Mateo y Dana decidieron extender su viaje y visitar Boston, una ciudad más tranquila, pero no menos fascinante. Allí, recorrieron el histórico Freedom Trail, se maravillaron con la arquitectura de Beacon Hill y disfrutaron de una tarde navegando en el puerto.
En Boston, Mateo comenzó a abrirse aún más. Durante una cena en un acogedor pub local, le confesó a Dana algo que había estado guardando. -¿Sabes? A veces me pregunto si estaba tan enfocado en tener una familia perfecta que no vi las señales. Quizás, en el fondo, sabía que algo no encajaba, pero elegí ignorarlo.Dana lo miró con ternura. -No puedes culparte por eso, Mateo. Todos queremos aferrarnos a las cosas que nos hacen felices. Pero lo importante es lo que haces ahora, con lo que sabes.En silencio, se sentaron en un muelle en el puerto de Boston, contemplando las luces reflejadas en el aguLa mañana en la casa de Zoraida llegó envuelta en un aire pesado, casi opresivo. Afuera, el sol intentaba abrirse paso entre las nubes grises, pero su luz apenas lograba filtrarse por las cortinas del ventanal. Adán había pasado la noche en vela, sentado en la mesa del comedor, con el cuaderno de tapas desgastadas frente a él. Había llenado páginas con fragmentos de recuerdos: una casa rodeada de árboles, el murmullo constante de un río cercano, la risa de una mujer que ahora parecía solo un eco lejano.Sobre la mesa, la foto y el medallón seguían allí, como testigos mudos de sus pensamientos. Cada vez que su mirada se posaba en ellos, una mezcla de incertidumbre y frustración lo invadía. Por su parte, Zoraida observaba, desde la cocina, sus manos ocupadas con el café, pero su mente atrapada en las posibles implicaciones de lo ocurrido. El mensaje dentro del sobre res
La oscuridad envolvía el camino mientras Zoraida y Adán avanzaban en el viejo auto, cuyas luces apenas lograban abrirse paso entre los árboles retorcidos que bordeaban la carretera. La tensión en el ambiente era palpable. Ninguno de los dos hablaba; sus pensamientos estaban demasiado ocupados procesando las revelaciones del día anterior. Adán miraba por la ventanilla, intentando reconocer algún rastro del lugar que habitaba en sus recuerdos fragmentados, mientras Zoraida mantenía sus manos firmes en el volante, su mirada fija al frente.El sonido del motor era el único acompañante hasta que Zoraida rompió el silencio:-Cuando lleguemos, no te apartes de mí -dijo, sin apartar la vista de la carretera-. Lucas es más peligroso de lo que crees, y no podemos permitirnos cometer errores.Adán asintió en silencio, aunque las palabras de Zoraida solo reforzaban la mezcla d
La luz del medallón parecía expandirse, cubriendo cada rincón de la casa, hasta que toda la habitación se llenó de un resplandor cegador. Adán podía sentir el pulso del medallón, como si su propio corazón estuviera sincronizado con el eco profundo del río. La conexión era indescriptible, una fuerza que lo arrastraba, lo invadía, pero también lo protegía. Era como si el objeto tuviera conciencia, como si supiera lo que debía suceder.Lucas retrocedió, su rostro retorcido por la frustración. No había anticipado que el medallón reaccionaría de esa manera. Los ojos de Zoraida brillaban con determinación, pero también con una sombra de preocupación.-¡Esto no es solo un medallón! -exclamó Zoraida, observando la luz intensificarse-. Este objeto tiene algo que ninguno de nosotros había imaginado
El río, agitado por la caída del medallón, parecía tomar vida propia. El agua burbujeaba con una intensidad casi sobrenatural, y el suelo bajo los pies de Adán vibraba levemente, como si todo el bosque respondiera al desbordante poder que se desataba. La luz del medallón se desvaneció lentamente, pero su resplandor había dejado una huella imborrable, marcando la atmósfera con una sensación palpable de cambio. Zoraida estaba al borde del agua, su rostro iluminado por las últimas chispas del medallón, sus ojos llenos de una mezcla de admiración y miedo. Había visto poderosas transformaciones antes, pero nunca algo como esto. Sabía que nada volvería a ser lo mismo. Adán, por su parte, respiraba con dificultad, aun procesando lo que había hecho. El río había reaccionado, sí, pero no solo al medallón. Había respondido a algo dentro de él, como si su propia esencia estuviera conectada a las aguas que ahora rugían furiosas. Lucas, por otro lado, observaba, con incredulidad, su
El eco de las palabras de su padre resonó en la mente de Adán como un trueno lejano, una tormenta que había estado gestándose en las sombras de su vida sin que él lo supiera. El río seguía su curso imperturbable, pero la atmósfera a su alrededor había cambiado irremediablemente. El aire se había cargado de una tensión palpable, como si el mismo universo estuviera esperando que alguien diera el siguiente paso. Lucas, inmóvil, parecía haber perdido toda capacidad de reacción. Sus ojos, antes llenos de furia, ahora estaban vacíos, reflejando una confusión profunda. El peso de las palabras de su padre, el conocimiento de la conexión que compartía con Adán, lo había dejado en un estado de shock. A cada segundo que pasaba, parecía más pequeño, más frágil, como si la revelación de su parentesco lo hubiera desgarrado por dentro. Adán no podía apartar la mirada de su padre, cuya figura seguía emergiendo de las aguas, como un espectro antiguo, lleno de dolor y arrepentimiento. ¿Cómo
El claro quedó en silencio, el murmullo del río ya no era tranquilizador. La presencia de la misteriosa mujer, aunque breve, había dejado una sensación de inquietud en el aire.Zoraida, Adán y Lucas, sin intercambiar más palabras, comenzaron a viajar de regreso hacia la ciudad. El peso de las revelaciones seguía cargándolos, pero el impulso de escapar de ese lugar, de huir de los ecos del pasado, los empujaba hacia adelante.A medida que avanzaban por el sendero que conducía al pueblo, el aire se volvía más fresco, pero el silencio entre ellos era palpable. Nadie sabía cómo empezar a procesar lo sucedido.Zoraida rompió el silencio primero. Su voz, aunque firme, traía consigo una tensión evidente.-No puedo creer lo que hemos descubierto. -Su mirada estaba fija en el suelo, como si buscara respuestas en las piedras que pisaba-. Mi abuela...
El amanecer llegó lento, como si el sol dudara en iluminar los secretos que la noche había revelado. La casa de Zoraida permanecía en silencio, salvo por los suspiros entrecortados que se escapaban mientras los tres enfrentaban la inevitable realidad de los pasos que habían decidido dar.Zoraida estaba en la cocina, moviendo distraídamente una cuchara en una taza de té ya frío. Sus pensamientos la arrastraban una y otra vez al contenido de la caja, a las palabras escritas por una mano temblorosa que había dejado un rastro imborrable de dolor y misterio. Cada línea de esa carta parecía estar cargada de culpa y advertencias veladas. Pero ahora, no había marcha atrás.Adán entró, con los ojos enrojecidos de una noche sin dormir. Se dejó caer en una silla, su cuerpo pesado por el cansancio y la incertidumbre.-Hablé con Lucas esta mañana -dijo, su voz &aa
El silencio en la habitación se volvía denso, como si el aire mismo estuviera impregnado de la tensión que Lucas llevaba consigo. Frente a él, Zoraida no hacía más que observarlo con una calma tensa. Sabía que algo no cuadraba con la desaparición de Melina, pero escuchar la verdad directamente de sus labios era otra cosa. Lucas, que se encontraba junto a la ventana, parecía estar buscando las palabras correctas, esas que le permitirían liberar la carga que llevaba dentro. Sus ojos se encontraron con los de Zoraida, y antes de que ella pudiera decir algo, él comenzó a hablar. -Sé que no te lo esperabas, pero no fui solo yo... -dijo Lucas, su voz vacilante, mirando al suelo, como si las palabras le costaran más de lo que había anticipado-. Fue Lisana. Ella fue quien lo planeó todo. Zoraida no mostró reacción inmediata. Había visto de todo a lo largo de los años, pero esto era algo que la dejaba sin palabras. Lucas continuó, sin atreverse, a mirarla. -Ella quería qu