El aire de la noche era denso mientras Mateo, Dana y Adán salían de la casa deteriorada. La escena que habían encontrado en la habitación superior les había dejado más preguntas que respuestas. Sobre el suelo, una serie de objetos extraños: fotografías desgarradas de Lisana y Melina, una muñeca rota cubierta de pintura roja y una nota escrita con garabatos que decía: "El tiempo se acaba".
Adán guardó la nota en su bolsillo, su expresión reflejando una mezcla de preocupación y determinación.-Esto va más allá de lo que imaginábamos -dijo en voz baja, mirando a Mateo y Dana-. Lucas no solo está obsesionado con Lisana. Parece que está planeando algo, y no podemos quedarnos esperando.Dana asintió, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y furia.-Tenemos que proteger a Melina. Ella es la más vulnerable en esta sZoraida cerró la puerta de su apartamento con un ademán decidido. La desaparición de Melina había dejado un vacío, pero también pistas que, si nadie más estaba dispuesto a seguir, ella no dudaría en perseguir. Con una libreta en mano, empezó a ordenar mentalmente los eventos: la nota encontrada por Adán, las tensiones crecientes entre Lisana y Mateo, y las constantes apariciones de Lucas. Todo apuntaba a un rompecabezas que esperaba ser resuelto.Se sentó frente a su escritorio iluminado por una tenue lámpara de mesa. La habitación estaba repleta de un silencio que solo era interrumpido por el suave raspado del bolígrafo contra el papel. Mientras repasaba sus anotaciones, una idea se formó en su mente: las pistas no solo eran fragmentos al azar, sino piezas conectadas que alguien había dejado intencionalmente. Su corazón latía con fuerza, mezcla de antic
Mateo caminaba de un lado a otro en el salón, sus pasos resonaban en la madera como un eco de su furia contenida. Las palabras de Lisana seguían quemando su mente: respuestas evasivas, verdades a medias, y esa incapacidad de admitir lo evidente. Finalmente, explotó.-¡Ya basta, Lisana! -gritó, su voz cargada de rabia y desesperación-. No puedes seguir jugando conmigo. Sé que Melina no es mi hija. Lo descubrí, pero esperaba que tú fueras lo suficientemente valiente como para decírmelo.Lisana, sentada en el sofá con los ojos vidriosos, apretó los labios. Quiso responder, pero el peso de las palabras de Mateo la paralizó. Una lágrima resbaló por su mejilla.-Yo... no quería que te alejaras de nosotras -admitió, finalmente, su voz quebrada-. Tenía miedo de perderte, de que me odiaras.-¡Ya me perdiste! -Mateo golpeó la mesa con el
Mateo y Dana decidieron extender su viaje y visitar Boston, una ciudad más tranquila, pero no menos fascinante. Allí, recorrieron el histórico Freedom Trail, se maravillaron con la arquitectura de Beacon Hill y disfrutaron de una tarde navegando en el puerto.En Boston, Mateo comenzó a abrirse aún más. Durante una cena en un acogedor pub local, le confesó a Dana algo que había estado guardando.-¿Sabes? A veces me pregunto si estaba tan enfocado en tener una familia perfecta que no vi las señales. Quizás, en el fondo, sabía que algo no encajaba, pero elegí ignorarlo.Dana lo miró con ternura.-No puedes culparte por eso, Mateo. Todos queremos aferrarnos a las cosas que nos hacen felices. Pero lo importante es lo que haces ahora, con lo que sabes.En silencio, se sentaron en un muelle en el puerto de Boston, contemplando las luces reflejadas en el agu
La mañana en la casa de Zoraida llegó envuelta en un aire pesado, casi opresivo. Afuera, el sol intentaba abrirse paso entre las nubes grises, pero su luz apenas lograba filtrarse por las cortinas del ventanal. Adán había pasado la noche en vela, sentado en la mesa del comedor, con el cuaderno de tapas desgastadas frente a él. Había llenado páginas con fragmentos de recuerdos: una casa rodeada de árboles, el murmullo constante de un río cercano, la risa de una mujer que ahora parecía solo un eco lejano.Sobre la mesa, la foto y el medallón seguían allí, como testigos mudos de sus pensamientos. Cada vez que su mirada se posaba en ellos, una mezcla de incertidumbre y frustración lo invadía. Por su parte, Zoraida observaba, desde la cocina, sus manos ocupadas con el café, pero su mente atrapada en las posibles implicaciones de lo ocurrido. El mensaje dentro del sobre res
La oscuridad envolvía el camino mientras Zoraida y Adán avanzaban en el viejo auto, cuyas luces apenas lograban abrirse paso entre los árboles retorcidos que bordeaban la carretera. La tensión en el ambiente era palpable. Ninguno de los dos hablaba; sus pensamientos estaban demasiado ocupados procesando las revelaciones del día anterior. Adán miraba por la ventanilla, intentando reconocer algún rastro del lugar que habitaba en sus recuerdos fragmentados, mientras Zoraida mantenía sus manos firmes en el volante, su mirada fija al frente.El sonido del motor era el único acompañante hasta que Zoraida rompió el silencio:-Cuando lleguemos, no te apartes de mí -dijo, sin apartar la vista de la carretera-. Lucas es más peligroso de lo que crees, y no podemos permitirnos cometer errores.Adán asintió en silencio, aunque las palabras de Zoraida solo reforzaban la mezcla d
La luz del medallón parecía expandirse, cubriendo cada rincón de la casa, hasta que toda la habitación se llenó de un resplandor cegador. Adán podía sentir el pulso del medallón, como si su propio corazón estuviera sincronizado con el eco profundo del río. La conexión era indescriptible, una fuerza que lo arrastraba, lo invadía, pero también lo protegía. Era como si el objeto tuviera conciencia, como si supiera lo que debía suceder.Lucas retrocedió, su rostro retorcido por la frustración. No había anticipado que el medallón reaccionaría de esa manera. Los ojos de Zoraida brillaban con determinación, pero también con una sombra de preocupación.-¡Esto no es solo un medallón! -exclamó Zoraida, observando la luz intensificarse-. Este objeto tiene algo que ninguno de nosotros había imaginado
El río, agitado por la caída del medallón, parecía tomar vida propia. El agua burbujeaba con una intensidad casi sobrenatural, y el suelo bajo los pies de Adán vibraba levemente, como si todo el bosque respondiera al desbordante poder que se desataba. La luz del medallón se desvaneció lentamente, pero su resplandor había dejado una huella imborrable, marcando la atmósfera con una sensación palpable de cambio. Zoraida estaba al borde del agua, su rostro iluminado por las últimas chispas del medallón, sus ojos llenos de una mezcla de admiración y miedo. Había visto poderosas transformaciones antes, pero nunca algo como esto. Sabía que nada volvería a ser lo mismo. Adán, por su parte, respiraba con dificultad, aun procesando lo que había hecho. El río había reaccionado, sí, pero no solo al medallón. Había respondido a algo dentro de él, como si su propia esencia estuviera conectada a las aguas que ahora rugían furiosas. Lucas, por otro lado, observaba, con incredulidad, su
El eco de las palabras de su padre resonó en la mente de Adán como un trueno lejano, una tormenta que había estado gestándose en las sombras de su vida sin que él lo supiera. El río seguía su curso imperturbable, pero la atmósfera a su alrededor había cambiado irremediablemente. El aire se había cargado de una tensión palpable, como si el mismo universo estuviera esperando que alguien diera el siguiente paso. Lucas, inmóvil, parecía haber perdido toda capacidad de reacción. Sus ojos, antes llenos de furia, ahora estaban vacíos, reflejando una confusión profunda. El peso de las palabras de su padre, el conocimiento de la conexión que compartía con Adán, lo había dejado en un estado de shock. A cada segundo que pasaba, parecía más pequeño, más frágil, como si la revelación de su parentesco lo hubiera desgarrado por dentro. Adán no podía apartar la mirada de su padre, cuya figura seguía emergiendo de las aguas, como un espectro antiguo, lleno de dolor y arrepentimiento. ¿Cómo