Meses más tarde Anabella estaba en Central Park sirviendo la comida para toda su familia, era costumbre que asistieran a estos días de campo en familia, el pequeño William y las trillizas de Viviana caminaban ya y Lizzie y la sobrina de Jeremy los cuidaban. Anabella orgullosa y sonriente iba mirándolos y pensando que era un buen momento de felicidad para todos; John estaba acostado en las piernas de su mamá como si fuera una almohada, no solo la había perdonado, prefirió olvidarlo y demostrarle lo mucho que la ama, porque aunque fuera una mujer malvada que no lo era, por ser su madre y pilar fundamental de su vida no quería perder tiempo en peleas ni por un segundo. Margot ahora disfrutaba de estar en casa dedicándose a su esposo y nietos, renunció y salió por la puerta grande sin mancha, pero no quería ser de nuevo abogada, aunque de vez en cuando daba consejos a John que empezó en un pequeño bufete. Todos los empleados de Campbell Wells consiguieron trabajo en distintos bufete
UN AÑO ANTES —¡Anabella!, ¿qué haces aquí? —exclamó indignado el infiel como si quién hubiera pecado fuera ella. Anabella regresó tres días antes de lo esperado a la ciudad, estudiaba medicina legal y forense y regularmente tenía que viajar, esta vez quería dar una sorpresa romántica a su esposo y que pasarán un día solos antes de buscar a su hija en casa de su madre, así que no le dijo a nadie de su regreso. La traidora emitió un grito al verse en evidencia, el infiel se levantó del sofá como impulsado con un resorte. —Ustedes son unos desgraciados —exclamó Anabella con voz entrecortada por las emociones de rabia y dolor que oprime su pecho en este momento, vio a quién creía su amiga y la señaló llena de indignación—. Yo confié en ti, eras mi amiga, eras mi hermana. Laila recogió del suelo la manta que era decoración en el sofá tratando de tapar su desnudez, se veía azorada y Anabella tenía más rabia con ella que con su esposo. Anabella se fue encima de ambos, su esposo Mark
Era sábado por la noche, Anabella le dijo a su madre que saldría con Viviana. Desde hace unos días se queda en casa de su madre con su hija, debatía consigo misma si seguía adelante con esta locura. —No seas cobarde, eres una mujer segura de ti misma y de nada servirá, Viviana seguirá insistiendo —Anabella se miró al espejo de cuerpo entero y vio que en realidad se veía muy bien, era joven, tenía bonita figura, sus mejillas sonrojadas la hacían ver mejor. Miró el reloj en la pared, ya casi era la hora pautada, Anabella pensó en su pequeña Lizzie y una vez más quiso cancelar; al tomar su teléfono celular sonó el timbre de la puerta y Anabella dio un salto, diez minutos antes, la puntualidad era agradable para cualquier trato, pero ella había rogado porque el dichoso hombre no asistiera; su corazón se aceleró y sus manos se pusieron frías, antes de abrir la puerta se miró al espejo de nuevo y se peinó con las manos. —Es tarde para arrepentirse —musitó mirando su imagen en el e
«Dónde hay un bat cuando una mujer indefensa lo necesita» Fue el pensamiento desesperado de Anabella. —Cálmese, si yo fuera un psicópata ya le hubiera hecho daño —expresó él con el mismo tono neutro, ni siquiera sacó las manos de sus bolsillos, incluso al verla tan desesperada tuvo la desfachatez de sonreír. —Lárguese de aquí, o llamaré a la policía y lo denunciaré por acoso —expresó ella de la manera más intimidatoria que pudo, el caballero la miró alzando las cejas de manera irónica y ella bajó la cara, pero no se amilanó—. Bueno, en todo caso es un estafador que usurpó la identidad de otro hombre para entrar a mi casa no sé con qué intenciones —objetó Anabella con la frente en alto y toda la dignidad que puede aparentar aunque quiere morirse de vergüenza. El caballero sonrió y negó con la cabeza, la miró de arriba abajo. —Volveremos a hablar, pero cuando tenga pleno uso de sus cinco sentidos. —Dígame inmediatamente ¿quién es usted y que quiere de mí? El cab
Anabella subió la barbilla mostrando su mejor cara profesional. —Estoy dispuesta a demostrarle que puedo desempeñar mi trabajo de forma satisfactoria. John se sentó y la miró atento. —Entonces tendrá que encontrar la forma de satisfacerme. Anabella no podía acusarlo de ser soez, aunque sus palabras tenían un claro doble sentido, en ese momento pensó que todo podría empeorar. —¿Le contó a su madre? —¿A qué se refiere? —él enarcó una ceja y Anabella optó por desviar la mirada —mejor es que se apegue a la quinta enmienda —contestó él en tono conspirador. —¿Le dijo lo que ocurrió o no? —preguntó Anabella harta de los juegos de John. —No, no lo hice, no se preocupe, puede ir a trabajar y demostrarme si de verdad desempeñará su trabajo de forma satisfactoria, francamente no tengo muchas esperanzas de que lo haga, al menos en el ámbito profesional. Anabella en ese momento iba a decirle que se metiera su trabajo por donde no daba el sol, él no se cansaría de recalcar su pecul
Anabella no podía creer la manera de este hombre tratarla, lo peor del caso es que no podía acusarlo de faltarle el respeto. —En definitiva es un buen abogado, acaba de hacerme una propuesta indecente y no lo puedo acusar porque dirá que yo se la hice antes a usted. John sonrió. —Anabella, creeme que lo que te acabo de decir no es una propuesta indecente para nada. —Ah no, yo no soy tonta, claro que lo es… John negó con la cabeza y se acercó a ella a través de la pequeña mesa entre ambos, Anabella puso sentir de inmediato el aroma de su colonia ligado a su aliento y café, inhalo sin poder evitarlo de forma imperceptible, sus rostros estaban a centímetros. —Te invité un desayuno y te informé de mi interés, una propuesta indecente se hace en un lugar nocturno, te invitaría una copa, te seduciría y te besaría, llevaría mi mano debajo de tu falda y acariciaría tus piernas y si te dejaras hacer todo eso te diría que quiero llevarte a un lugar donde pueda besarte hasta tu sombra,
Anabella se quedó muda, jamás imaginó que su jefe pudiera ser quién le estuviera dando este enorme favor; el médico revisó a Lizzie y le hicieron varias pruebas ese día, mandó un enorme tratamiento y más pruebas de alergias , Anabella no quería imaginar el costo de todo aquello, agradeciendo por enésima vez al amable doctor se dio cuenta que no había agradecido a John, entró a la aplicación de su teléfono que indicaba que John estaba en línea y le escribió: Le agradezco lo que ha hecho, el doctor Wells es genial, no tengo palabras suficientes para expresar lo que siento, perdóneme el accidente de su coche, Dios lo bendiga siempre.Tres minutos después de que las palomitas azules delataran que él había visto el mensaje, contestó: Repórtese a su trabajo mañana. Luego él envió otro mensaje que tardó casi un minuto en llegar, decía: No es nada. Sin embargo, al día siguiente Anabella presentó su renuncia formal a Campbell Wells y en la tarde estaba haciendo maletas, el tim
Al siguiente día John llegó a su oficina y encontró a Anabella inclinada echando agua a la planta en la esquina del despacho, no pudo evitar recorrerla de arriba abajo, llevaba una falda tubo negra haciendo juego con tacones altos y una camisa en azul cielo de satín. John se aclaró la garganta. —Buenos días —dijo John con entusiasmo y ella volteó y sonrió. —Nadie se acordó de regar la planta —comentó Anabella. —Señorita Anabella, que bueno que ha vuelto —exclamó entusiasmado Oliver entrando a la oficina, se acercó y de manera teatral se inclinó y besó sus nudillos. —Oliver, estoy seguro que no recibes un sueldo para que interpretes obras de Shakespeare en la oficina, buscame los documentos del caso Smith que lo resolveré hoy y te necesito concentrado. Oliver le hizo un guiño a Anabella y se inclinó aún más. —Mi lady… Oliver se fue dejándolos solos, Anabella no sabía qué decir. —Usted también señorita Anabella, tiene mucho trabajo pendiente. Anabella sonr