El claro quedó en silencio, el murmullo del río ya no era tranquilizador. La presencia de la misteriosa mujer, aunque breve, había dejado una sensación de inquietud en el aire.
Zoraida, Adán y Lucas, sin intercambiar más palabras, comenzaron a viajar de regreso hacia la ciudad. El peso de las revelaciones seguía cargándolos, pero el impulso de escapar de ese lugar, de huir de los ecos del pasado, los empujaba hacia adelante.A medida que avanzaban por el sendero que conducía al pueblo, el aire se volvía más fresco, pero el silencio entre ellos era palpable. Nadie sabía cómo empezar a procesar lo sucedido.Zoraida rompió el silencio primero. Su voz, aunque firme, traía consigo una tensión evidente. -No puedo creer lo que hemos descubierto. -Su mirada estaba fija en el suelo, como si buscara respuestas en las piedras que pisaba-. Mi abuela...El amanecer llegó lento, como si el sol dudara en iluminar los secretos que la noche había revelado. La casa de Zoraida permanecía en silencio, salvo por los suspiros entrecortados que se escapaban mientras los tres enfrentaban la inevitable realidad de los pasos que habían decidido dar.Zoraida estaba en la cocina, moviendo distraídamente una cuchara en una taza de té ya frío. Sus pensamientos la arrastraban una y otra vez al contenido de la caja, a las palabras escritas por una mano temblorosa que había dejado un rastro imborrable de dolor y misterio. Cada línea de esa carta parecía estar cargada de culpa y advertencias veladas. Pero ahora, no había marcha atrás.Adán entró, con los ojos enrojecidos de una noche sin dormir. Se dejó caer en una silla, su cuerpo pesado por el cansancio y la incertidumbre.-Hablé con Lucas esta mañana -dijo, su voz &aa
El silencio en la habitación se volvía denso, como si el aire mismo estuviera impregnado de la tensión que Lucas llevaba consigo. Frente a él, Zoraida no hacía más que observarlo con una calma tensa. Sabía que algo no cuadraba con la desaparición de Melina, pero escuchar la verdad directamente de sus labios era otra cosa. Lucas, que se encontraba junto a la ventana, parecía estar buscando las palabras correctas, esas que le permitirían liberar la carga que llevaba dentro. Sus ojos se encontraron con los de Zoraida, y antes de que ella pudiera decir algo, él comenzó a hablar. -Sé que no te lo esperabas, pero no fui solo yo... -dijo Lucas, su voz vacilante, mirando al suelo, como si las palabras le costaran más de lo que había anticipado-. Fue Lisana. Ella fue quien lo planeó todo. Zoraida no mostró reacción inmediata. Había visto de todo a lo largo de los años, pero esto era algo que la dejaba sin palabras. Lucas continuó, sin atreverse, a mirarla. -Ella quería qu
El bullicio de Nueva York no se detendría nunca, pensaba Dana mientras observaba la ciudad desde la ventana del taxi. Las luces brillantes, el ajetreo de la gente, el sonido de los coches... todo era tan caótico y, al mismo tiempo, tan hipnotizante. Había algo en esa ciudad que la atraía, como si sus calles y edificios tuviesen una energía vibrante que la empujaba a avanzar, a seguir adelante, sin mirar atrás.Mateo, sentado a su lado, estaba inmerso en sus pensamientos, mirando la pantalla de su teléfono sin prestar mucha atención a lo que sucedía a su alrededor. Dana lo observaba de reojo, con la mente todavía procesando la confesión de Lucas. Había decidido no decírselo a Mateo aún. Aunque la verdad la devoraba por dentro, sabía que no sería justo revelarlo hasta que pudieran encontrar a Melina. Necesitaba tener algo de control sobre lo que sucedería a conti
La luz gris del amanecer se filtraba a través de las ventanas del hospital, creando una atmósfera tranquila pero cargada de una incertidumbre palpable. Dana estaba recostada en la cama, el silencio de la habitación contrastaba con el bullicio del mundo exterior. Su cuerpo aún estaba lleno de moretones y heridas, pero la carga más pesada era la que llevaba en su interior. La culpa la había estado atormentando desde el accidente. La decisión de no contarle a Mateo la verdad sobre la desaparición de Melina le había costado, y aún no sabía si era lo correcto. Los días transcurrían lentamente, pero su mente no descansaba.A su lado, Mateo estaba recostado en una silla, con su pierna inmovilizada en una férula. Parecía estar descansando, pero Dana sabía que su sufrimiento era mucho mayor de lo que él dejaba ver. La fractura en su pierna requeriría una cirug&ia
El sol despuntaba en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados que se reflejaban en el extenso mar de pastizales de los llanos. Melina abrió los ojos lentamente, sintiendo el suave crujido de la cama bajo su pequeño cuerpo. Durante unos segundos, parpadeó con confusión, hasta que recordó dónde estaba: la finca. Ese pensamiento la llenó de una mezcla de emociones, entre la tristeza de estar lejos de casa y una extraña chispa de curiosidad, por lo que el día le depararía.Se levantó descalza y caminó hacia la ventana, donde el vidrio empañado le devolvió un reflejo borroso. Abajo, en el patio, los primeros niños ya correteaban, y algunos caballos asomaban sus cabezas por encima de los establos. Melina frotó sus ojos y volvió a mirar su atuendo colgado junto a la puerta: su uniforme de joketa. Era un poco grande para ella, pero le encant
Melina se sentó en la esquina de su cama, mirando la puerta cerrada de la habitación. El reloj en la pared marcaba las dos de la tarde, y las horas parecían alargarse como si el tiempo mismo se burlara de su ansiedad. Desde la mañana había estado esperando, repasando mentalmente los rostros que podrían aparecer para verla: Mateo, Dana, Ana, Lisana... incluso Zoraida. Pero el pasillo seguía en silencio.Cuando el reloj anunció las tres, su esperanza comenzó a desmoronarse. Intentó distraerse leyendo un libro que había encontrado en la pequeña biblioteca del lugar, pero las palabras en la página se mezclaban con los recuerdos de su vida antes de todo esto. Recordó cómo solía ser el centro de la familia, cómo Mateo siempre había prometido cuidarla, y cómo Ana había sido como una madre para ella. Ahora, ni siquiera sus nombres resonaban en el a
El reloj marcaba las once de la noche cuando Lisana, nerviosa, se encerró en su habitación. Había logrado mantener la calma durante el interrogatorio con Adán y Zoraida, pero sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Con manos temblorosas, se puso la mano en el corazón, tal y como lo hacía desde que era niña, y marcó un número que había memorizado desde hacía tiempo.-Laura, ¡tenemos un problema! -dijo en cuanto la llamada fue respondida. Su voz era apenas un susurro, pero la urgencia en sus palabras era inconfundible.Al otro lado de la línea, Laura, la directora del centro donde Melina había estado todo este tiempo, respondió con un tono preocupado.-¿Qué sucede? ¿Acaso te han descubierto?-Todavía no -respondió, tratando de mantener la calma-, pero ellos están demasiado cerca. Han encontrado pista
El viento azotaba la carrocería de la camioneta con fuerza, y el silencio entre Zoraida y Adán parecía más pesado que nunca. Cada kilómetro recorrido en la oscuridad parecía alejarles aún más de la esperanza. El fracaso de la búsqueda en el centro seguía latente, y aunque intentaban ser racionales, el miedo y la frustración se apoderaban de ellos en cada momento. Adán, visiblemente tenso, rompió el silencio con voz rasposa, como si cada palabra estuviera cargada de impotencia. -Es obvio que Laura sabía que llegaríamos. Todo está planeado, Zoraida. Todo. -Sus ojos reflejaban la ira que le consumía-. Y lo peor es que lo sabían antes de que nosotros siquiera hiciéramos algo. Zoraida apretó con fuerza el volante, sus dedos palideciendo, y sus labios se comprimieron en una línea tensa. No pudo evitarlo, su voz salió quebrada. -Si solo tuviéramos algo más, alguien... un aliado en el centro. Pero... -La rabia y la impotencia salían de su pecho en forma de un suspiro pes