El vínculo entre Desz y Furr se fortalece. Y pronto tendrán más compañía. Y más problemas...
Las sospechas de Desz habían resultado ser ciertas. Ratszendach no sólo ya había estado en la zona a la que llegaron, tenía incluso una casona preparada para ellos. Era mucho más grande que la anterior y supuso lo que aquello significaría. —Furr, muchacho. Llévame al mercado. Conseguiré unas siervas que me hagan rejuvenecer con sus suaves manos —ordenó Ratszendach subiendo a la carreta. Furr miró a Desz. —No gruñas —le dijo éste, palmeándole el hombro. Sin muchas ganas, y menos aún oportunidades para protestar, Furr condujo la carreta por donde se le ordenó. Se mordió la lengua gran parte del viaje para no contestar a las sandeces que le decía Ratszendach. Oía en su cabeza la voz de Desz. "No lo dejes provocarte". Siempre le decía lo mismo y él siempre lo olvidaba. —Buscaremos algún comerciante de esclavos. Quiero una esclava sumisa y silenciosa. Si no tiene lengua, mejor aún. Las risas del señor fueron acompañadas por los gruñidos de Furr. Se alegró de que Desz no estuviera cerc
El joven Tarkut caminaba impaciente por la sala. La luna ya se hallaba en descenso desde el cielo y Desz no regresaba. Y Furr no era bueno esperando.—Mi señor —escupió de mala gana alguien tras él. Era la muchacha que se cubría el rostro con el cabello. Ya no lo hacía, pero deseaba que así fuera. La cicatriz en la cara le daba un aspecto espantoso. Ella se inclinó, extendió la bandeja hacia él y le sonrió. Fue una sonrisa fingida y grotesca que a Furr le erizó los finos vellos de los brazos. Miró el interior del vaso. No lograba sentir su aroma a esa distancia, pero por el color supo de qué se trataba.—¿Acaso te he pedido té? —No, pero... el otro señor me dijo que... —¡Largo! El infeliz de Ratszendach no perdía oportunidad para fastidiarlo. Él era incapaz de beber algo que no fuera sangre. Y además enviaba a esa muchacha horrorosa sólo para enfurecerlo. —Tus gruñidos se oyen hasta el establo —dijo Desz, entrando a la casona. Venía solo. —¿Y la muchacha? —La devolví —contó, se
El pecho de la morena subía y bajaba, todavía conmocionado por el placer carnal. La miel de la que Ratszendach hablaba le chorreaba la cara interna de los muslos y se había regado por el piso. El Tarkut le susurró algo al oído y ella se tambaleó hasta dejar la habitación. Él fue al lavatorio junto a la ventana y se lavó las manos. —Dijiste que los Dumas parecían árboles, ¿cómo puede ser ella un Dumas?—No lo es, Desz. Ella es humana, por fuera y por dentro también. —¿Entonces? —Me han dicho que era muda, por eso la compré. No imaginas mi sorpresa cuando tales palabras brotaron de su boca en medio del acto amatorio. Ella habla su lengua y no parece entender la nuestra. Lo curioso es que sólo habla cuando el deseo llena su cuerpo. —¿Y qué es lo que dice? Ratszendach se secó las manos y volvió frente a Desz. —No lo sé. Hasta el momento conmigo ha dicho las mismas palabras. Quisiera que tú la "interrogues", para saber si dice algo nuevo. Desz lo miró de mala gana. Tenía él esa incon
El miedo era una sensación primitiva que en su justa medida permitía la supervivencia, si se lo sabía escuchar. Neulí sabía escuchar y, aunque su vida era miserable, ella deseaba seguir viviendo. Y, para lograrlo, debía salir de aquella casona. Por fea que fuera, a los bandidos no les importaba su cara, sólo lo que podrían hallar entre sus piernas. Fue por un cuchillo a la cocina. A poco andar, oyó unos frenéticos gritos de mujer. La morena estaba en el suelo, sus manos ensangrentadas clavaban con ira un cuchillo sobre un hombre postrado. Eval también estaba allí. El suelo era un charco de sangre.Retrocedió ante tan espantosa escena. Su mano temblorosa buscó coger un uslero, pero botó un jarro que se le interpuso. La mujer se percató de su presencia. Tenía sangre hasta dentro de los ojos. Se levantó lentamente, con el cuchillo por delante y se abalanzó sobre Neulí. Sin tiempo para pensar y menos para correr, la joven se dejó caer al suelo y golpeó con sus piernas el vientre de la mu
En aquella casona en la ladera de un cerro y frente a una quebrada, habitada por criaturas no humanas, no había tal cosa como el silencio, Furr lo había destrozado con sus gritos, que iban en aumento.—La muchacha no es de tu pertenencia. Fui yo quien la compró y fue ella quien me suplicó por una nueva vida. La impasible serenidad de Ratszendach lo alteraba aún más. En momentos como éste, esa aparente paz no era más que una careta tras la que se ocultaba su siniestra sonrisa. Como era habitual, Desz hizo lo posible por calmar los ánimos. Sacó a Furr para que el aire le aclarara la cabeza. Al furioso Tarkut no le salían las palabras, sólo gruñidos y gritos, cada vez más débiles, afloraban de su cuerpo. Así fue hasta que le quedó sólo una respiración pesada. —Neulí y Ratszendach pueden irse a la mierd4... No me importan, son escoria.—¿La rechazarás ahora que es un Tarkut? ¿Crees que eso ha cambiado su corazón? No hagas tal, Furr. No te atrevas. —Yo no la amo, Desz, nunca la he amado
Pronunciar aquel nombre era como nombrar a alguien que llevaba largo tiempo muerto. Ah-um no se había convertido en el hombre anciano que debía ser ni había vivido la vida que añoraba conseguir cuando partió de su lado; Ah-um ya no era humano.—¿Qué pasó?... ¿Por qué? —preguntó Desz, viendo entre sus manos aquel joven rostro que vivía en sus memorias. ¿Una nueva ilusión? ¿Acaso su dolor ya se había convertido en locura? Era un castigo, sin dudas. —Lo intenté, Desz.Era su voz. La voz del niño que vio convertirse en hombre, la del hombre que había partido a buscar su destino.—Quise vivir la vida de un humano, pero no pude... ¿Cómo podría vivir sin ti si te amo más que a mi propia vida? Desz se deslizó del sillón y se abrazaron sobre la alfombra. Su hijo había regresado convertido en su hermano. —¿Cuándo ocurrió?—Unas semanas después de que me fuera.—¡¿Y por qué no volviste de inmediato?! Me has castigado por tantos años sufriendo tu ausencia... —Has sido tú quien quería que me f
Cuando la luna llena iluminó el cielo en su cénit, una carreta se apostó frente a las puertas de la ciudadela. Escoltadas por guardias, una a una las jóvenes escogidas como sacrificio fueron subiendo. No lloraban, no se resistían o lamentaban. Tal serenidad no se debía a que se hubieran resignado al destino que las aguardaba ni mucho menos, ellas ya no eran conscientes de cuanto ocurría. La poción administrada, preparada por el curandero a petición del rey, además de facilitar la entrega y aminorar el horror de la población, era una última muestra de piedad para quienes se sacrificaban por el bien de la mayoría.Entre las cinco aletargadas muchachas, una fingía estarlo. Cubierta con un velo, tal como las demás, mantenía sus agudos sentidos atentos a su alrededor. Sólo ella oía al caballo que seguía la carreta a lo lejos, cuyo jinete la ayudaría a regresar a salvo. No tenía miedo, ya había tenido toda una vida para temer. Ahora empezaba a saborear la libertad por primera vez y no esper
El joven guardia en la torre de vigilancia bostezó por segunda vez. Su puesto en el alto castillo de la ciudadela amurallada le permitió ser el primero en verlo. Esperaba con ansias la salida del brillante sol para el cambio de turno, pero aquella mañana el sol tardaría un poco más en derrotar a la oscuridad de la noche. Desde el horizonte y por entre los cerros se alzó una columna de humo negro que no tardó en invadir con sus tinieblas el cielo. En la casa de los Tarkuts, Ribon, parada ya firmemente en sus dos piernas, vio desde su ventana los humos oscuros retorciéndose a lo lejos. Arrugó la nariz. Las esencias de la materia carbonizada no tardaron en llegar a narices menos sensibles y las gentes de la ciudadela se refugiaron en sus casas, cerrando bien puertas y ventanas. Era mediodía y estaba oscuro, el aire hedía y, en algún lugar, la tierra ardía.Los vientos acabaron por desplazar los humos irrespirables del voraz incendio hacia el norte. En lo alto, el cielo siguió oscuro, com