El corazón de Mateo latía con fuerza, sus labios húmedos deseaban besarla, pero se contuvo, su risa era nerviosa mientras la miraba una y otra vez.
—Eres maravillosa, siempre te lo dije, desde el primer día que te vi. —La mirada de Mateo recorrió el cuerpo de su amada con deseo—.
—Lo hago por mí, no es lo que piensas, no tiene que ver contigo. No puedo entregarme a otro hombre, es eso —susurraba.
—Mi amor, podemos ser felices, déjame demostrarte que es verdad —dijo, en tono de súplica.
—No he olvidado lo que me hiciste, sufrí mucho por tu abandono —aclara.
—Solo me casé porque esa mujer esperaba un hijo mío, no siento nada por ella, vivimos en cuartos separados.
—Yo también estaba esperando un hijo tuyo y no te importó —reclamó, volteando la mirada.
—Lo supe después, si solo me lo hubieses dicho, me lo ocultaste.
Ella ocultó su embarazo, nunca le dijo la verdad. Mateo se enteró demasiado tarde. Esa noche, en la sala de parto estaban ambas. Se embarazaron en fechas próximas y el destino quiso que dieran a luz el mismo día. Lisana tuvo a una hermosa niña, a quien llamaron Melina. Dana no corrió con la misma fortuna, era un varón, los médicos no pudieron salvarlo.
—Dejemos que todo quede en el pasado, vete y trata de ser feliz. Ya hemos sufrido bastante y tengo que definir mi situación —reprochó.
—No importa lo que digas, sé que me amas y esta es tu manera de demostrarlo. Me haces tan feliz aunque decidas no aceptarme en tu vida. Me iba a volver loco de solo pensar que Adán pusiera sus manos sobre ti, eres mía y siempre lo serás —dijo tan rápido y con tanta emoción que por un momento olvidó dónde se encontraban.
—Baja la voz y deja de gesticular que la gente nos mira. Él ha sido mi apoyo y mi amigo, debo encontrar la manera de decirle que debemos terminar, quiero estar sola.
La mirada de él había cambiado, las palabras de su amada le devolvieron la alegría. Ahora, se sentía con motivos suficientes para luchar, no se daría por vencido.
—Disculpen la interrupción, nosotras vamos a ir por acá cerca a comer algo, ¿quieres venir con nosotros?
—No, Becky, quiero estar acá un poco más. Dile a mi madre que gracias y que no se preocupe, no quiero irme sin Zoraida, ¿la han visto?
—No, debe estar por allí. En todo caso, si quieres podemos esperarte un rato más —dijo Becky, mientras miraba a Mateo.
—Yo pienso que no deberían dejar a Dana sola en este momento. Más bien, dile a Vicky que venga a sentarse junto a su hija, yo debo irme a casa, tengo algo urgente que hablar con Lisana —dijo Mateo, aguantando las ganas de quedarse un rato más.
Zoraida caminó entre la gente con la cabeza entre los hombros, apenas levantó la mirada cuando vio la entrada del local donde la esperaba Adán.
—Siéntate, no te voy a quitar mucho tiempo.
—Adán, por favor, por última vez, te lo ruego, no nos deben ver juntos. No sé cómo voy a explicar mi ausencia. Ya deben haber notado que salí.
Sus palabras atropelladas le hacen gracia a Adán.
—Deja los nervios. Solo quiero que me digas la verdad, ¿qué te ha dicho tu hermana?, no sé si estoy haciendo el ridículo con esto de la boda.
—Tienes que hablar con ella, yo sé lo mismo que tú —le reclamó.
—Creo que cometí un error al fijarme en ella.
—Ya es tarde, tienen un compromiso.
Zoraida se levantó y caminó a prisa de regreso a la funeraria dejándolo con la palabra en la boca.
El ambiente en la sala del velorio se sentía tenso y cargado de emociones. La gente murmuraba, compartiendo anécdotas del abuelo de Dana mientras otros se aferraban a sus teléfonos móviles, tratando de mantenerse ocupados en medio de la tristeza. Dana se sentía atrapada en un torbellino de sentimientos contradictorios, pero lo que más la inquietaba era su relación con Mateo y la presión que sentía por parte de Adán.
La llegada de Zoraida era un alivio. Se acercó con una expresión de preocupación.
—¿Estás bien? Te he estado buscando —dijo Zoraida, tomando la mano de su hermana.
—No del todo, tengo muchas cosas en la cabeza. No sé cómo enfrentar todo esto.
Zoraida miró a su alrededor, asegurándose de que nadie estuviera prestando atención.
—¿Y Mateo? ¿Qué te dijo?
—Me dijo que se iba a ir, que no quería estar aquí durante mi boda con Adán.
Dana vaciló, recordando la intensidad de la mirada de Mateo y el deseo que había en ella de volver a estar con él.
—No sé qué siento.
—¿No sabes qué sientes? ¿O no quieres admitir lo que sientes? —preguntó Zoraida, con una mezcla de preocupación y frustración.
Dana sintió que su corazón latía con fuerza. Las palabras de Zoraida la retumbaban en la cabeza.
—No quiero hacerle daño a nadie. Adán ha estado a mi lado y se preocupa por mí.
—¿Y qué pasa con Mateo? —insistió Zoraida—. ¿Qué hay de la felicidad que sientes cuando estás con él?
Dana se quedó en silencio, recordando cada momento compartido con Mateo. Las miradas cómplices, el calor de su abrazo; pero, también recordó la traición, el dolor que había sentido cuando él se casó con Lisana.
—No es tan simple, Zoraida. Hay tantas cosas en juego.
Zoraida suspiró, frustrada.
—A veces, la felicidad no es sencilla, Dana. Si sigues en esta encrucijada, terminarás lastimando a todos, incluso a ti misma.
Dana sintió que se le encogía el estómago. Tenía que tomar una decisión, y sabía que no podía evitarlo más tiempo.
—Voy a hablar con Mateo —dijo, con una resolución que no sentía del todo. Espero que no se haya ido.
—¿Ahora? —preguntó Zoraida, sorprendida.
—Sí, ahora. No puedo seguir escondiendo lo que siento.
Mientras Dana se alejaba, Zoraida la observó, preocupada. Sabía que su hermana estaba a punto de enfrentarse a un dilema que podría cambiarlo todo.
Dana salió de la sala del velorio y se dirigió al jardín de la funeraria. El aire fresco le dio un respiro momentáneo, y sintió que su mente se aclaraba. Era un lugar tranquilo, alejado del bullicio de la sala llena de gente. Al fondo, vio a Mateo de pie, con la mirada perdida en el horizonte. Su corazón dio un vuelco. Se acercó lentamente, sintiendo cada avance como un paso hacia lo desconocido.—Mateo —lo llamó, y él se volvió hacia ella, sus ojos llenos de sorpresa y esperanza al verla la conmovieron.—Dana, no pensaba que vendrías. Estaba a punto de irme.—Necesitaba hablar contigo. Mateo la miró con expectación, como si sus palabras fuesen la salvación que había estado esperando. —¿Qué pasa? —preguntó, su voz era suave.Dana tomó aire, sintiendo el peso de cada palabra que estaba a punto de pronunciar. —No puedo seguir ignorando lo que siento —las palabras salían de su boca a la par que se sonreía—. Debo ser honesta contigo.Mateo dio un paso hacia ella, acercándose más. —¿L
Después de romper con Adán, Dana se sintió como si se hubiera liberado su pecho, aunque al mismo tiempo, la tristeza la invadía. Cortar el vínculo con una persona tan importante en su vida era extraño para ella, sabía que su decisión lo había lastimado y no podía retenerlo más por mucho que lo necesitara. Le costó dejarlo ir.Al llegar a casa, se encontró con Zoraida. —¿Cómo te fue? —preguntó su hermana, con una expresión de preocupación.—He hablado con Adán. No voy a casarme con él, rompimos. Zoraida se quedó en silencio, sorprendida. —¿Mateo? ¿Qué pasó? ¿Volviste con él, verdad? —dijo ansiosa—, sin poder ocultar lo mucho que se alegraba de la noticia.—Voy a buscarlo. Necesito hablar con él, quiero contarle.La ansiedad la cegó, no pudo ver lo que era tan obvio. —Dana, ten cuidado. No quiero que te lastimen otra vez. Ve despacio, ya sabes cómo son los hombres, ¿qué sabes tú si ya Lisana lo convenció?—No me digas eso, me muero, te lo juro. No puedes hacerme eso de nuevo. Tengo
El ambiente se tornó tenso mientras Lisana luchaba con sus emociones. Finalmente, se pasó la mano por el rostro, tratando de calmarse. —No puedo creer que esto esté sucediendo. —Su voz era un susurro, casi inaudible. —Lisana, sé que esto es difícil —dijo Mateo, sintiendo que la situación se tornaba más compleja—. No quiero seguir viviendo en una mentira, ¿podemos pasar? —No, es mejor resolver esto acá afuera. ¿Y qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó Lisana, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. Dana sintió una punzada, la compasión afloró al ver a Lisana tan vulnerable. —No estoy aquí para menospreciar tus sentimientos. Solo quiero que entiendas que no puedo seguir adelante con Adán y que estoy dispuesta a enfrentar lo que venga. Lisana se quedó en silencio, procesando las palabras de Dana. Al fin, pareció resignarse. —Esta es una situación horrible. No sé cómo enfrentar lo que está pasando. Mateo dio un paso hacia Lisana. —No quiero que esto termine en resentim
La vida continuó su curso, y aunque había mucho por hacer, Dana se sentía más fuerte que nunca. Había aprendido a ser honesta consigo misma y a enfrentar sus emociones. Un día, mientras conversaba con Zoraida en la cocina, esta le hizo una pregunta. —¿Y Mateo? Ya han pasado varios meses y ustedes siguen igual, ¿tienen planes de boda? Estamos ansiosos por saber.Dana se detuvo a pensar. —Sí, estoy segura de que en cualquier momento me lo pide. Nunca he sido tan feliz, hermana. Zoraida sonrió, sintiendo que su hermana había encontrado su camino y que por fin Adán estaba del todo libre. —Me alegra escuchar eso. Siempre quise que fueras feliz, ¿no te ha escrito Adán? Dana abrazó a su hermana, sintiendo una profunda conexión. —Gracias por tu apoyo, siempre lo he necesitado. Si supieras que más nunca me escribió, desapareció del todo. Supongo que tú sí lo has visto.—Sí, a veces me escribe y el otro día pasó por mi trabajo.Los días pasaron, y cuando menos lo esperaban, Dana y Mateo
La celebración había comenzado como una noche mágica, llena de luces, música y alegría. Sin embargo, el ambiente había cambiado de forma abrupta. Las risas se apagaron, reemplazadas por murmullos tensos y llamadas desesperadas al nombre de Melina. Un aire de preocupación y pánico se extendió como un virus entre los asistentes.Dana y Lisana lideraban la búsqueda, recorriendo cada rincón del lugar. Cada sombra y cada rincón oscuro se sentía como una amenaza, y la incertidumbre pesaba sobre ellas como una losa.—¿Y si le ha pasado algo? —murmuró Lisana, con la voz rota. Las lágrimas amenazaban con desbordarse de sus ojos, y su ansiedad era palpable.Dana, aunque igual de preocupada, trató de mantener la calma por ambas.—No, no pienses así. Tiene que estar cerca. Solo tenemos que buscar con más cuidado. —Su tono era firme, pero su corazón latía desbocado.Mateo, quien había estado revisando los pasillos del salón, llegó corriendo hacia ellas. Su rostro reflejaba una mezcla de preocupaci
El aire era pesado y frío, con un silencio interrumpido únicamente por el murmullo distante del agua goteando. Melina, temblando, estaba acurrucada en una esquina, sus grandes ojos tratando de adaptarse a la penumbra. El lugar era desconocido, una habitación improvisada con paredes de concreto y una pequeña ventana cubierta por tablones que apenas dejaban entrar la luz de la luna.—¿Por qué estoy aquí? —preguntó con un hilo de voz.Del otro lado de la habitación, una figura emergió de las sombras. Era Lucas. Su rostro, normalmente inofensivo, estaba marcado por una mezcla de tensión y algo más profundo, más oscuro.—No tienes nada de que preocuparte, pequeña —dijo con una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora, pero que solo añadía más miedo al corazón de Melina. Se arrodilló a su altura, manteniendo una distancia que parecía calculada—. Necesitaba que estuvieras aquí. No podía dejar que ellos siguieran escondiéndote la verdad.Melina no entendía lo que decía, pero su instinto le d
La casa parecía contener la respiración, un silencio pesado lo invadía todo, roto únicamente por los murmullos bajos de los policías que iban y venían, sus radios emitiendo crujidos inconstantes. Mateo estaba en la sala, con el rostro pálido y tenso. Sus manos temblaban levemente mientras revisaba una y otra vez las mismas hojas de información, como si al hacerlo pudiera encontrar una pista milagrosa que los hubiera pasado por alto. Había exigido a los agentes que revisaran cada rincón de la ciudad, cada callejón olvidado y cada edificio abandonado. Su voz, aunque firme, llevaba un tono desesperado que traicionaba su fragilidad. El miedo era un cuchillo que lo atravesaba con cada minuto que pasaba. ¿Y si ya era demasiado tarde? ¿Y si Melina estaba más lejos de lo que podían alcanzar? En el sofá, Lisana permanecía inmóvil, pero su cuerpo hablaba por ella. Sus hombros caídos y su mirada perdida eran el reflejo de una culpa corrosiva que no se atrevía a compartir. Sus dedos jugueteaban
El reloj marcaba las once de la noche, pero la casa estaba tan silenciosa que bien podría haber sido madrugada. La penumbra se filtraba por las cortinas, dibujando sombras inquietantes en las paredes. Lisana se encontraba en la cocina, sentada frente a una taza de té que apenas había tocado. Sus manos temblaban mientras sostenía la cerámica caliente, buscando un calor que no llegaba a calmar el frío que sentía en el pecho. La culpa era un huésped implacable, un eco constante que la perseguía incluso en sus sueños. El crujido leve de la puerta principal anunció la llegada de Dana. Entró con pasos cuidadosos, cerrando tras de sí con una delicadeza que denotaba su intención de no perturbar el silencio opresivo de la casa. Cuando sus ojos encontraron a Lisana, algo en su interior se tensó. Lisana parecía más pequeña, casi encogida sobre sí misma, como si el peso de algún secreto la aplastara. -Gracias por venir -susurró Lisana, su voz quebrada, apenas un hilo audible en la q