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Capítulo 04. Un gesto vale más que mil palabras

Anabella no podía creer la manera de este hombre tratarla, lo peor del caso es que no podía acusarlo de faltarle el respeto.

—En definitiva es un buen abogado, acaba de hacerme una propuesta indecente y no lo puedo acusar porque dirá que yo se la hice antes a usted.

John sonrió.

—Anabella, creeme que lo que te acabo de decir no es una propuesta indecente para nada.

—Ah no, yo no soy tonta, claro que lo es…

John negó con la cabeza y se acercó a ella a través de la pequeña mesa entre ambos, Anabella puso sentir de inmediato el aroma de su colonia ligado a su aliento y café, inhalo sin poder evitarlo de forma imperceptible, sus rostros estaban a centímetros.

—Te invité un desayuno y te informé de mi interés, una propuesta indecente se hace en un lugar nocturno, te invitaría una copa, te seduciría y te besaría, llevaría mi mano debajo de tu falda y acariciaría tus piernas y si te dejaras hacer todo eso te diría que quiero llevarte a un lugar donde pueda besarte hasta tu sombra, que por ser la primera noche, la única regla sería disfrutar, pero que para la mañana estarías dispuesta a aceptar mis condiciones —John paró y sonrió mirándola con dulzura—, algo así sería una propuesta indecente, aún no llego allí.

—Señor Campbell, sería posible que olvidara la manera en que nos conocimos —le dijo Anabella siendo directa.

John se incorporó correctamente en su asiento.

—Le dije que podía negarse.

—Entonces considere mi negativa como algo definitivo, solo estoy interesada en mi trabajo…

—Entendí fuerte y claro, ahora le hablaré de trabajo, le advierto que debe estar a la altura de mis exigencias, usted forma parte de mi equipo y le repito que no acepto errores, porque estoy en una competición para que me hagan socio mayoritario.

Sin embargo, Anabella no pensaba que la carga y el estrés serían tales. John no aceptaba un error, todos en la oficina le temían, pero también lo idolatraban, era el mejor sin duda. Anabella pasaba corriendo de un lugar a otro, pero el viernes Anabella tocó la puerta una hora antes de la hora de salida.

—Señor Campbell, disculpe, necesito retirarme ahora.

—¿Qué quiere decir? —preguntó John sin prestarle mucha atención, estaba sentado trabajando con el abogado junior a su cargo.

—Que necesito retirarme ahora mismo —dijo Anabella con apremio.

—Solo falta un poco para su hora de salida, de hecho necesitaré que se quede más rato…

—No puedo quedarme, le informo que debo irme ahora.

—Oh, ya entiendo, es viernes y saldrá con su amiga —le dijo irónico, pero ella no bajó la cara.

—Mi hija está enferma, necesito irme —Anabella le dio la espalda para irse sin importar nada.

—¡Anabella! —la llamó John — ¿Qué tiene su hija?

—Ella es asmática, mi mamá está con ella en la emergencia.

John no cambió su expresión y ya Anabella casi está llorando de angustia.

—Puede irse… —le dijo en voz baja y Anabella se despidió y murmuró un gracias, salió corriendo de allí.

John se volvió a concentrar en el documento que tenía en las manos sin siquiera contestar la despedida de Anabella, Oliver, su aprendiz abogado de primer año lo observa con una sonrisa conspiradora.

—Te gusta —dijo Oliver jugando con el bolígrafo que tenía en las manos.

John apenas levantó la mirada del documento con las cejas arqueadas.

—¿De qué hablas? —preguntó John haciendose el tonto.

— “Puede irse”… —Oliver imitó la voz de John—, ¿de cuando acá tienes corazón?, esperaba que trapearas el piso con ella o que la despidieras, lo hubieras hecho conmigo en mi primera semana.

John se irguió en su asiento.

—Presta atención niño, no te voy a durar toda la vida, ¿qué edad puede tener Anabella? —Oliver no contestó, la pregunta era retórica—. Su hija debe ser una pequeña niña; no necesito una demanda, que se vaya hoy, el lunes me pagará la media hora.

—Claro y ella tiene piernas más bonitas que yo —Oliver se echó a reír y quiso chocar la palma con John, él no cambió su expresión y vio a su aprendiz como quien observa a un mosquito.

—Si prefieres concentrarte en las piernas de la secretaria, hazlo después del trabajo. Resolver este caso me otorgará el ascenso que espero y si no te concentras te despido, tú no tienes hijos…

Lamentablemente no era la primera vez que Anabella pasaba la noche en la emergencia, Lizzie era asmática, los tratamientos con esteroides y antibióticos no parecían funcionar.

Anabella no asistió a su trabajo el lunes, habló con la representante de recursos humanos y en cuanto John llegó había una pasante en el lugar de Anabella.

—¿Usted quién es? ¡¿Dónde está Anabella?! —preguntó John de mala gana.

La chica azorada negó con la cabeza .

—No lo sé señor, me enviaron a cubrir un reposo médico.

—¡Por favor!, justamente hoy, ¿Dónde está Oliver?

—No lo sé señor —repitió la joven nerviosa por los gritos de John.

—¿Acaso sabe algo?, mejor busqueme café —la chica se levantó para ir a la cocina de empleados—. Eso tampoco tendrá ni idea, mejor váyase.

—Pero señor…

—Largo, hoy es un día muy importante para mí y usted solo me estorbará.

La chica corrió sollozando y John entró a su oficina de mal humor.

—¿Fuiste tú quien hizo llorar a la chica? —preguntó Oliver llegando—. No has perdido el toque, iba rezongando del ambiente laboral hostil.

—Hoy serás mi asistente y secretario.

—Qué lástima, Anabella me caía bien —se lamentó Oliver .

—Concéntrate, debemos estar en el juzgado en una hora, organiza si de la fiscalía mandaron algo de último momento.

—Necesitamos una secretaria… —murmuró Oliver y se retiró para hacer su trabajo y el de Anabella.

John se sentó en su escritorio y pasó sus manos por el cabello, estaba molesto porque Anabella le estaba afectando más de la cuenta, cuando lo rechazó no le importó, pensó que igual era mala idea siendo su secretaria, después trató de convencerse que lo mejor era que ella no hubiera aceptado ser su amante porque era una excelente secretaria, era perspicaz, se adelantaba a los pedidos, los jueces la amaban, hasta de la oficina del fiscal la amaban, ella tenía don con la gente le había dicho. John ahora no lo dudaba a él lo traía obsesionado.

John abrió el documento y se concentró en su trabajo, ahora no tenía tiempo para pensar en Anabella, él se propondría tratar bien al próximo reemplazo, que tan difícil podría ser para recursos humanos conseguir alguien tan bueno como Anabella.

Y lo intentaron, de recursos humanos mandaron una sustituta que no regresó al día siguiente, el siguiente asistente no llegó al mediodía y el siguiente se fue media hora después; para John nadie lo hacía bien.

Para Anabella era desesperante no poder curar a su hija, aún sabiendo de medicina, no había dormido casi desde el viernes, mucho menos comido y ya era miércoles y su hija en vez de mejorar había empeorado.

—Mamá no puedo respirar.

En el departamento vecino de su madre estaban remodelando y el penetrante olor a pintura impregnaba el piso entero.

Anabella no sabía qué hacer, se vino de su departamento con su madre para que Lizzie estuviera mejor y ahora las reparaciones le ocasionaron una nueva crisis asmática.

—Te llevaré al hospital.

—No me gusta el hospital —insistió la niña en medio del ataque de espasmos.

John estaba harto y buscó a Anabella en su departamento, tocó varias veces y una señora abrió la puerta de junto.

—Anabella no se está ¿Quién la busca?

—Soy su jefe, señora.

—Ella está viviendo con su madre —contestó la señora—. Es que tenemos muy mala calefacción y el casero promete arreglarlo y no lo hace, la pequeña Lizzie se pone muy mal durante el invierno…

—¿Sabe la dirección? —interrumpió John.

Una hora más tarde John llegó a un barrio latino de mal aspecto y antes de tocar el intercomunicador encontró a Anabella con una pequeña en brazos y una mujer que salían a toda prisa.

—Anabella…

—¿Puede llevarme al hospital?

John afirmó y señaló su vehículo, las llevó lo más rápido que pudo; la niña al respirar emitía un silbido y con una tos persistente que daba lástima.

Ya casi llegaban al hospital cuando la niña de tanto toser vomitó, Anabella con una manta limpió como pudo el tablero del vehículo.

—Deje eso, está arruinado, no lo solventará con un paño.

—Lo siento —se excusó Anabella, pero John no contestó.

En la emergencia Anabella corrió dentro con la niña y su madre pegada a los talones, cuando Anabella buscó a John para agradecerle no estaba.

Anabella regresó con su hija y madre y un doctor con sienes plateadas hablaba con su madre, Anabella no entendía, siempre la atendían los mismos jóvenes recién graduados con los que peleaba porque ella sabía que su hija necesitaba un especialista.

—Señora Díaz, mi nombre es Henry Wells, soy pediatra neumólogo, atenderé el caso de Elizabeth.

Anabella puso las manos en su boca llena de júbilo, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Doctor, Dios lo bendiga, pero espere, no tengo suficiente para pagar un especialista.

—No se preocupe por eso, no tendrá que pagar por nada, incluso el tratamiento está cubierto.

Anabella reía y lloraba, igual su madre, se abrazaron muy felices, el doctor era un apuesto hombre de unos cincuenta y tantos años y sonreía al verlas, Anabella no resistió y también lo abrazó a él, el galeno le dio unas palmadas en la espalda.

—Perdóneme, esto es un milagro, acabo de perder mi trabajo de nuevo, la enfermedad de mi hija me obliga a faltar, y yo creí… —Anabella trataba de controlar sus emociones, pero no paraba de llorar— Creí que con mi nuevo empleo podría pagar un especialista y no se pudo y ahora Dios lo ha enviado.

—En realidad me envió John Campbell, y no creo que haya perdido su trabajo, no crié a mi hijo para que fuera un desalmado que no entendiera la situación de una madre en apuros.

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