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Capítulo 3: La Confesión

Dana ingresó a la funeraria y fue a la sala de descanso a dejar sus cosas, se detuvo frente al espejo, lucía confundida y con falta de sueño, aunque impecable en presencia: vestida con un conjunto negro, lucía muy elegante. 

Zoraida siempre sintió un poco de rabia al ver que su hermana era delgada y hermosa de pies a cabeza. Los comentarios siempre eran los mismos, la habían herido en lo más profundo de su corazón, no faltaba quien al conocerlas dijera que no se parecían en nada. No obstante, Zoraida buscó un espacio en el cual destacar. Vivía con un libro debajo del brazo, construyó su propia imagen de mujer inteligente y culta, aspecto que le permitió hacer que sus comentarios y opiniones tuvieran la debida aceptación. 

—Hermana, ¿cómo te sientes? Yo sé perfectamente bien que este no es el momento para hacerte reproches, pero la verdad es que tú deberías decidir tu vida, no es bueno que vayan tras de ti esos dos hombres. Mira, me tiemblan las manos de solo pensar que en cualquier momento se crucen tras la puerta, peleándose, llamándote, viniendo a verte al mismo tiempo los dos y sin querer ceder ni el uno ni el otro.

El tono suave y pausado produjo en Dana un poco de vergüenza. Sabía que tenía que tomar una decisión lo antes posible.

—No te preocupes, esto se va a terminar —expresó con determinación.

—Bueno, yo creo que sí, eso se tiene que terminar —repitió Zoraida, mientras sentía un alivio que disimuló lo mejor que pudo.

—Lo he pensado muy bien y por fin he tomado una decisión, dijo mientras la miraba.

—Perdona, pero es lo correcto, mi amor. Bueno, no es que se vea bien o mal que tengas dos pretendientes y que para remate uno de ellos sea casado. No, no es eso, es que el asedio de Adán y de Mateo contigo no te conviene mi vida, eso te trastorna, te mortifica, te pone nerviosa, ¿no es verdad? Yo no te veo bien.

 —Sí, es cierto, no me siento bien, me cuesta concentrarme. Me cuesta olvidar, mi vida es un desastre.

—Por eso es que yo te aconsejo que te cases y así podrás organizar tu vida y tus emociones.

—Es lo que voy a hacer, no voy a faltar a la palabra que le di a Adán. Aunque no sea lo que todo el mundo espera. Lo que pasa es que cada vez se complica más el asunto. Fíjate que me acaban de decir que los trámites se van a demorar todavía mucho tiempo, me faltan unos documentos, piden demasiadas cosas.

—¿Cuánto tiempo?

—Bueno, dos o tres meses, no lo sé.

—¿Tanto? ¿Cómo es posible?

— Sí, es lo que te digo, pienso que se puede acelerar el proceso, no sé. Vayamos al salón, luego seguimos hablando del tema.

Mateo se encuentra con Vicky e ingresan juntos al velorio.

—¿Qué haces aquí? Pero, entonces, ¿cuándo se van? 

—El vuelo sale en unas horas. Lisana quería que fuera hoy mismo, tú sabes cómo es ella, con sus locuras de siempre.

—Entonces tú definitivamente has renunciado a Dana. ¿Ella lo sabe?

—¿Y qué remedio me queda?, ¿Qué más puedo hacer? He luchado, he agotado todos los recursos para resolver esta situación y no me queda más remedio que darme por vencido: aceptar que lo mío y lo de Dana es definitivamente imposible.

—Qué triste es conformarse, es más doloroso que sufrir. Yo sé lo que sientes, Mateo, yo también he llegado al convencimiento de que no queda ninguna esperanza.

—Ojalá quedara alguna esperanza, pues no ¿Y qué voy a hacer?, ¿atormentarme?, o lo que es peor, ¿atormentar a Dana?, al fin y al cabo yo la perdí por culpa mía, yo soy el único responsable, lo único que me queda es irme lejos, pagar las consecuencias, irme lejos donde no pueda enterarme de nada y no saber nada de lo que esté pasando.

»Lisana ya tiene todo listo y debe estar sentada en la sala de su casa esperando que llegue y yo aquí —murmura, mientras se pasa la mano por la cabeza.

La realidad es que Lisana ya estaba de vuelta, había solucionado su asunto con Lucas, llegó algo desaliñada y su madre notó de inmediato que algo más pasó entre ellos. 

—¿Has vuelto tan pronto? No sabes lo angustiada que estaba. Me alegro tanto de que al fin te vayas lejos con Mateo, yo creo que eso es lo mejor para todos. ¿Ese bandido sospechó alguna cosa, le dijiste algo?

—No, ni hables de eso. ¿Viste?, ¿Viste cómo lo conseguí? ¡Ay, estoy tan contenta, tan entusiasmada con este viaje! Yo creo que ahora sí podré recuperar a Mateo, cuando estemos allá los dos solos entre otra gente, otro ambiente, lejos de todo esto. Sí, sí creo que seremos felices.

—¿Vas a cambiarte?, que tu marido no te vea así —dijo Ana, mirándola de pies a cabeza.

—Sí, me ha dado calor de repente, afirmó con disimulo.

La niña comenzó a llorar y Lisana a gritar. La sirvienta corrió a la habitación a calmarla porque sabía lo nerviosa que se ponía su jefa cuando eso sucedía.

—En lo que tenga edad, la pongo a estudiar lejos de nosotros, no la soporto. Llévatela de aquí, necesito darme una ducha.

—Tienes que guardar las apariencias, hija, no te olvides que Melina fue el motivo para que te casaras, no dejes que el personal comente a tus espaldas, puede llegar a oídos de tu esposo.

—Sí, tienes razón y bien que lo estoy pagando, cargar con ella es una verdadera pesadilla.

En tanto, en la funeraria, Mateo decide hablar con Dana, a pesar de que no la han dejado sola ni un instante. Al acercar su boca a su oído, le susurra:

—Necesito decirte algo muy importante, ven conmigo.

Sus miradas se cruzaron y Dana se hizo a un lado para poder estar unos minutos a solas.

Zoraida no los perdió de vista, hasta que el teléfono comenzó a sonar dentro de su bolso.

—Soy yo, sal un momento, por favor.

—No puedo, estoy en medio de mucha gente, ¿qué voy a decir?

—Sal, estoy en el café de la cuadra, a unos metros de la entrada. 

—Está bien, espera, voy para allá.

Los presentes estaban atentos a lo que ocurría entre Dana y Mateo, y pocos notaron que Zoraida salió  para hablar con Adán.

— Dana, ¿estás acompañada? —dice mirando a los lados y  refiriéndose a su prometido.

—Si te refieres a Adán, debe estar por llegar y no es el lugar para una escena. Te lo pido, por favor, mantén el control de tus actos.

—Solo un momento, quiero decirte algo importante, tienes que saberlo de mi boca; no quise pasar temprano por tu casa para no molestarte.

—¿Qué pasa? ¿Cuál es el misterio que te traes, Mateo?

—Vine a despedirme, estoy arreglando todo para un viaje, voy a estar lejos por un tiempo.

El corazón de Dana se aceleró con la noticia, esta vez sintió que lo había perdido para siempre. 

—Pues sí, es lo mejor que puedes hacer —dice, al tiempo que se arrepiente de sus palabras.

—Soy un cobarde, lo sé. En realidad, no quiero estar aquí para cuando te cases con Adán. Aunque sé que tienes todo el derecho a rehacer tu vida. 

Dana lo miró a los ojos con determinación y sin dudarlo le dijo:

—Yo no me voy a casar con Adán, ¿es lo que quieres escuchar?

—¿Qué estás diciendo? ¿A qué se debe ese cambio?, ustedes anunciaron la boda, ¿qué ha cambiado en tu vida?

Mateo la miró incrédulo, muy confundido; las palabras de ella lo cambiaron todo para él. Le devolvieron la esperanza.

—No voy a casarme con Adán, esa es mi última palabra, no creo que haya mucho que decir al respecto.

—Dana, ¿hablas en serio?, ¿estás jugando conmigo?

—No, es muy serio. Lo  he pensado bien y no puedo casarme con otro hombre queriéndote a ti.

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