Capítulo 4: Voces en la oscuridad

Narrado por Anya

Las noches en la aldea son distintas. Hay algo en la quietud que parece intentar apaciguar el caos dentro de mí, pero no lo logra. Nunca lo hace. La serenidad del lugar, el aire limpio y el silencio, no pueden acallar las voces que llevo dentro. La aldea es mi refugio, sí, pero también es mi cárcel. Un lugar donde vine a esconderme del dolor, y sin embargo, sigo atrapada en él.

Es extraño cómo el destino juega sus cartas. Hace solo unos meses, la vida que conocía desapareció. Todo lo que pensé que tenía bajo control, todo lo que creía saber sobre mí misma, se desmoronó en un instante. Unas palabras. Solo eso bastó para romperme.

Aiden.

No puedo decir que lo he olvidado, aunque lo he intentado. Lo intenté durante semanas, durante noches interminables en las que cerraba los ojos y rogaba por no soñar con él. Pero el vínculo que compartimos no es algo que simplemente se pueda borrar. La conexión entre un Alfa y su Luna es poderosa, casi insoportable. Se siente en la piel, en los huesos, incluso cuando intentas ignorarla. Es un lazo que no puedes cortar tan fácilmente.

Aquí, en esta aldea, la vida es diferente. Las personas son tranquilas, amables. No saben nada de guerras entre manadas, de Alfas y Lunas, de la política despiadada que define nuestra existencia. Ellos solo saben de la tierra, de los ciclos de la cosecha, del flujo constante de las estaciones. Es un mundo ajeno al mío, y a veces me encuentro envidiándolos por esa ignorancia.

Pero no importa cuánto intente adaptarme a su paz, el pasado siempre me encuentra.

Era una tarde cualquiera, o al menos lo parecía. El sol se estaba poniendo lentamente, bañando los campos de trigo con un suave resplandor dorado. Estaba ayudando a Fiona, la mujer que me acogió cuando llegué, a recoger algunas hierbas cerca del bosque. Había algo casi terapéutico en la repetición de la tarea, en el suave crujir de las plantas bajo mis manos.

—¿Lo has sentido? —la voz de Fiona rompió el silencio de repente.

La miré de reojo, sin entender a qué se refería. Había algo en su tono que me inquietó, algo que parecía sugerir que había más detrás de sus palabras. Fiona era una mujer sabia, conocía las energías de la naturaleza mejor que nadie en la aldea. Sabía más de lo que decía.

—¿Sentir qué? —pregunté, intentando mantener mi voz neutral, aunque el ligero escalofrío en mi columna me delató.

Ella no respondió de inmediato. Continuó recogiendo las hierbas, pero su mirada estaba perdida en el horizonte, como si estuviera escuchando algo que yo no podía oír. Finalmente, dejó caer las plantas en su canasta y se volvió hacia mí.

—Hay voces en el viento, Anya. Voces que traen noticias de lugares lejanos.

Mi corazón comenzó a latir más rápido. Noticias de lugares lejanos. Sabía lo que eso significaba. Sabía lo que estaba tratando de decir sin palabras. Llevaba semanas aquí, refugiándome de mi propia realidad, pero no podía evitar que el mundo exterior me alcanzara. Y ahora, las noticias finalmente habían llegado. Noticias que involucraban a él.

—¿Qué has oído? —pregunté, aunque una parte de mí temía la respuesta.

Fiona me miró con esos ojos penetrantes que siempre parecían saber más de lo que dejaban ver. Había un peso en su mirada, un entendimiento que venía de haber visto muchas cosas en su vida. Se acercó a mí, tomando mi mano en un gesto que pretendía ser reconfortante, pero solo aumentó mi ansiedad.

—He oído que tu Alfa te está buscando.

Esas palabras cayeron sobre mí como una losa. Aiden. Siempre él. Mi respiración se aceleró, y sentí cómo el dolor, la traición, y una oleada de emociones que creía enterradas comenzaron a agitarse dentro de mí. Había intentado tanto dejarlo atrás, pero la simple mención de su nombre volvía a abrir las heridas que aún no habían cicatrizado del todo.

—No lo llames mi Alfa —le dije, con más dureza de la que pretendía. No quería sonar cruel, pero el resentimiento me invadió de golpe. No es mi Alfa. No después de lo que hizo, de las palabras que me lanzó como dagas en nuestra última discusión.

Fiona asintió lentamente, comprendiendo que el vínculo entre un Alfa y su Luna era más complejo de lo que cualquiera podría imaginar. Sabía que mi huida no había sido solo física. Me estaba escapando de él, de mí misma, de lo que significaba ser su Luna.

—Como quieras llamarlo —continuó ella suavemente—, pero eso no cambia el hecho de que él te está buscando. Y no solo eso. Dicen que hay problemas en su manada, que están al borde de una guerra con los lobos de Blackwood.

Blackwood. Solo ese nombre ya era suficiente para encender una alarma en mi mente. Jax, el Alfa de Blackwood, era peligroso. Siempre lo había sido. Ambicioso, manipulador. Si había una oportunidad para debilitar a Aiden, Jax la tomaría sin dudarlo. Y sin mí... sin mí al lado de Aiden, él estaba vulnerable.

Sentí un nudo formarse en mi estómago. La manada está en peligro. La manada que también era mía, aunque intentara olvidarlo. No solo era Aiden quien me necesitaba, sino también los demás. Mis hermanos y hermanas, aquellos que me habían aceptado como su Luna. Y aunque mi corazón estaba lleno de dolor y resentimiento hacia Aiden, no podía ignorar mi responsabilidad hacia ellos.

—No puedo volver —murmuré, más para mí misma que para Fiona.

No quería volver. No quería enfrentar a Aiden, no quería ver su rostro y recordar todo lo que perdimos. No quería sentir esa conexión que siempre me debilitaba. Pero también sabía que no podía seguir huyendo para siempre.

—Tú sabrás cuándo sea el momento —dijo Fiona, como si hubiera leído mis pensamientos—. Pero no puedes ignorar lo que eres. Lo que ambos son. Él es tu Alfa, y tú eres su Luna. Están destinados a estar juntos, aunque el camino sea doloroso.

Destinados. Esa palabra siempre me había parecido una maldición. ¿Qué tipo de destino nos unía si solo nos traía sufrimiento? Pero incluso mientras maldecía nuestro destino, una parte de mí sabía que Fiona tenía razón. No podía ignorar lo que era.

Las voces en el viento continuaban susurrando, trayendo consigo noticias de guerra, de dolor, de la inminente destrucción que podría caer sobre Silver Creek. Y mientras esas voces resonaban en mi mente, supe que mi tiempo en la aldea estaba llegando a su fin.

No podía seguir escondiéndome. No mientras mi manada estaba en peligro. No mientras Aiden seguía buscándome.

Pero tampoco podía perdonarlo tan fácilmente. No después de todo lo que habíamos pasado.

Esa noche, me quedé despierta durante horas, mirando el cielo estrellado desde la pequeña ventana de mi habitación. Sabía que debía tomar una decisión pronto, pero mi corazón estaba dividido. Entre el deber y el resentimiento, entre el amor y el dolor.

No sería fácil volver. Pero quizás era inevitable.

Al final, las voces en la oscuridad siempre encuentran una manera de hacerse oír.

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