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LXXVI Promesa perpetua
Una suave caricia en la cabeza sacó a Lis del trance de la somnolencia. Así ella sanaba y, cuando se despertó, ya su cuerpo estaba entero. Casi entero, notó al ver quién la acompañaba.

—Ya todo terminó, Lis —le dijo Riu.

Él y el ejército habían llegado a Arkhamis sin encontrarse con Dumas sombrío alguno. Y aquellos que sobrevivieron a su posesión habían vuelto a ser los mismos de siempre.

—¿Y Desz? ¿Él llegó también?

—Él nunca vino, se fue en otra dirección.

Tan rápido como al trueno seguían las centellas, Lis dejó el lecho y buscó un caballo. Galopó como tantas veces imaginó mientras veía el bosque de las sombras desde la distancia y soñaba con alcanzarlo. El fin de la guerra había sido tan prodigioso, como si contaran ellos con ayuda divina, y sólo imaginaba a un ser capaz de aquello.

Se detuvo en el linde del bosque, impactada por la visión que se desplegaba ante ella, tan irreal como fantástica:

Ya los árboles no tenían ojos y la tierra no respiraba.

Y la niebla no se volvi
NatsZ

De un sacrificio indescriptible ha nacido la tan ansiada paz, pero Desz ya no está para apreciarla. ¿Estará el destino de Desz y Lis escrito en piedra? (No sufran, que todavía nos queda el epílogo).

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