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Capítulo 4: El Dilema

El corazón de Mateo latía con fuerza, sus labios húmedos deseaban besarla, pero se contuvo, su risa era nerviosa mientras la miraba una y otra vez.

—Eres maravillosa, siempre te lo dije, desde el primer día que te vi. —La mirada de Mateo recorrió el cuerpo de su amada con deseo—.

—Lo hago por mí, no es lo que piensas, no tiene que ver contigo. No puedo entregarme a otro hombre, es eso —susurraba. 

—Mi amor, podemos ser felices, déjame demostrarte que es verdad —dijo, en tono de súplica.

—No he olvidado lo que me hiciste, sufrí mucho por tu abandono —aclara.

—Solo me casé porque esa mujer esperaba un hijo mío, no siento nada por ella, vivimos en cuartos separados.

—Yo también estaba esperando un hijo tuyo y no te importó —reclamó, volteando la mirada.

—Lo supe después, si solo me lo hubieses dicho, me lo ocultaste.

Ella ocultó su embarazo, nunca le dijo la verdad. Mateo se enteró demasiado tarde. Esa noche, en la sala de parto estaban ambas. Se embarazaron en fechas próximas y el destino quiso que dieran a luz el mismo día. Lisana tuvo a una hermosa niña, a quien llamaron Melina. Dana no corrió con la misma fortuna, era un varón, los médicos no pudieron salvarlo. 

—Dejemos que todo quede en el pasado, vete y trata de ser feliz. Ya hemos sufrido bastante y tengo que definir mi situación —reprochó.

—No importa lo que digas, sé que me amas y esta es tu manera de demostrarlo. Me haces tan feliz aunque decidas no aceptarme en tu vida. Me iba a volver loco de solo pensar que Adán pusiera sus manos sobre ti, eres mía y siempre lo serás —dijo tan rápido y con tanta emoción que por un momento olvidó dónde se encontraban.

—Baja la voz y deja de gesticular que la gente nos mira. Él ha sido mi apoyo y mi amigo, debo encontrar la manera de decirle que debemos terminar, quiero estar sola.

La mirada de él había cambiado, las palabras de su amada le devolvieron la alegría. Ahora, se sentía con motivos suficientes para luchar, no se daría por vencido. 

—Disculpen la interrupción, nosotras vamos a ir por acá cerca a comer algo, ¿quieres venir con nosotros?

—No, Becky, quiero estar acá un poco más. Dile a mi madre que gracias y que no se preocupe, no quiero irme sin Zoraida, ¿la han visto?

—No, debe estar por allí. En todo caso, si quieres podemos esperarte un rato más —dijo Becky, mientras miraba a Mateo.

—Yo pienso que no deberían dejar a Dana sola en este momento. Más bien, dile a Vicky que venga a sentarse junto a su hija, yo debo irme a casa, tengo algo urgente que hablar con Lisana —dijo Mateo, aguantando las ganas de quedarse un rato más.

Zoraida caminó entre la gente con la cabeza entre los hombros, apenas levantó la mirada cuando vio la entrada del local donde la esperaba Adán. 

—Siéntate, no te voy a quitar mucho tiempo.

—Adán, por favor, por última vez, te lo ruego, no nos deben ver juntos. No sé cómo voy a explicar mi ausencia. Ya deben haber notado que salí.

Sus palabras atropelladas le hacen gracia a Adán.

—Deja los nervios. Solo quiero que me digas la verdad, ¿qué te ha dicho tu hermana?, no sé si estoy haciendo el ridículo con esto de la boda.

—Tienes que hablar con ella, yo sé lo mismo que tú —le reclamó. 

—Creo que cometí un error al fijarme en ella.

—Ya es tarde, tienen un compromiso.

Zoraida se levantó y caminó a prisa de regreso a la funeraria dejándolo con la palabra en la boca.

El ambiente en la sala del velorio se sentía tenso y cargado de emociones. La gente murmuraba, compartiendo anécdotas del abuelo de Dana mientras otros se aferraban a sus teléfonos móviles, tratando de mantenerse ocupados en medio de la tristeza. Dana se sentía atrapada en un torbellino de sentimientos contradictorios, pero lo que más la inquietaba era su relación con Mateo y la presión que sentía por parte de Adán.

La llegada de Zoraida era un alivio. Se acercó con una expresión de preocupación.

—¿Estás bien? Te he estado buscando —dijo Zoraida, tomando la mano de su hermana.

—No del todo, tengo muchas cosas en la cabeza. No sé cómo enfrentar todo esto.

Zoraida miró a su alrededor, asegurándose de que nadie estuviera prestando atención. 

—¿Y Mateo? ¿Qué te dijo? 

—Me dijo que se iba a ir, que no quería estar aquí durante mi boda con Adán. 

Dana vaciló, recordando la intensidad de la mirada de Mateo y el deseo que había en ella de volver a estar con él.

—No sé qué siento. 

—¿No sabes qué sientes? ¿O no quieres admitir lo que sientes? —preguntó Zoraida, con una mezcla de preocupación y frustración.

Dana sintió que su corazón latía con fuerza. Las palabras de Zoraida la retumbaban en la cabeza. 

—No quiero hacerle daño a nadie. Adán ha estado a mi lado y se preocupa por mí. 

—¿Y qué pasa con Mateo? —insistió Zoraida—. ¿Qué hay de la felicidad que sientes cuando estás con él?

Dana se quedó en silencio, recordando cada momento compartido con Mateo. Las miradas cómplices, el calor de su abrazo; pero, también recordó la traición, el dolor que había sentido cuando él se casó con Lisana.

—No es tan simple, Zoraida. Hay tantas cosas en juego. 

Zoraida suspiró, frustrada.

—A veces, la felicidad no es sencilla, Dana. Si sigues en esta encrucijada, terminarás lastimando a todos, incluso a ti misma. 

Dana sintió que se le encogía el estómago. Tenía que tomar una decisión, y sabía que no podía evitarlo más tiempo. 

—Voy a hablar con Mateo —dijo, con una resolución que no sentía del todo. Espero que no se haya ido.

—¿Ahora? —preguntó Zoraida, sorprendida.

—Sí, ahora. No puedo seguir escondiendo lo que siento. 

Mientras Dana se alejaba, Zoraida la observó, preocupada. Sabía que su hermana estaba a punto de enfrentarse a un dilema que podría cambiarlo todo.

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