo? ¿Qué pasó? ¿Volviste con él, verdad? —dijo ansiosa—, sin poder ocultar lo mucho que se alegraba de la noticia.

—Voy a buscarlo. Necesito hablar con él, quiero contarle.

La ansiedad la cegó, no pudo ver lo que era tan obvio.  

—Dana, ten cuidado. No quiero que te lastimen otra vez. Ve despacio, ya sabes cómo son los hombres, ¿qué sabes tú si ya Lisana lo convenció?

—No me digas eso, me muero, te lo juro. No puedes hacerme eso de nuevo. Tengo que intentarlo, debo creerle. 

La determinación brillaba en los ojos de Dana, y Zoraida asintió, aunque la preocupación aún persistía en su corazón. 

Dana salió de casa y se dirigió al lugar donde había visto a Mateo por última vez. Era un parque que solían visitar juntos, un lugar que guardaba muchos recuerdos. 

Al llegar, lo encontró sentado en un banco, con la mirada perdida. Sus zapatos relucían entre el césped y su mirada en medio de ellos. A pesar de que cuando la vio, una sonrisa acompañaba su recorrido. 

—Dana —dijo, levantándose rápidamente—. No sabía si vendrías. Mi vida ha cambiado tanto en dos días.

Ella se acercó, sintiendo que su corazón latía con fuerza. 

—Vine. He tomado una decisión. Te vas a alegrar, lo juro.

Mateo la miró con atención, esperando ansiosamente sus palabras. 

—He roto con Adán —dijo, sintiendo que una carga se levantaba de sus hombros—. No puedo seguir en una relación que no me hace feliz, se lo dije, estoy libre. 

Los ojos de Mateo se llenaron de lágrimas, y una sonrisa se dibujó en su rostro. 

—¿De verdad? ¿Lo hiciste? Yo no, te he fallado, no le he dicho nada a Lisana, es que estaba la niña y mi suegra, no era el momento.

Dana asintió, sintiendo que la esperanza comenzaba a florecer entre ellos. No quiso darse cuenta de que Mateo le había fallado de nuevo, otra excusa, otra señal que dejó pasar.

—Quiero estar contigo, Mateo. Quiero intentarlo de nuevo, te apoyaré en este momento. 

—Siempre estaré aquí para ti, Dana. 

Ella sintió que su corazón se llenaba de alegría. 

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? 

Mateo la miró con ternura. 

—Primero, debemos ser honestos con Lisana. No podemos seguir escondiéndonos. 

Dana sintió un escalofrío. 

—Tienes razón. Pero será difícil. Va a reaccionar mal, eso es seguro.

—Lo sé, pero juntos podemos enfrentarlo. 

Dana sonrió, sintiendo que, a pesar de los desafíos, había una nueva luz en su vida. 

—Sí, juntos. 

Y así, con la esperanza renovada, Dana decidió que se enfrentarían a lo que viniera, juntos, sin importar lo que el futuro les depararía. 

La tarde siguiente, Mateo y Dana decidieron ir a la casa de Lisana. Mateo había sacado algunos artículos y ropa la noche anterior, mientras ella dormía. La tensión era palpable mientras se acercaban a la puerta. 

—¿Estás lista? —preguntó Mateo, tomando la mano de Dana. 

—Lo intentaré —respondió ella, sintiendo que el miedo comenzaba a desvanecerse. 

Mateo llamó a la puerta, y Lisana apareció al instante. Su expresión cambió de sorpresa a duda al ver a ambos juntos. 

—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó, con una ceja levantada. 

—Necesitamos hablar contigo —dijo Mateo, sintiendo que la adrenalina comenzaba a fluir en su cuerpo. 

Lisana cruzó los brazos, mirándolos con desconfianza. 

—¿De qué se trata? 

Dana dio un paso adelante, sintiendo que debía ser ella quien hablara. 

—Lisana, he tomado una decisión. He roto con Adán y quiero estar con Mateo. 

Lisana entrecerró los ojos, tratando de absorber la noticia. 

—¿Estás diciendo que dejaste a Adán para estar con él? ¿Con mi esposo? ¿Acaso te has vuelto loca?

—Sí —respondió Dana, sintiendo que su corazón latía con fuerza—. No puedo seguir con una relación que no me hace feliz. 

Lisana soltó una risa sarcástica. 

—¿Y crees que eso es suficiente? ¿Crees que puedes simplemente dejar a Adán y estar con Mateo como si nada? 

—No estoy tratando de hacer que nada parezca fácil, pero tengo que ser honesta con mis sentimientos —dijo Dana, sintiendo que la tensión en el aire aumentaba. 

Mateo dio un paso adelante, defendiendo a Dana. 

—No estamos aquí para pelear. Solo queremos que sepas la verdad. 

—¿Y qué pasa con mi matrimonio? —preguntó Lisana, su voz llena de ira—. ¿Qué pasa si Mateo se va contigo? ¿Y nuestra hija?

Dana sintió que su corazón se hundía. 

—No quiero destruir tu vida, Lisana. Pero no puedo seguir ocultando lo que siento. 

Lisana se quedó en silencio, procesando las palabras de Dana. Después de unos momentos, su expresión cambió. 

—¿Así que esto es lo que quieres? Estar con él, sin importar las consecuencias. 

—No, no es solo lo que quiero. Es lo que necesito —respondió Dana, sintiendo que la determinación la guiaba—. Y sé que esto no será fácil para nadie. 

La tensión en la habitación se sentía abrumadora. Lisana miró a Mateo, y luego a Dana, con una expresión que parecía una mezcla de dolor y resignación. 

—No sé si puedo aceptar esto —dijo Lisana, su voz temblando.

—Lo entiendo —dijo Mateo, sintiendo que la conversación estaba tomando un giro inesperado—. Pero necesitamos ser honestos el uno con el otro. 

Lisana respiró hondo, sintiendo que se le rompía el corazón. 

—No sé si estoy lista para perderlo todo —dijo, sintiendo que las lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos. 

—No estamos aquí para hacerte daño —dijo Dana, su voz suave—. Solo queremos que todos seamos felices, incluso tú. 

Melina estaba detrás de la puerta escuchando todo, en su cara corrió una lágrima. No hizo ruido, solo permaneció callada.