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La redención de Aiden
La redención de Aiden
Por: MSV
Capítulo 1: Culpa y sombras

Narrado por Aiden

La noche me envuelve como un manto frío y opresivo. El viento silba entre los árboles de Silver Creek, y cada paso que doy sobre el suelo húmedo parece más pesado que el anterior. Mis pensamientos no me dan tregua; cada recuerdo de aquella m*****a discusión con Anya sigue repitiéndose en mi mente, una y otra vez, como un eco maldito. La oscuridad del bosque refleja el abismo en el que he caído desde que se fue.

«¿Cómo permití que ocurriera?»

La pregunta se agarra a mí como una garra. Me destroza el alma. Todo comenzó como un desacuerdo trivial, algo que podría haber manejado mejor. Pero mis palabras, tan cargadas de rabia y frustración, la hicieron huir. Ella, mi Luna. La mujer que debería haber protegido por encima de todo, la herí tan profundamente que ya no pude alcanzarla cuando salió por esa puerta.

Recuerdo cada palabra que le grité.

— ¡No puedes entender lo que significa estar al frente de la manada! ¡Todo recae sobre mí!

Las palabras se sintieron justas en ese momento, cargadas de presión y responsabilidad. Pero ahora, sabiendo que la he perdido, esas mismas palabras parecen veneno. No la estaba culpando, pero ella lo sintió así. Y cuando vi la expresión en su rostro… ese dolor reflejado en sus ojos… supe que había cruzado una línea de la que no habría vuelta atrás.

Mis pies me llevan más lejos de la manada, hacia el claro donde solíamos encontrarnos. La luna llena ilumina el cielo, pero no siento nada más que vacío. Este lugar, donde antes éramos felices, ahora es solo un recordatorio del desastre que he causado. Me detengo en medio del claro, mirando al cielo, buscando respuestas en la luz pálida de la luna.

«¿Dónde estás, Anya?»

El silencio me responde, burlándose de mi desesperación.

Mi pecho se siente como si una mano invisible lo apretara, sofocando cada respiración. El dolor no es físico, pero se siente como si lo fuera. Cada rincón de este maldito bosque me recuerda a ella, a su risa, a la manera en que sus ojos brillaban cuando me miraba con amor. Ahora, solo quedan sombras, recuerdos que no hacen más que atormentarme.

La culpa me consume. La discusión no fue más que una gota en un océano de problemas. Yo sabía que ella estaba luchando, que su lugar en la manada la había agotado. Pero, en mi ceguera, solo pensé en mí. Pensé en la responsabilidad que cargaba, en las expectativas de mi manada, en el maldito conflicto con la otra manada que amenazaba con destruirlo todo. Y la empujé. En lugar de acercarme a ella, en lugar de apoyarla, la empujé lejos.

«¿Cómo pude ser tan estúpido?»

Debería haberla buscado en ese mismo instante, haberla seguido antes de que desapareciera. Pero no lo hice. No me atreví. Quizás parte de mí no quería enfrentar lo que realmente significaban mis palabras. Tal vez tenía miedo de que ya no me quisiera, de que lo que teníamos estuviera roto más allá de la reparación.

Y ahora, aquí estoy, vagando por la oscuridad, buscando un rastro que quizás nunca encuentre. No sé dónde está, y la incertidumbre me está matando. ¿Está bien? Esa pregunta es la que más me atormenta. La idea de que esté herida, sola, me carcome por dentro. He enviado a los mejores rastreadores, he recorrido cada centímetro de Silver Creek, pero ella se ha ido. No sé a dónde. No sé si alguna vez volveré a verla.

Me dejo caer sobre una roca cubierta de musgo y cierro los ojos, intentando respirar profundamente. El aire frío llena mis pulmones, pero no hace nada por apaciguar el caos en mi interior. Los recuerdos de esa noche vuelven a invadirme, imágenes de su rostro mientras me gritaba con lágrimas en los ojos.

— ¿De verdad piensas que esto es fácil para mí? —su voz se resgo —¿Que no estoy luchando por nosotros?

Dioses, cómo me odio por lo que le respondí.

— ¡No necesito que luches por mí, Anya! ¡Sólo necesito que no te metas en mi camino!

En ese momento, estaba cegado por la furia, por la presión de liderar una manada bajo amenaza. Pero lo que realmente quería decir era que la necesitaba más que a nada en este mundo. Y ella se fue antes de que pudiera decírselo.

Maldigo mi silencio. Maldigo mi orgullo.

No sé cuánto tiempo he pasado aquí, bajo la luz de la luna, pero parece una eternidad. El bosque sigue en calma, ajeno a mi tormento. Siento que estoy atrapado, congelado en este momento, incapaz de avanzar o retroceder. Sólo quiero volver a verla. Necesito verla. No para suplicarle perdón, aunque lo haré, sin dudarlo. Necesito saber que está bien. Que no he arruinado todo.

Pero, ¿y si ya es demasiado tarde?

La duda me persigue, como un lobo hambriento acechando en la sombra. ¿Y si nunca me perdona? ¿Si nunca vuelve?

No puedo permitirme pensar en eso, pero el pensamiento se clava en mí como un cuchillo. No puedo dejar que todo lo que construimos se desmorone. No puedo perderla. No de esta manera.

Me levanto con dificultad, mi cuerpo pesado, pero mi resolución más firme. Aunque no sé dónde está, aunque no sé si alguna vez podré reparar el daño que hice, no puedo dejar de buscarla. No puedo rendirme.

Respiro hondo, dejando que el frío aire nocturno me devuelva algo de claridad. Debo encontrarla. Y cuando lo haga, cuando la vea de nuevo, le diré lo que nunca pude decirle. Le diré cuánto lamento haberla lastimado, cuánto la necesito. Le diré que, sin ella, todo lo que soy no tiene sentido.

La luna brilla sobre mí, pero no siento su luz. Sólo hay sombras en mi corazón. Pero aún así, avanzo. Porque, aunque esté perdido, la búsqueda de Anya es la única cosa que me mantiene en pie.

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