Inicio / Romántica / Lecciones para ser una amante / Capítulo 01. La cita esperada
Capítulo 01. La cita esperada

  Era sábado por la noche, Anabella le dijo a su madre que saldría con Viviana. Desde hace unos días se queda en casa de su madre con su hija, debatía consigo misma si seguía adelante con esta locura.

  —No seas cobarde, eres una mujer segura de ti misma y de nada servirá, Viviana seguirá insistiendo —Anabella se miró al espejo de cuerpo entero y vio que en realidad se veía muy bien, era joven, tenía bonita figura, sus mejillas sonrojadas la hacían ver mejor.

   Miró el reloj en la pared, ya casi era la hora pautada, Anabella pensó en su pequeña Lizzie y una vez más quiso cancelar; al tomar su teléfono celular sonó el timbre de la puerta y Anabella dio un salto, diez minutos antes, la puntualidad era agradable para cualquier trato, pero ella había rogado porque el dichoso hombre no asistiera; su corazón se aceleró y sus manos se pusieron frías, antes de abrir la puerta se miró al espejo de nuevo y se peinó con las manos.

   —Es tarde para arrepentirse —musitó mirando su imagen en el espejo. 

   Anabella tomó de un trago el vino que quedaba en su copa y la puso en la mesa de centro. Caminó tambaleante a la puerta del departamento, tres copas de vino era demasiado para ella que no está acostumbrada a beber, abrió la puerta y allí estaba el hombre esperando, Anabella sonrió, no pudo evitarlo, este hombre había sido diseñado por los dioses del olimpo, no podía creer su suerte, esperaba que fuera su buena suerte.

   —Buenas tardes, ¿señora Anabella Díaz? Vengo a…

   —¡Schh!… ¿Se ha vuelto loco?, pase adelante.

   El hombre desconcertado entró al departamento cuando ella lo haló del brazo y Anabella miró hacia ambas direcciones del pasillo verificando que nadie hubiera visto al caballero en cuestión.

   —Señora Díaz, mi nombre es…

   Anabella negó con la cabeza y puso su dedo índice en la boca del hombre, para evitar que continuara la presentación. Él se quedó muy quieto y cuando ella  resbaló el dedo despegando su labio inferior, sintió un cosquilleo agradable con el contacto no buscado; el hombre con ojos de un vivo verde arqueó sus cejas y la miraba sorprendido.

   —No…, sin nombres, no es necesario —expresó Anabella en un hilo de voz.

    El caballero vestía de saco y corbata, su traje era costoso y él muy alto; su porte varonil y elegante.

   —De seguro tienes muchas clientes satisfechas —dijo Anabella admirando las facciones del hombre de manera clínica e impulsada por el vino.

   El caballero sonrió e inclinó la cabeza en agradecimiento.

   —Procuro que mis clientes queden satisfechos, sin distingo de si es mujer u hombre.

   Anabella sonrió insegura.

   —Mejor no pregunto…

   El caballero la miró de arriba abajo y pasó su mano por la nuca.

   —Señora no es que no me guste el recibimiento, pero no esperaba que usted...

   —No me digas señora que lo detesto —le confesó con una mueca—. Ya no estoy casada —Anabella calló, recordó a su amiga indicando que se divirtiera, se aclaró la garganta y con voz pausada dijo: — ¿Quieres tomar una copa de vino?

   —Creo que no es apropiado —contestó el caballero sonriendo.

   —Ven siéntate —dijo Anabella y ahora comenzaba a sentirse incómoda, no dejaba de preguntarse qué debía hacer, el caballero se sentó a su lado—. No sé muy bien cómo debemos comenzar, soy novata en esto y bueno, creo que es mejor dejarme guiar por ti.

   —Me gusta su entusiasmo, si tienes poca experiencia debes tener potencial, o si no mi jefa no la hubiera asignado a mí.

   Anabella contestó comprensiva:

   —Estoy nerviosa, quisiera mejorar mi desempeño, quizás me cueste al principio, pero estoy segura que podré seguirte el paso.

   El caballero afirmó.

   —Nos entendemos perfectamente entonces, ahora pasemos a lo importante —dijo el caballero sonriendo y Anabella quiso morirse de vergüenza.

   —Deme un momento por favor —pidió Anabella poniendo sus manos en la de él y se echó a reír, su cara estaba roja y el hombre no entendía sus nervios, apretó sus manos frías entre las cálidas de él —. Debo confesarle que mi amiga te contrató para mí, pero no puedo seguir adelante, creí que podría, pero no puedo.

   El caballero la observaba con la boca ligeramente abierta y lucía pérdido, Anabella continuó.

   —No es nada personal, de hecho me parece que es usted un caballero muy guapo, cualquier mujer le habría brincado como gata en celo…

  —Me ha pasado —dijo el hombre sonriendo

  —En realidad ya que está aquí podría usted darme algunas lecciones.

   —¿Lecciones de? —preguntó el hombre con una sonrisa traviesa.

   —Es que yo soy un desastre en la cama —dijo Anabella siendo brutalmente sincera.

   El hombre se echó a reír negando con la cabeza.

   —Estoy seguro que exageras.

   —Ojalá fuera el caso, pero no, soy bastante aburrida y cuando hacía…, ya sabe, el amor, pensaba en todo menos en lo que hacía.

   —Cariño si no te estás divirtiendo, estás perdiendo el tiempo, esa sería la primera lección.

   —Caramba, ¿crees que debería tomar notas? —dijo Anabella sin poder creer que un profesional le daría una clase de relaciones.

   —Si crees que lo olvidarás, entonces sería bueno que lo anotaras.

   —En verdad soy muy mala en ese asunto de relaciones sentimentales.

   —Uff, somos dos —respondió él agrandando los ojos—, para las relación sentimentales no hay reglas, todo es un caos, pero tener amantes es otra cosa.

   Anabella lo miró confusa.

   —¿Reglas?

   —Segunda lección Anabella. Fija tus reglas, hazlas cumplir, pero sobre todo cumplelas.

   Anabella sirvió dos copas de vino y cruzó las piernas, diligentemente anotó lo que dijo el caballero, él no tomó del vino, la observó anotando mordiendo sus labios para no reír.

  —Anabella quizás el servicio que contrató su amiga le sirva a ella, pero a usted no le serviría, porque está muy tensa, recriminando lo que hace y no es para menos está en su casa —el hombre se acercó un poco a ella y le quitó la copa de vino—. Una copa la desinhibe y eso es bueno, dos la llevan a hacer tonterías y eso es malo.

   —Gracias por haber sido tan amable.

   —Amable es mi nombre —Anabella se echó a reír y él le pasó su cabello por detrás de la oreja—. No sé con qué clase de hombre te has relacionado, si las circunstancias fueran otras, ahora mismo estaríamos desnudos y divirtiéndonos en grande.

   Anabella sintió electricidad recorrer su cuerpo por las palabras descaradas del hombre.

   —Que lástima que no soy desinhibida y sí tonta.

   —Olvídate de las inhibiciones, esas son aburridas.

   Anabella sonrió de lado.

   —¿Tercera lección?

   —Definitivamente…

   Anabella mordió su labio inferior y esta vez no anotó en la libreta, ella observó al caballero en cambio, él acercó su rostro y sin más dilación la besó.

   Anabella no recordaba que la hubieran besado así alguna vez en la vida, sus labios eran fuertes y dominantes, su lengua persuasiva y su colonia afrodisiaca. Anabella metió las manos por dentro del saco palpando el pecho duro y trabajado, lo empujó fuera de sus brazos y se montó en sus piernas a horcajadas para poder besarlo más a gusto, sintió como su hombría se endurecía y entonces se frotó contra él, descarada como nunca había sido en su vida.

   —¡Ahh! Necesito esto desesperadamente —expresó Anabella en voz baja de manera seductora y necesitada sintiendo como su piel se eriza en reacción ante el hermoso hombre y sus caricias, ya no quería pensar, quería dejarse llevar.

   —Dame un momento —pidió el hombre con voz entrecortada retirándose y colocándola de nuevo en el sofá—. Si vamos a continuar, es justo que sepas…

   El timbre de la puerta sonó de nuevo y Anabella lo miró con cara de espanto.

   —¿Quién será?, no espero a nadie aquí, por favor espérame aquí, pero ¿A dónde va? —le preguntó Anabella yendo detrás de él cuando decidido caminó a la puerta y la abrió.

   Anabella pudo ver a un joven alto y con ropa casual al cual no conocía en el umbral de la puerta.

   —La señora no requerirá sus servicios… —dijo el caballero y empujó con delicadeza a Anabella, tomó de su saco tirado en el sofá su billetera, ella pudo ver cuando la abrió el fajo de billetes y tarjetas de crédito, sacó unos billetes y dio al joven, luego cerró la puerta sin ninguna cortesía, guindó su saco en su hombro y miró a Anabella con las manos en los bolsillos.

   Anabella llena de angustia logró decir atropelladamente:

   —¿Ese que acabas de despachar era el gigoló que contrató mi amiga?

   —Me temo que sí —expresó el hombre muy calmado, con un rictus en sus labios y los ojos dibujando pequeñas arruguitas al achicarlos.

   —Pero sí él era mi gigoló ¡¿Quién demonios es usted?!

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo