Esa mañana Lisana se acercó a la terraza de su habitación como lo hacía cada amanecer. Admiraba el tapete de vegetación que se alternaba con el naranja de los techos de las viviendas que se asomaban entre tanto verdor. A lo lejos, su mirada se detuvo en la casa de Lucas, aunque no quería acordarse de él, su pensamiento la traicionaba. Romper con su pasado era la decisión más acertada que había tomado en su corta vida, poner tierra de por medio le daría la ventaja que necesitaba para salvar su matrimonio.
La luz del sol tenía un brillo inusual que destacaba los reflejos de su larga cabellera. Vestía una elegante bata de seda, aunque no había dormido bien, ya estaba maquillada y peinada, lista para cambiarse de ropa y salir hacia el aeropuerto. Estaba revisando por cuarta vez el equipaje de su esposo cuando su madre entró a la habitación.
—Yo te hacía dormida, tu vuelo es en la tarde mi amor, ¿por qué no descansas un poco más? Ustedes dos necesitan despejarse, y además, tu padre y yo estaremos más tranquilos.
La mirada de Lisana se dirigió hacia el techo dejando ver lo blanco de sus ojos.
—Oye, mamá, ¿no ves que estoy ocupada? Quiero llevar las prendas indicadas, sobre todo quiero que a mi marido no le falte nada. Necesito que se sienta cómodo en nuestro nuevo hogar, todo tiene que ser perfecto.
—Si mi amor, te entiendo. Voy a pedir que te preparen un té para que puedas estar calmada—, la señora Ana sabía que si la contradecía no lograría nada, así que procuró ser paciente.
Con un gesto de su mano y arrugando los labios, se negó.
—Mira, ¿qué opinas? La verdad es que no sé si llevar este vestido —dice, mientras señala el vestido gris colgado cerca del espejo—. Pero, viéndolo bien, combina con el traje que he empacado para él. ¡Qué maravilla cuando estemos lejos de todo esto, lejos de esta pesadilla!
Su madre la observaba frunciendo el ceño, a sabiendas de que no estaba tan tranquila como le hacía creer. Su hija no podía engañarla bajo esa apariencia de normalidad.
—A ti todo lo que te pongas te luce, eres tan hermosa. Cuando te vi por primera vez supe que serías una verdadera princesa, la niña de mis ojos.
El teléfono sonaba sin parar y Lisana pudo presentir de quien se trataba. Su mandíbula se tensó y sus ojos miraron el aparato mientras deseaba que parara de aturdir.
Las ideas se cruzaban en su cabeza. Minutos antes, Mateo había salido al velorio del abuelo de Dana, lo que la puso de mal humor y muy nerviosa. Le advirtió que sería el último encuentro que tendría con esa mujer y ahora esto, aquella inoportuna llamada. Lo que planeaba era llevarlo lejos, aprovechando que Dana había anunciado que se casaría con Adán.
—Mira, ¿es que no piensas atender el teléfono?, ¿puedo responder? —dijo Ana.
Lisana suelta con brusquedad la ropa que tiene en sus manos y responde la llamada.
—Aló —dijo a secas.
—Soy yo, quiero que vengas en este momento.
Sus ojos se abrieron aún más al escuchar aquella voz. Algo se estremeció dentro de ella al confirmar que era Lucas.
—No, no voy a ir, no vas a verme más nunca —gritó, mientras le temblaban las manos.
—¿Qué estás diciendo? No sabes lo que dices. Tú necesitas un cariño mío, así se te quitan esos nervios que tienes.
Pensaba tan rápido que se quedó muda, no quería que ese hombre dañara sus planes y menos que sospechara que se iba a otro país para siempre.
El tono de él era suave y melodioso, seguro de cada una de las palabras que pronunciaba.
La madre de Lisana tomó el teléfono, mientras caminaba por la habitación visiblemente consternada.
—Oiga, habla la madre de Lisana, por favor deje tranquila a mi hija. No vuelva a llamar —dijo, bastante alterada.
—Señora, más le vale que no se inmiscuya en nuestros asuntos. Su hija y yo aún tenemos mucho por hablar. Nuestra historia debe continuar.
—No la moleste más, déjela tranquila, no voy a permitir que acabe con ella —alcanzó a decir mientras su voz se entrecortaba.
La señora estaba dispuesta a defender a su hija de aquel hombre.
—Dígale que la estoy esperando, que en media hora tiene que estar aquí en mi casa.
—No irá. Ya le dijo que no iría. No insista, se lo prohíbo.
—Vendrá, señora, porque Lisana sabe de lo que soy capaz, si no me obedece; si no pregúntale, ella se lo confirmará. Ese secreto que ella ha estado ocultando se va a saber, no tengo por qué callarme.
—No, usted no puede amenazarla, ella no está sola.
—¿Qué no puedo? —dice, entre una risa sarcástica tan insoportable que provoca náuseas en la señora—. Claro que puedo, doña. A mí no me importa que se sepa, es más, me resultaría muy divertido decirle la verdad en su cara a Mateo.
El caso es que Lisana quería alejarse de todo, en especial de la influencia que ejercía Lucas sobre ella, solo deseaba ser feliz con su esposo en un país lejano.
Ana se deja caer sobre la cama y suelta el teléfono, su rostro está pálido y la atención de su hija se centra en su bienestar.
—¿Te sientes bien?, ¡Mamá!, responde.
El rostro de Lucas resplandecía al escuchar el malestar que causaba en ellas y disfrutaba imaginando lo que estaba ocurriendo en aquella habitación.
Lisana tomó el teléfono y lo aventó contra la pared mientras gritó:
—¡Basta! ¡Fuera de mi vida!, ¡te odio!
Las lágrimas corrieron por sus mejillas y las retiró con brusquedad usando ambas manos.
—Voy a tener que ir, de otro modo puede aparecerse aquí y será peor. No voy a asumir el riesgo.
—No te arriesgues faltando tan poco, piensa, hija, piensa.
—Yo sé cómo manejarlo, no me tomará mucho tiempo. Quédate pendiente de todo, ya regreso.
Batiendo su pelo frente al espejo, se vistió con un enterizo del tono de su piel y se colocó los accesorios que reposaban en el cajón de su cómoda.
—¿Qué digo si tu marido pregunta dónde estás?
—Nada, no digas nada. La casa de Lucas está a pocas cuadras, voy y vengo rápido. Debe estar despertando de una noche de excesos, que sé yo. Estoy acostumbrada a entrar y salir ilesa de su turbulento mundo; deja que lo resuelva.
Con movimientos bruscos terminó de arreglarse, tomó el bolso y las llaves de su auto saliendo de la habitación.
Mientras atravesaba el pasillo para bajar a la planta baja, las palabras de su madre hacían eco en su cabeza. Lucas se negaba a salir de su vida, se había convertido en un obstáculo que se interponía en su camino a la felicidad. Sus padres se lo advirtieron desde que lo trajo a casa por primera vez y ahora cargaba con el peso de una decisión errada. Sin embargo, no podía dejar de admitir que sin su ayuda ella no sería en la actualidad la esposa de Mateo.
La complicidad de ambos traspasó los límites en su juventud, y en un inicio se ocupaban de travesuras menores. La adrenalina se apoderó de sus cuerpos y cada vez querían más. Las quejas de los vecinos alertaron de sus locuras, sin remedio. Sus irresponsables acciones escalaron hasta el punto de cometer un delito que los ataría, un secreto que juraron llevarse con ellos a la tumba y del que se jactaban cuando estaban a solas.
El día anterior, el abuelo de Dana estaba en su lecho de muerte y había pedido verlas. Necesitaba pedirles perdón a Vicky y a su querida nieta. Le insistió tanto a su hijo Ángel que este no se pudo negar a cumplir su último deseo a pesar de que estaba consciente de que quizás no accederán ir a verlo. Su padre se había ganado el desprecio de ambas, por la manera en que se comportó en el pasado.—Perdona la hora, hija. Mi padre está muy mal, está muy grave. Te pido que vengas, te lo suplico, Dana. Ya Vicky viene en camino, aunque es tarde ya, dudo que alcance a pasar la noche, ya mañana será muy tarde.Aunque sorprendida por la terrible noticia, no dudó en ir a cumplir con su deber. Pocas veces se había negado a ayudar a los demás y menos podía permitirse quedar con semejante remordimiento. Su corazón era noble, siempre dispuesto a olvidar, y hace mucho que había perdonado los desprecios de su abuelo paterno.—Sí, sí, claro, papá, enseguida voy para allá, hazle saber que en unos minutos
Dana ingresó a la funeraria y fue a la sala de descanso a dejar sus cosas, se detuvo frente al espejo, lucía confundida y con falta de sueño, aunque impecable en presencia: vestida con un conjunto negro, lucía muy elegante. Zoraida siempre sintió un poco de rabia al ver que su hermana era delgada y hermosa de pies a cabeza. Los comentarios siempre eran los mismos, la habían herido en lo más profundo de su corazón, no faltaba quien al conocerlas dijera que no se parecían en nada. No obstante, Zoraida buscó un espacio en el cual destacar. Vivía con un libro debajo del brazo, construyó su propia imagen de mujer inteligente y culta, aspecto que le permitió hacer que sus comentarios y opiniones tuvieran la debida aceptación. —Hermana, ¿cómo te sientes? Yo sé perfectamente bien que este no es el momento para hacerte reproches, pero la verdad es que tú deberías decidir tu vida, no es bueno que vayan tras de ti esos dos hombres. Mira, me tiemblan las manos de solo pensar que en cualquier mo
El corazón de Mateo latía con fuerza, sus labios húmedos deseaban besarla, pero se contuvo, su risa era nerviosa mientras la miraba una y otra vez.—Eres maravillosa, siempre te lo dije, desde el primer día que te vi. —La mirada de Mateo recorrió el cuerpo de su amada con deseo—.—Lo hago por mí, no es lo que piensas, no tiene que ver contigo. No puedo entregarme a otro hombre, es eso —susurraba. —Mi amor, podemos ser felices, déjame demostrarte que es verdad —dijo, en tono de súplica.—No he olvidado lo que me hiciste, sufrí mucho por tu abandono —aclara.—Solo me casé porque esa mujer esperaba un hijo mío, no siento nada por ella, vivimos en cuartos separados.—Yo también estaba esperando un hijo tuyo y no te importó —reclamó, volteando la mirada.—Lo supe después, si solo me lo hubieses dicho, me lo ocultaste.Ella ocultó su embarazo, nunca le dijo la verdad. Mateo se enteró demasiado tarde. Esa noche, en la sala de parto estaban ambas. Se embarazaron en fechas próximas y el desti
Dana salió de la sala del velorio y se dirigió al jardín de la funeraria. El aire fresco le dio un respiro momentáneo, y sintió que su mente se aclaraba. Era un lugar tranquilo, alejado del bullicio de la sala llena de gente. Al fondo, vio a Mateo de pie, con la mirada perdida en el horizonte. Su corazón dio un vuelco. Se acercó lentamente, sintiendo cada avance como un paso hacia lo desconocido.—Mateo —lo llamó, y él se volvió hacia ella, sus ojos llenos de sorpresa y esperanza al verla la conmovieron.—Dana, no pensaba que vendrías. Estaba a punto de irme.—Necesitaba hablar contigo. Mateo la miró con expectación, como si sus palabras fuesen la salvación que había estado esperando. —¿Qué pasa? —preguntó, su voz era suave.Dana tomó aire, sintiendo el peso de cada palabra que estaba a punto de pronunciar. —No puedo seguir ignorando lo que siento —las palabras salían de su boca a la par que se sonreía—. Debo ser honesta contigo.Mateo dio un paso hacia ella, acercándose más. —¿L
Después de romper con Adán, Dana se sintió como si se hubiera liberado su pecho, aunque al mismo tiempo, la tristeza la invadía. Cortar el vínculo con una persona tan importante en su vida era extraño para ella, sabía que su decisión lo había lastimado y no podía retenerlo más por mucho que lo necesitara. Le costó dejarlo ir.Al llegar a casa, se encontró con Zoraida. —¿Cómo te fue? —preguntó su hermana, con una expresión de preocupación.—He hablado con Adán. No voy a casarme con él, rompimos. Zoraida se quedó en silencio, sorprendida. —¿Mateo? ¿Qué pasó? ¿Volviste con él, verdad? —dijo ansiosa—, sin poder ocultar lo mucho que se alegraba de la noticia.—Voy a buscarlo. Necesito hablar con él, quiero contarle.La ansiedad la cegó, no pudo ver lo que era tan obvio. —Dana, ten cuidado. No quiero que te lastimen otra vez. Ve despacio, ya sabes cómo son los hombres, ¿qué sabes tú si ya Lisana lo convenció?—No me digas eso, me muero, te lo juro. No puedes hacerme eso de nuevo. Tengo
El ambiente se tornó tenso mientras Lisana luchaba con sus emociones. Finalmente, se pasó la mano por el rostro, tratando de calmarse. —No puedo creer que esto esté sucediendo. —Su voz era un susurro, casi inaudible. —Lisana, sé que esto es difícil —dijo Mateo, sintiendo que la situación se tornaba más compleja—. No quiero seguir viviendo en una mentira, ¿podemos pasar? —No, es mejor resolver esto acá afuera. ¿Y qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó Lisana, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. Dana sintió una punzada, la compasión afloró al ver a Lisana tan vulnerable. —No estoy aquí para menospreciar tus sentimientos. Solo quiero que entiendas que no puedo seguir adelante con Adán y que estoy dispuesta a enfrentar lo que venga. Lisana se quedó en silencio, procesando las palabras de Dana. Al fin, pareció resignarse. —Esta es una situación horrible. No sé cómo enfrentar lo que está pasando. Mateo dio un paso hacia Lisana. —No quiero que esto termine en resentim
La vida continuó su curso, y aunque había mucho por hacer, Dana se sentía más fuerte que nunca. Había aprendido a ser honesta consigo misma y a enfrentar sus emociones. Un día, mientras conversaba con Zoraida en la cocina, esta le hizo una pregunta. —¿Y Mateo? Ya han pasado varios meses y ustedes siguen igual, ¿tienen planes de boda? Estamos ansiosos por saber.Dana se detuvo a pensar. —Sí, estoy segura de que en cualquier momento me lo pide. Nunca he sido tan feliz, hermana. Zoraida sonrió, sintiendo que su hermana había encontrado su camino y que por fin Adán estaba del todo libre. —Me alegra escuchar eso. Siempre quise que fueras feliz, ¿no te ha escrito Adán? Dana abrazó a su hermana, sintiendo una profunda conexión. —Gracias por tu apoyo, siempre lo he necesitado. Si supieras que más nunca me escribió, desapareció del todo. Supongo que tú sí lo has visto.—Sí, a veces me escribe y el otro día pasó por mi trabajo.Los días pasaron, y cuando menos lo esperaban, Dana y Mateo
La celebración había comenzado como una noche mágica, llena de luces, música y alegría. Sin embargo, el ambiente había cambiado de forma abrupta. Las risas se apagaron, reemplazadas por murmullos tensos y llamadas desesperadas al nombre de Melina. Un aire de preocupación y pánico se extendió como un virus entre los asistentes.Dana y Lisana lideraban la búsqueda, recorriendo cada rincón del lugar. Cada sombra y cada rincón oscuro se sentía como una amenaza, y la incertidumbre pesaba sobre ellas como una losa.—¿Y si le ha pasado algo? —murmuró Lisana, con la voz rota. Las lágrimas amenazaban con desbordarse de sus ojos, y su ansiedad era palpable.Dana, aunque igual de preocupada, trató de mantener la calma por ambas.—No, no pienses así. Tiene que estar cerca. Solo tenemos que buscar con más cuidado. —Su tono era firme, pero su corazón latía desbocado.Mateo, quien había estado revisando los pasillos del salón, llegó corriendo hacia ellas. Su rostro reflejaba una mezcla de preocupaci