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XXXVII Sólo cenizas
El joven guardia en la torre de vigilancia bostezó por segunda vez. Su puesto en el alto castillo de la ciudadela amurallada le permitió ser el primero en verlo. Esperaba con ansias la salida del brillante sol para el cambio de turno, pero aquella mañana el sol tardaría un poco más en derrotar a la oscuridad de la noche.

Desde el horizonte y por entre los cerros se alzó una columna de humo negro que no tardó en invadir con sus tinieblas el cielo. En la casa de los Tarkuts, Ribon, parada ya firmemente en sus dos piernas, vio desde su ventana los humos oscuros retorciéndose a lo lejos. Arrugó la nariz. Las esencias de la materia carbonizada no tardaron en llegar a narices menos sensibles y las gentes de la ciudadela se refugiaron en sus casas, cerrando bien puertas y ventanas. Era mediodía y estaba oscuro, el aire hedía y, en algún lugar, la tierra ardía.

Los vientos acabaron por desplazar los humos irrespirables del voraz incendio hacia el norte. En lo alto, el cielo siguió oscuro, com
NatsZ

Desz tiene un plan y está seguro de que funcionará. ¿Qué podría salir mal?

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