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Capítulo 03. Un jefe detestable

Anabella subió la barbilla mostrando su mejor cara profesional.

—Estoy dispuesta a demostrarle que puedo desempeñar mi trabajo de forma satisfactoria.

John se sentó y la miró atento.

—Entonces tendrá que encontrar la forma de satisfacerme.

Anabella no podía acusarlo de ser soez, aunque sus palabras tenían un claro doble sentido, en ese momento pensó que todo podría empeorar.

—¿Le contó a su madre?

—¿A qué se refiere? —él enarcó una ceja y Anabella optó por desviar la mirada —mejor es que se apegue a la quinta enmienda —contestó él en tono conspirador.

—¿Le dijo lo que ocurrió o no? —preguntó Anabella harta de los juegos de John.

—No, no lo hice, no se preocupe, puede ir a trabajar y demostrarme si de verdad desempeñará su trabajo de forma satisfactoria, francamente no tengo muchas esperanzas de que lo haga, al menos en el ámbito profesional.

Anabella en ese momento iba a decirle que se metiera su trabajo por donde no daba el sol, él no se cansaría de recalcar su peculiar presentación a cada instante y eso sería muy duro, pero miró en su cara el reto, ella le demostraría que era buena en su trabajo y no le daría el gusto de verla salir huyendo ya que no podía echarla.

—Con permiso entonces —dijo con la frente en alto y se sentó en su escritorio.

Anabella miró la puerta y leyó: John Campbell socio minoritario.

—Me lleva —murmuró y ahora lamenta no haberse ido de allí.

Las carpetas de los casos del abogado estaban desorganizadas, ella sabía que debía revisarlos, entenderlos, sacar copias para las partes necesarias y archivar, se concentró y pronto estaba inmersa en la transcripción de los casos.

—Señorita Díaz, traigame un café, lo quiero negro y sin azúcar —indicó su jefe utilizando el intercomunicador.

Anabella preguntó a una compañera para ubicar la cocina de empleados y sirvió café en un vaso plástico de la pila disponible, regresó y John la vio con una mueca de asco.

—¿Se ha tardado tanto en traerme esa porquería?

—No lo ha probado, ¿cómo sabe que es una porquería?

John la observó muy serio.

—De verdad está usted empeñada en degradarme, ¿cómo cree usted que yo voy a tomar café barato de la cafetera de empleados? ¿Le parece que soy alguien que toma café en un vaso plástico?, olvídelo, usted no tiene el menor instinto con las personas como ya sabemos.

—Idiota… —murmuró Anabella.

—Perdón ¿qué ha dicho?

—Nada señor Campbell, ¿puede indicarme donde le busco su café?

—En el cafetín italiano que hay cercano.

—¿Dónde? —preguntó exasperada.

—Está molesta ¿quiere renunciar? —la retó John.

—Claro que no señor…

—¿Entonces por qué aún no tomo mi café? —preguntó desconcertado—, necesito mi café para concentrarme, ¿entiende lo que es tener una necesidad y no satisfacerla?, claro que me entiende.

Anabella salió a paso rápido de la oficina bufando con los puños apretados.

John se echó a reír cuando se quedó solo, al menos se divertiría hasta que la linda despistada se fuera por sí sola.

Anabella preguntó a una chica que le pareció que era amable y le indicó la dirección del restaurante favorito de John Campbell; no quedaba tan cerca.

—Condenado John Campbell —rezongó caminando a paso rápido.

Anabella entró al restaurante y ubicó al dueño detrás de la barra.

—Buenos días, soy la secretaria de John Campbell.

El dueño la miró sin saber que decirle.

—El abogado de Campbell Wells, él adora este restaurante y no para de hablar de lo bueno que es todo —los clientes vieron el entusiasmo de Anabella y sonrieron.

—Claro, conocemos al señor Campbell, él es un cliente apreciado.

—Que bien, necesito el café de la mañana del señor y lo que prefiere para desayunar.

Anabella llevó café, panecillos e incluso consiguió un par de tazas de porcelana garantizando la publicidad, Anabella corrió de regreso y cuando entró a la oficina llevaba una taza de porcelana de café humeante y un panecillo con muy buena pinta.

John sonrió de lado.

—¿Cómo pagó por eso?

—Me lo dieron con la promesa de ir mañana con la tarjeta que me asigne para sus gastos.

John alzó las cejas.

—¿Pidió café para usted a nombre de la compañía para cancelar mañana?

—No, me dieron café y mi panecillo por la casa —Anabella sonrió—. Tengo don con la gente y le inspiré confianza al dueño del restaurante.

—Que Dios nos ayude —murmuró John, Anabella prensó los labios y le dio la espalda para regresar a su escritorio—. Señorita Anabella —ella volteó—. Bien jugado…

Anabella le dedicó una sonrisa completa y regresó a su escritorio.

Casi a la hora del almuerzo, John salió de la oficina.

—Puede ir a almorzar señorita Díaz, hoy no regresaré en la tarde, aproveche para poner al día los archivos.

—Hasta mañana señor Campbell —se despidió Anabella y vio que lo esperaba una mujer que parecía supermodelo, su jefe caminó colocando de forma posesiva su mano en la espalda baja de la chica poco antes de desaparecer por el pasillo.

Anabella negó con la cabeza, el hombre era apuesto y sexi, estaba segura le sobraban las mujeres.

Al día siguiente Anabella llegó muy temprano, encendió la computadora, tarareaba una canción y fue por agua para las plantas, en cuanto entró a la oficina de John lo encontró en su escritorio. Anabella dio un brinco y un pequeño grito de espanto.

—Perdón, no me esperaba verlo aquí.

John arrugó las cejas.

—Trabajo aquí, ¿qué tiene de raro? —preguntó desconcertado.

—Es que son las 7:00 AM —respondió Anabella sonriendo.

—Para mí el trabajo es mi amante más exigente.

Anabella sintió el calor subir a la cara, es que todo lo que decía este hombre era sugerente.

—Pues lo dejo para que siga trabajando.

—Siéntese un momento —le pidió John, Anabella estuvo apunto de decirle que no, pero nada ganaba siendo antipática, quería conservar el trabajo, lo mejor era llevarse bien con su jefe— ¿Por qué llegó tan temprano? entra hasta dentro de hora y media —preguntó John con genuina curiosidad.

—Debo familiarizarme con el trabajo, de verdad quiero hacerlo bien.

John la miró de forma inescrutable.

—¿Por qué una médico decide ser secretaria?

Anabella jugó con sus manos.

—Estudiaba mi especialidad en medicina legal y forense cuando tuve que congelar mis estudios.

John alzó las cejas.

—¿Por qué lo hizo?

—Ahora necesito un trabajo de tiempo completo, pero no abandoné mi sueño, solo lo postergué.

—Y esos sueños la desvelan —afirmó John y Anabella lo observó, sin embargo, no podía acusarlo de que su comentario tuviera una connotación sexual, por el contrario su mirada le mostraba simpatía —. En verdad le gusta esto, por eso se queda leyendo los casos, no es solo curiosidad.

Anabella se sorprendió, no tenía idea de que John se hubiera dado cuenta que ella había leído las transcripciones de algunos casos el día de ayer.

—Creí que era médico de corazón hasta que empecé a estudiar medicina legal, entonces me enamoré de las leyes.

—Entonces somos un par de enamorados.

Anabella enrojeció y se levantó alisando su falda sintiéndose nerviosa.

—¿Quiere que le busque su café?

John se levantó también.

—Acompañeme, debe pagar lo de ayer y hoy quiero desayunar tranquilo.

—¿Cree que es correcto?

—¿A que se refiere? —preguntó John con una mueca—, desayunar en un restaurante, que horror, que dirá la gente.

Anabella disimuló su sonrisa.

Minutos más tarde estaban en una mesa para dos personas del restaurante italiano.

—¿Cuánto lleva divorciada?

Anabella casi se atraganta con el café.

«Calmate Anabella, es la pregunta que te hace el mundo entero» se amonestó por su nerviosismo, no quería perder el trabajo y tendría que hacerlo si su jefe la creía una impúdica y quería continuar lo que dejaron el día que se conocieron.

—Cumplí un año recientemente —respondió Anabella en voz baja.

—Ah, ya veo —dijo John entendiendo de inmediato—. Supongo que su amiga quiso darle un regalo en su primer aniversario como mujer libre.

Anabella se puso roja como un tomate y un mozo colocó el desayuno, cosa que le impidió a ella hablar y Jhon continuó apenas quedaron solos.

—Es algo reciente como para que duela aún y suficiente tiempo como para que empiece a divertirse.

Anabella abochornada con su jefe y también molesta lo miró desafiante.

—Pensé que no le importaba mi vida personal y que lo que ocurrió había quedado zanjado.

—Estamos fuera de la oficina —acotó John elevando los hombros—. No me culpe por ser curioso, soy abogado y me gusta conocer la verdad cruda para luego poder presentarla al mundo como algo plausible.

Anabella quiso pagarle con la misma moneda siendo muy entrometida como él.

—La chica que lo buscó ayer ¿es su novia?

—No es mi novia, Anabella —él pronunció su nombre de una forma tan sensual que Anabella sintió un estremecimiento.

—Ah… claro, me dirá que no tiene novia —respondió ella rodando los ojos.

—Así es; yo no tengo novias, tengo amantes.

—En plural —objetó ella de mala gana—, típico de los hombres, no se conforman con una sola mujer.

—No es mi caso, tengo una amante a la vez, porque mi trabajo ocupa casi todo mi tiempo, me queda el tiempo justo para dedicar a una mujer.

—Bueno, no es mi problema.

—Podría serlo, terminé con ella porque quiero hacerte mi amante.

Anabella abrió los ojos como platos y se limpió la boca con la servilleta y la arrojó a la mesa sintiéndose indignada.

—Te crees que eres muy divino, que porque soy divorciada y madre tengo la imperiosa necesidad…

—Calmate que mi intención no es ofenderte —la interrumpió John mirándola con mucha seriedad en su apuesto rostro—. Solo soy claro y directo; me recibiste con lencería fina y te arrojaste a mis brazos, quieres divertirte y saber lo que es un buen amante. Yo te informo que estoy disponible porque desde que te conocí no he podido sacarte de mi mente, he imaginado mil maneras de demostrarte lo divertido que te has perdido. Pero estás en libertad de rechazarme, obviamente…

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