Dana ingresó a la funeraria y fue a la sala de descanso a dejar sus cosas, se detuvo frente al espejo, lucía confundida y con falta de sueño, aunque impecable en presencia: vestida con un conjunto negro, lucía muy elegante.
Zoraida siempre sintió un poco de rabia al ver que su hermana era delgada y hermosa de pies a cabeza. Los comentarios siempre eran los mismos, la habían herido en lo más profundo de su corazón, no faltaba quien al conocerlas dijera que no se parecían en nada. No obstante, Zoraida buscó un espacio en el cual destacar. Vivía con un libro debajo del brazo, construyó su propia imagen de mujer inteligente y culta, aspecto que le permitió hacer que sus comentarios y opiniones tuvieran la debida aceptación.
—Hermana, ¿cómo te sientes? Yo sé perfectamente bien que este no es el momento para hacerte reproches, pero la verdad es que tú deberías decidir tu vida, no es bueno que vayan tras de ti esos dos hombres. Mira, me tiemblan las manos de solo pensar que en cualquier momento se crucen tras la puerta, peleándose, llamándote, viniendo a verte al mismo tiempo los dos y sin querer ceder ni el uno ni el otro.
El tono suave y pausado produjo en Dana un poco de vergüenza. Sabía que tenía que tomar una decisión lo antes posible.
—No te preocupes, esto se va a terminar —expresó con determinación.
—Bueno, yo creo que sí, eso se tiene que terminar —repitió Zoraida, mientras sentía un alivio que disimuló lo mejor que pudo.
—Lo he pensado muy bien y por fin he tomado una decisión, dijo mientras la miraba.
—Perdona, pero es lo correcto, mi amor. Bueno, no es que se vea bien o mal que tengas dos pretendientes y que para remate uno de ellos sea casado. No, no es eso, es que el asedio de Adán y de Mateo contigo no te conviene mi vida, eso te trastorna, te mortifica, te pone nerviosa, ¿no es verdad? Yo no te veo bien.
—Sí, es cierto, no me siento bien, me cuesta concentrarme. Me cuesta olvidar, mi vida es un desastre.
—Por eso es que yo te aconsejo que te cases y así podrás organizar tu vida y tus emociones.
—Es lo que voy a hacer, no voy a faltar a la palabra que le di a Adán. Aunque no sea lo que todo el mundo espera. Lo que pasa es que cada vez se complica más el asunto. Fíjate que me acaban de decir que los trámites se van a demorar todavía mucho tiempo, me faltan unos documentos, piden demasiadas cosas.
—¿Cuánto tiempo?
—Bueno, dos o tres meses, no lo sé.
—¿Tanto? ¿Cómo es posible?
— Sí, es lo que te digo, pienso que se puede acelerar el proceso, no sé. Vayamos al salón, luego seguimos hablando del tema.
Mateo se encuentra con Vicky e ingresan juntos al velorio.
—¿Qué haces aquí? Pero, entonces, ¿cuándo se van?
—El vuelo sale en unas horas. Lisana quería que fuera hoy mismo, tú sabes cómo es ella, con sus locuras de siempre.
—Entonces tú definitivamente has renunciado a Dana. ¿Ella lo sabe?
—¿Y qué remedio me queda?, ¿Qué más puedo hacer? He luchado, he agotado todos los recursos para resolver esta situación y no me queda más remedio que darme por vencido: aceptar que lo mío y lo de Dana es definitivamente imposible.
—Qué triste es conformarse, es más doloroso que sufrir. Yo sé lo que sientes, Mateo, yo también he llegado al convencimiento de que no queda ninguna esperanza.
—Ojalá quedara alguna esperanza, pues no ¿Y qué voy a hacer?, ¿atormentarme?, o lo que es peor, ¿atormentar a Dana?, al fin y al cabo yo la perdí por culpa mía, yo soy el único responsable, lo único que me queda es irme lejos, pagar las consecuencias, irme lejos donde no pueda enterarme de nada y no saber nada de lo que esté pasando.
»Lisana ya tiene todo listo y debe estar sentada en la sala de su casa esperando que llegue y yo aquí —murmura, mientras se pasa la mano por la cabeza.
La realidad es que Lisana ya estaba de vuelta, había solucionado su asunto con Lucas, llegó algo desaliñada y su madre notó de inmediato que algo más pasó entre ellos.
—¿Has vuelto tan pronto? No sabes lo angustiada que estaba. Me alegro tanto de que al fin te vayas lejos con Mateo, yo creo que eso es lo mejor para todos. ¿Ese bandido sospechó alguna cosa, le dijiste algo?
—No, ni hables de eso. ¿Viste?, ¿Viste cómo lo conseguí? ¡Ay, estoy tan contenta, tan entusiasmada con este viaje! Yo creo que ahora sí podré recuperar a Mateo, cuando estemos allá los dos solos entre otra gente, otro ambiente, lejos de todo esto. Sí, sí creo que seremos felices.
—¿Vas a cambiarte?, que tu marido no te vea así —dijo Ana, mirándola de pies a cabeza.
—Sí, me ha dado calor de repente, afirmó con disimulo.
La niña comenzó a llorar y Lisana a gritar. La sirvienta corrió a la habitación a calmarla porque sabía lo nerviosa que se ponía su jefa cuando eso sucedía.
—En lo que tenga edad, la pongo a estudiar lejos de nosotros, no la soporto. Llévatela de aquí, necesito darme una ducha.
—Tienes que guardar las apariencias, hija, no te olvides que Melina fue el motivo para que te casaras, no dejes que el personal comente a tus espaldas, puede llegar a oídos de tu esposo.
—Sí, tienes razón y bien que lo estoy pagando, cargar con ella es una verdadera pesadilla.
En tanto, en la funeraria, Mateo decide hablar con Dana, a pesar de que no la han dejado sola ni un instante. Al acercar su boca a su oído, le susurra:
—Necesito decirte algo muy importante, ven conmigo.
Sus miradas se cruzaron y Dana se hizo a un lado para poder estar unos minutos a solas.
Zoraida no los perdió de vista, hasta que el teléfono comenzó a sonar dentro de su bolso.
—Soy yo, sal un momento, por favor.
—No puedo, estoy en medio de mucha gente, ¿qué voy a decir?
—Sal, estoy en el café de la cuadra, a unos metros de la entrada.
—Está bien, espera, voy para allá.
Los presentes estaban atentos a lo que ocurría entre Dana y Mateo, y pocos notaron que Zoraida salió para hablar con Adán.
— Dana, ¿estás acompañada? —dice mirando a los lados y refiriéndose a su prometido.
—Si te refieres a Adán, debe estar por llegar y no es el lugar para una escena. Te lo pido, por favor, mantén el control de tus actos.
—Solo un momento, quiero decirte algo importante, tienes que saberlo de mi boca; no quise pasar temprano por tu casa para no molestarte.
—¿Qué pasa? ¿Cuál es el misterio que te traes, Mateo?
—Vine a despedirme, estoy arreglando todo para un viaje, voy a estar lejos por un tiempo.
El corazón de Dana se aceleró con la noticia, esta vez sintió que lo había perdido para siempre.
—Pues sí, es lo mejor que puedes hacer —dice, al tiempo que se arrepiente de sus palabras.
—Soy un cobarde, lo sé. En realidad, no quiero estar aquí para cuando te cases con Adán. Aunque sé que tienes todo el derecho a rehacer tu vida.
Dana lo miró a los ojos con determinación y sin dudarlo le dijo:
—Yo no me voy a casar con Adán, ¿es lo que quieres escuchar?
—¿Qué estás diciendo? ¿A qué se debe ese cambio?, ustedes anunciaron la boda, ¿qué ha cambiado en tu vida?
Mateo la miró incrédulo, muy confundido; las palabras de ella lo cambiaron todo para él. Le devolvieron la esperanza.
—No voy a casarme con Adán, esa es mi última palabra, no creo que haya mucho que decir al respecto.
—Dana, ¿hablas en serio?, ¿estás jugando conmigo?
—No, es muy serio. Lo he pensado bien y no puedo casarme con otro hombre queriéndote a ti.
El corazón de Mateo latía con fuerza, sus labios húmedos deseaban besarla, pero se contuvo, su risa era nerviosa mientras la miraba una y otra vez.—Eres maravillosa, siempre te lo dije, desde el primer día que te vi. —La mirada de Mateo recorrió el cuerpo de su amada con deseo—.—Lo hago por mí, no es lo que piensas, no tiene que ver contigo. No puedo entregarme a otro hombre, es eso —susurraba. —Mi amor, podemos ser felices, déjame demostrarte que es verdad —dijo, en tono de súplica.—No he olvidado lo que me hiciste, sufrí mucho por tu abandono —aclara.—Solo me casé porque esa mujer esperaba un hijo mío, no siento nada por ella, vivimos en cuartos separados.—Yo también estaba esperando un hijo tuyo y no te importó —reclamó, volteando la mirada.—Lo supe después, si solo me lo hubieses dicho, me lo ocultaste.Ella ocultó su embarazo, nunca le dijo la verdad. Mateo se enteró demasiado tarde. Esa noche, en la sala de parto estaban ambas. Se embarazaron en fechas próximas y el desti
Dana salió de la sala del velorio y se dirigió al jardín de la funeraria. El aire fresco le dio un respiro momentáneo, y sintió que su mente se aclaraba. Era un lugar tranquilo, alejado del bullicio de la sala llena de gente. Al fondo, vio a Mateo de pie, con la mirada perdida en el horizonte. Su corazón dio un vuelco. Se acercó lentamente, sintiendo cada avance como un paso hacia lo desconocido.—Mateo —lo llamó, y él se volvió hacia ella, sus ojos llenos de sorpresa y esperanza al verla la conmovieron.—Dana, no pensaba que vendrías. Estaba a punto de irme.—Necesitaba hablar contigo. Mateo la miró con expectación, como si sus palabras fuesen la salvación que había estado esperando. —¿Qué pasa? —preguntó, su voz era suave.Dana tomó aire, sintiendo el peso de cada palabra que estaba a punto de pronunciar. —No puedo seguir ignorando lo que siento —las palabras salían de su boca a la par que se sonreía—. Debo ser honesta contigo.Mateo dio un paso hacia ella, acercándose más. —¿L
Después de romper con Adán, Dana se sintió como si se hubiera liberado su pecho, aunque al mismo tiempo, la tristeza la invadía. Cortar el vínculo con una persona tan importante en su vida era extraño para ella, sabía que su decisión lo había lastimado y no podía retenerlo más por mucho que lo necesitara. Le costó dejarlo ir.Al llegar a casa, se encontró con Zoraida. —¿Cómo te fue? —preguntó su hermana, con una expresión de preocupación.—He hablado con Adán. No voy a casarme con él, rompimos. Zoraida se quedó en silencio, sorprendida. —¿Mateo? ¿Qué pasó? ¿Volviste con él, verdad? —dijo ansiosa—, sin poder ocultar lo mucho que se alegraba de la noticia.—Voy a buscarlo. Necesito hablar con él, quiero contarle.La ansiedad la cegó, no pudo ver lo que era tan obvio. —Dana, ten cuidado. No quiero que te lastimen otra vez. Ve despacio, ya sabes cómo son los hombres, ¿qué sabes tú si ya Lisana lo convenció?—No me digas eso, me muero, te lo juro. No puedes hacerme eso de nuevo. Tengo
El ambiente se tornó tenso mientras Lisana luchaba con sus emociones. Finalmente, se pasó la mano por el rostro, tratando de calmarse. —No puedo creer que esto esté sucediendo. —Su voz era un susurro, casi inaudible. —Lisana, sé que esto es difícil —dijo Mateo, sintiendo que la situación se tornaba más compleja—. No quiero seguir viviendo en una mentira, ¿podemos pasar? —No, es mejor resolver esto acá afuera. ¿Y qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó Lisana, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. Dana sintió una punzada, la compasión afloró al ver a Lisana tan vulnerable. —No estoy aquí para menospreciar tus sentimientos. Solo quiero que entiendas que no puedo seguir adelante con Adán y que estoy dispuesta a enfrentar lo que venga. Lisana se quedó en silencio, procesando las palabras de Dana. Al fin, pareció resignarse. —Esta es una situación horrible. No sé cómo enfrentar lo que está pasando. Mateo dio un paso hacia Lisana. —No quiero que esto termine en resentim
La vida continuó su curso, y aunque había mucho por hacer, Dana se sentía más fuerte que nunca. Había aprendido a ser honesta consigo misma y a enfrentar sus emociones. Un día, mientras conversaba con Zoraida en la cocina, esta le hizo una pregunta. —¿Y Mateo? Ya han pasado varios meses y ustedes siguen igual, ¿tienen planes de boda? Estamos ansiosos por saber.Dana se detuvo a pensar. —Sí, estoy segura de que en cualquier momento me lo pide. Nunca he sido tan feliz, hermana. Zoraida sonrió, sintiendo que su hermana había encontrado su camino y que por fin Adán estaba del todo libre. —Me alegra escuchar eso. Siempre quise que fueras feliz, ¿no te ha escrito Adán? Dana abrazó a su hermana, sintiendo una profunda conexión. —Gracias por tu apoyo, siempre lo he necesitado. Si supieras que más nunca me escribió, desapareció del todo. Supongo que tú sí lo has visto.—Sí, a veces me escribe y el otro día pasó por mi trabajo.Los días pasaron, y cuando menos lo esperaban, Dana y Mateo
La celebración había comenzado como una noche mágica, llena de luces, música y alegría. Sin embargo, el ambiente había cambiado de forma abrupta. Las risas se apagaron, reemplazadas por murmullos tensos y llamadas desesperadas al nombre de Melina. Un aire de preocupación y pánico se extendió como un virus entre los asistentes.Dana y Lisana lideraban la búsqueda, recorriendo cada rincón del lugar. Cada sombra y cada rincón oscuro se sentía como una amenaza, y la incertidumbre pesaba sobre ellas como una losa.—¿Y si le ha pasado algo? —murmuró Lisana, con la voz rota. Las lágrimas amenazaban con desbordarse de sus ojos, y su ansiedad era palpable.Dana, aunque igual de preocupada, trató de mantener la calma por ambas.—No, no pienses así. Tiene que estar cerca. Solo tenemos que buscar con más cuidado. —Su tono era firme, pero su corazón latía desbocado.Mateo, quien había estado revisando los pasillos del salón, llegó corriendo hacia ellas. Su rostro reflejaba una mezcla de preocupaci
El aire era pesado y frío, con un silencio interrumpido únicamente por el murmullo distante del agua goteando. Melina, temblando, estaba acurrucada en una esquina, sus grandes ojos tratando de adaptarse a la penumbra. El lugar era desconocido, una habitación improvisada con paredes de concreto y una pequeña ventana cubierta por tablones que apenas dejaban entrar la luz de la luna.—¿Por qué estoy aquí? —preguntó con un hilo de voz.Del otro lado de la habitación, una figura emergió de las sombras. Era Lucas. Su rostro, normalmente inofensivo, estaba marcado por una mezcla de tensión y algo más profundo, más oscuro.—No tienes nada de que preocuparte, pequeña —dijo con una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora, pero que solo añadía más miedo al corazón de Melina. Se arrodilló a su altura, manteniendo una distancia que parecía calculada—. Necesitaba que estuvieras aquí. No podía dejar que ellos siguieran escondiéndote la verdad.Melina no entendía lo que decía, pero su instinto le d
La casa parecía contener la respiración, un silencio pesado lo invadía todo, roto únicamente por los murmullos bajos de los policías que iban y venían, sus radios emitiendo crujidos inconstantes. Mateo estaba en la sala, con el rostro pálido y tenso. Sus manos temblaban levemente mientras revisaba una y otra vez las mismas hojas de información, como si al hacerlo pudiera encontrar una pista milagrosa que los hubiera pasado por alto. Había exigido a los agentes que revisaran cada rincón de la ciudad, cada callejón olvidado y cada edificio abandonado. Su voz, aunque firme, llevaba un tono desesperado que traicionaba su fragilidad. El miedo era un cuchillo que lo atravesaba con cada minuto que pasaba. ¿Y si ya era demasiado tarde? ¿Y si Melina estaba más lejos de lo que podían alcanzar? En el sofá, Lisana permanecía inmóvil, pero su cuerpo hablaba por ella. Sus hombros caídos y su mirada perdida eran el reflejo de una culpa corrosiva que no se atrevía a compartir. Sus dedos jugueteaban