Capítulo 2: Un nuevo comienzo

El aire aquí es diferente, más puro, más ligero. Casi como si con cada respiración pudiera purgar el peso que he estado cargando desde que me fui. Pero no es tan simple. No lo es, porque a pesar de lo idílico que es este lugar, a pesar de la serenidad que parece envolverlo todo, las sombras de mi pasado siguen persiguiéndome, siguen enredadas en mi piel como una segunda capa imposible de arrancar.

Estoy en una pequeña aldea, alejada de todo lo que alguna vez conocí. Es un refugio, un intento desesperado de encontrar la paz que tanto anhelo. Un intento de escapar de él... de Aiden.

Los aldeanos aquí no saben nada de lo que soy. Para ellos, solo soy una extraña que apareció una mañana fría y silenciosa, buscando asilo. Les dije que me llamaba Anya, pero omití el título que me define más de lo que quiero admitir: Luna. Ellos no entenderían. En este lugar, no hay manadas, ni Alfas, ni Lunas. Solo hay gente común, que vive una vida simple, sin las complejidades y las guerras que dominan el mundo que dejé atrás.

Y eso es lo que más me duele. Aquí, todo parece tan... tranquilo. Tan ajeno al caos que dejé en Silver Creek.

—Anya, ¿puedes ayudarme con estos? —me llama Fiona desde la puerta de la pequeña cabaña en la que me he estado quedando.

Fiona es amable. Una mujer mayor, que vive sola desde que su esposo murió años atrás. Me acogió sin hacer demasiadas preguntas, solo con una mirada que transmitía comprensión. Ella me ofreció un techo, comida, y lo más importante, silencio. No me presiona para hablar de lo que dejé atrás, aunque sé que lo intuye. Hay algo en su mirada, en la manera en que sus ojos me estudian cuando cree que no la veo, que me dice que ella sabe más de lo que aparenta.

Me acerco a ella, tomando el cesto lleno de hierbas que había recolectado en los campos cercanos.

—Claro —respondo con una sonrisa que no llega a mis ojos.

Estoy tratando, de verdad. Intento con todas mis fuerzas dejar atrás el pasado. Pero no importa cuánto lo intente, él sigue ahí. Aiden sigue ahí. Su rostro aparece en mis pensamientos en los momentos más inesperados. A veces, en el silencio de la noche, juro que puedo sentir su presencia, como si me estuviera buscando, como si nuestras almas todavía estuvieran entrelazadas, tirando una de la otra, incapaces de romper el lazo que compartimos.

Recuerdo la última vez que lo vi, la forma en que sus ojos se oscurecieron de rabia, de frustración... de dolor. Las palabras que me lanzó, cada una de ellas cortándome más profundamente de lo que jamás querría admitir. Fue una pelea estúpida, pero las palabras que se dijeron no fueron banales. Cada palabra fue una herida. Y aunque sabía que no lo decía en serio, no podía evitar sentir que algo se había roto en mí en ese momento.

Yo, su Luna, la mujer destinada a estar a su lado, me alejé. Me fui sin mirar atrás. Y ahora... aquí estoy.

—¿Te quedas para la cena? —pregunta Fiona, interrumpiendo mis pensamientos mientras coloca los últimos ingredientes en una olla al fuego.

—No lo sé —digo, tratando de sonar despreocupada, pero la verdad es que no estoy segura de poder soportar una velada más de silencios incómodos. El ruido en mi cabeza es ensordecedor.

El resto del día transcurre con la misma rutina de siempre. Ayudo a Fiona, camino por los campos, trato de perderme en la monotonía del trabajo físico. Pero incluso mientras mis manos se mueven, mi mente sigue vagando, siempre regresando a él. Siempre volviendo a Aiden.

En las noches, la aldea parece aún más silenciosa. Solo el murmullo del viento entre los árboles y el ocasional ulular de un búho rompen la quietud. A veces, cierro los ojos y finjo que soy otra persona, que nunca fui parte de una manada, que nunca conocí a Aiden, que nunca fui su Luna. Pero esos momentos son breves.

Es imposible olvidar lo que soy. Es imposible olvidar lo que Aiden y yo fuimos.

Los aldeanos hablan poco de lo que ocurre fuera de estos límites. En este lugar remoto, las noticias llegan de vez en cuando, traídas por viajeros que pasan y comercian. Pero yo no me acerco a ellos. No quiero saber. No quiero escuchar rumores sobre lo que está sucediendo en Silver Creek. No quiero saber si Aiden me ha olvidado.

Y sin embargo, cada vez que escucho a alguien mencionar algo de fuera, una pequeña chispa de esperanza se enciende en mí. ¿Estará buscándome? A veces me pregunto si él también siente esta conexión, si el vínculo entre Alfa y Luna sigue tirando de él como lo hace conmigo.

No quiero regresar, pero tampoco puedo evitar preguntarme si hay algo por lo que volver.

Esa noche, mientras me acuesto en la pequeña cama que Fiona me ha dado, el viento comienza a aullar más fuerte, como si el mundo mismo estuviera susurrando en mi oído. Me doy la vuelta una y otra vez, incapaz de encontrar el sueño, sintiendo la inquietud crecer dentro de mí.

Y entonces, lo siento. Una punzada en mi pecho.

Me quedo inmóvil, conteniendo el aliento. Es el vínculo. No hay otra manera de describirlo. Esa conexión que siempre está ahí, débil pero presente, se intensifica por un instante. Mi corazón se acelera, y por un segundo, siento a Aiden. Siento su dolor.

Me levanto de la cama, descalza, caminando hacia la ventana que da al campo. El cielo está despejado, y las estrellas parecen brillar más de lo normal, como si quisieran decirme algo. Me abrazo a mí misma, como si el frío de la noche pudiera ahuyentar esa sensación.

Pero no lo hace.

Porque por mucho que lo intente, no puedo escapar de lo que soy. No puedo escapar de él.

Al día siguiente, mientras me ocupo de mis tareas, escucho un rumor. Una conversación susurrada entre dos aldeanos que hablan sobre una posible guerra. No presto atención de inmediato, pero cuando escucho el nombre de Silver Creek, mi corazón se detiene.

—Dicen que los lobos de Blackwood se están movilizando —dice uno de los hombres.

Blackwood. Ese nombre me trae una oleada de miedo. Jax. El Alfa de Blackwood siempre fue un enemigo para Aiden, un líder despiadado que haría lo que fuera necesario para debilitar a la manada de Silver Creek. Y ahora que yo no estoy allí…

El hombre sigue hablando, pero ya no lo escucho. Todo lo que puedo pensar es en Aiden, en la manada. En el peligro que enfrentan.

Y en ese momento, lo sé. No puedo seguir huyendo.

El dolor sigue ahí, el resentimiento, la traición. Pero también está la responsabilidad, el lazo que nunca pude cortar. Mi manada me necesita.

Aiden me necesita.

Y aunque mi corazón está dividido, sé que mi tiempo aquí, en este pequeño refugio, ha llegado a su fin.

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