Reino de Arkhamis
Lis dejó su trono y a los nerviosos invitados que no dejaban de murmurar sobre lo que creían que ocurría. Fue en busca de su padre. Tras ella salió su madre y, al verse sola, Daara las siguió.—¡Regresa ahora mismo al salón! No puedes dejar a tus invitados solos.—No son mis invitados, son los de mi padre. Además, la fiesta ya terminó. ¿No viste la cara de ese hombre? Algo muy malo ha pasado, madre.Las puertas de la habitación donde estaba el rey se abrieron. El mensajero salió raudo junto a Magak, general del ejército real. Luego salió el rey Barlotz. En su tétrica expresión no había rastro de la confiada sonrisa de antes. Incluso la boca le temblaba levemente.—Mi rey, dile a tu hija que regrese con los invitados, nos pone en vergüenza —exigió la reina.—Alira, ahora mismo le informarás a los invitados que pueden seguir disfrutando de nuestra hospitalidad hasta el alba, nosotros no regresaremos. —El rey cogió a Lis de la mano y se encerró con ella en la habitación.La reina murmuró de mala gana cuando la puerta se cerró en sus narices. Se dirigió sin más remedio al salón.En la sala de reuniones, el rey tomó asiento y llamó a su hija a su lado, con expresión compungida como si lo aquejara un terrible dolor de tripas. La princesa se sentó a sus pies, así hacía desde niña cuando él le contaba historias llenas de magia y criaturas fantásticas. En ese entonces ella lo oía con curiosidad y alegría; ahora la última había sido reemplazada por el miedo.—Mi querida Lis, lamento tanto que esto haya ocurrido en un día como hoy y que tu alegría se vea empañada por tan alarmantes noticias. —El dolor en los ojos del rey se reflejó en los de la princesa, que le cogió una mano entre las suyas. La besó y estrechó con fuerza.—Dilo, padre. Déjame cargar con una parte de tu dolor para que tu sufrimiento sea menor, compártelo conmigo.El rey asintió. Posó su otra mano sobre la cabeza de la joven y la acarició.—Ha surgido una amenaza que podría poner fin a nuestros veinte años de paz e incluso a la humanidad misma —confesó.El corazón de la princesa se agitó como un pez fuera del agua, temblando en agonía.—Un enemigo que creíamos extinto ha resurgido desde las tinieblas y no tardará en atacar. Su fuerza y ferocidad son implacables y necesitaremos toda la ayuda de que dispongamos, de la unión de todos los soldados de todos los reinos y, aun así, no tendremos oportunidad contra ellos.Tanta fatalidad se acumulaba en esas palabras que la princesa sintió que le faltaba el aire.—Pero... ¡Debe haber algo que podamos hacer!...—Lo hay, claro que sí, pero el precio de la paz será muy caro. Hace veinte años alguien nos ayudó a destruirlos, pero en sí mismo también era una amenaza, así que nos volvimos contra él y los suyos, logrando la paz que has conocido hasta ahora. Debido a eso, él no aceptará ayudarnos así nada más... Yo debo darle una prueba de fe para que vuelva a confiar en mí... Debo entregarle lo más amado que tengo, como muestra de mi error y suplicar su perdón.Una ofrenda de paz. A la princesa la atenazó un miedo agudo y paralizante. La voz de su madre criticándola por consentida resonó en su cabeza. "Por el amor tan grande que te profesa tu padre", le había dicho su aya y todas las veces en que el hombre frente a ella la abrumaba con sus atenciones, no hicieron más que profundizar el dolor que comenzaba a surgir en su pecho.Lo que más amaba el rey, su padre... ¡No quería ni pensarlo!—Tú, mi preciosa Lis, mi amada florecita, tú eres lo más preciado que tengo y lamento tener que depositar sobre tus hombros un peso como éste, pero de tu sacrificio depende la supervivencia del reino, de la humanidad, de todo lo que conocemos. ¡Eres nuestra última esperanza!La joven pareció caer en un trance. Era irreal, no entendía, no se movía, no respiraba. Reaccionó cuando su padre la sacudió.—¡Debe haber otra forma, padre! Nadie habla como tú. Tú podrías convencer a alguien de que puede volar y le saldrían alas. Usa tus palabras, por favor. Yo... ¡Yo pelearé! Tomaré una espada e iré contigo a la guerra... ¡Yo daría la vida por ti, padre! Pero no así... No me alejes de mi familia ni me entregues como una cosa... ¡No me envíes lejos, padre, por favor!—¿No me has oído? ¡Ningún soldado del reino podría hacerle frente a los Dumas! Esas criaturas sobrenaturales juegan con tu mente, haciéndote ver y oír lo que no hay, y sus heridas sanan en un parpadeo. Tienen la fuerza de cinco hombres y pueden despedazarlos usando sólo sus manos. Y nos odian. Los Dumas nos desprecian, desprecian todo lo bueno y bello del mundo, tú nada podrías hacer en el campo de batalla contra ellos. Mira tus suaves y delicadas manos, ni siquiera podrías empuñar una espada.—¡Padre, por favor! —suplicó, derramando lágrimas por montones—. Eres el hombre más sabio que conozco, tú podrás encontrar otra solución, por favor, padre querido. ¡Ten piedad de tu hija!—¡¿Crees que, si tuviéramos otra opción, te habría contado todo esto?! Habría partido a la guerra arriesgando mi vida como ya hice una vez y haré de nuevo, pero no puedo solo. Necesito a mi antiguo aliado de mi lado, lo necesito para derrotar a los Dumas y te necesito a ti para que él vuelva a confiar en mí. Cada uno debe desempeñar el papel que le corresponde y ha llegado el momento de que hagas el tuyo. Allá afuera dijiste esperar el día en que pudieras retribuir el inmenso amor que siento por ti, pues ese día ha llegado, Lis.Ella le soltó la mano que tan amorosamente aferraba y se desplomó sobre la alfombra, llorando sin consuelo. El dulce amor de su padre se había vuelto más pesado que la corona y era una cadena que le impedía salir corriendo para escapar de su destino. Se había quedado sin opciones.—Prepárate, saldremos al amanecer.El rey pasó por su lado y salió de la funesta habitación. Desde el pasillo oyó el desgarrador grito de su hija y su corazón se estremeció. Era el grito de una bestia herida y acorralada, como el que había oído veinte años atrás. ∽•❇•∽En la madrugada, una princesa que más parecía una muñeca sin alma fue subida a un carruaje. La caravana, liderada por el general Magak, partió con prisa. No hub0 tiempo para despedidas ni preparativos. Con una breve mirada Lis le dijo adiós al palacio que había sido su hogar durante dieciocho años, todavía llevando el hermoso y pesado vestido bordado con hilos de oro y plata. La fina prenda, que antes la hacía sentir desnuda, ahora le apretaba como una mortaja.Los veinte años de paz no se celebraban sólo en Arkhamis, sino en todos los reinos de la región, por lo que era preciso que el rey Camsuq visitara cada uno de ellos para participar en los festejos; esa fue la excusa para tan repentino viaje, eso fue lo que la princesa Daara creyó y felicitó incluso a su hermana por poder conocer tan remotos parajes y que todos pudieran apreciar su belleza.La reina se mantuvo estoica y seria ante la noticia. Cuando nadie la vio, liberó en sus aposentos el amargo llanto que guardaba con tanto celo. Finalmente, una sonrisa apareció en su frío rostro.—Jamás volveré a montar a mi caballo y a galopar por las verdes praderas del reino —se lamentaba la princesa, viendo el palacio volverse cada vez más pequeño a la distancia.Ni siquiera había alcanzado a despedirse de él, pero le encargó a Riu que lo cuidara y lo sacara a galopar en su ausencia. No lo dejes envejecer, le había pedido. Habría querido agregar que no lo dejara olvidarla, pero le pareció una petición difícil de cumplir.—Jamás volveré a oír las risas de Daara, ni los regaños de madre... Jamás volveré a estar en mi hogar...Todo lo que conocía en el mundo estaba en aquel palacio y ahora por fin saldría de la capital y del reino, pero para ir a lo desconocido y no volver jamás. Su curiosidad por el exterior y sus deseos por saciarla se hundían en la oscuridad como una burla. En su cumpleaños no había recibido más que una m4ldición.—Deja de hablar así, Lis. Cuando todo esto acabe iré por ti y este momento no parecerá más que un sueño, ya verás. Estarás bien.Un sentimiento que jamás albergó por su padre hizo aparición: la impotencia.—Lo que se da no se quita, padre. Tú me lo has enseñado.—En la guerra no hay reglas que valgan, Lis, lo único importante es salir victorioso.A la impotencia se sumó la incredulidad. Ese hombre sentado a su lado y que portaba una ostentosa corona se parecía cada vez menos al padre que conocía. La cálida voz se le enfriaba hasta volverse glacial y, en sus ojos, ya no habitaba el reflejo de los de ella, que habían dejado de brillar en cuanto supo que sería entregada como ofrenda a un completo desconocido.En su amarga desesperación, hasta desposarse con el rey Barlotz le pareció a Lis un destino más piadoso que el que le aguardaba.La caravana real llegó a la aldea Frilsia cuando los primeros rayos del sol besaron con su calidez los campos de trigo. Luego de dejar a Lis bien vigilada en el lugar, el rey y una comitiva partieron al bosque de las sombras. Cerca de Frilsia el bosque oscuro parecía haber caído en un pacífico sueño de silencio, que hasta menos sombrío lo hacía ver y no era peligroso entrar a él. Podría pensarse que era un bosque como cualquier otro, salvo por el secreto que guardaba en sus entrañas. —Parece intacta, majestad —comprobó uno de los soldados.La cerca de madera seguía allí después de veinte años, toda cubierta de plantas trepadoras. Nadie había entrado y nadie había salido. Entre cuatro soldados la quitaron y se aventuraron a la oscuridad de la cueva espada en mano. Eran espadas de madera. Sus pisadas se oyeron como si fueran elefantes, aun a lo lejos. En el lento mundo de silencio de la bestia allí cautiva, cualquier sonido que no fuera el de las alimañas rastreras o los de su propio c
Con el sol en el punto más alto del cielo, el carruaje con la princesa dejó Frilsia y avanzó veloz hacia el reino de Nuante. Agazapada en el asiento no vio cómo se adentraban por un sendero que cruzaba el bosque de las sombras y conectaba el territorio de Arkhamis con el exterior. Sin saberlo, Lis por fin estaba cumpliendo su sueño de ir más allá de los reinos, hacia las tierras que se ocultaban tras el oscuro verdor y sus historias de pesadilla.—Hemos llegado —le informó el cochero luego de un buen trecho.El rey ni siquiera se había molestado en acompañarla para entregarla personalmente. Desde el confortable interior del carruaje, Lis oyó un sorpresivo silencio. No había afuera una comitiva de gente para darle la bienvenida a alguien de su realeza. No había dicha ni algarabía en las calles para recibirla. Su pie tembloroso, enfundado en un delicado zapato con bordados de oro y gemas incrustadas, tocó por fin la aridez de la tierra extranjera. El paisaje desolador que halló a su al
En cuanto pudo controlar el temblor de su cuerpo, Lis corrió hacia la puerta, que nuevamente se cerró de golpe frente a ella. Había sido él, notó con espanto, pues la mano del hombre se hallaba alzada en su dirección, mientras bebía la sangre del cochero como una vil sanguijuela. Ella jamás oyó que los leprosos se alimentaran de sangre y menos de que tuvieran habilidades mágicas. Esa criatura no era un leproso, qué ingenua había sido. No era un pobre hombre enfermo, era un monstruo.La princesa se cubrió los oídos para evitar que el horroroso sonido le siguiera agitando las entrañas. Era como el sorber de una sopa, pero una sopa humana. Con la frente apoyada en la puerta que era incapaz de abrir, lloró y oró por su vida, sabiendo que sería la siguiente. —Hmm... Aaahhh... ¡Ha estado delicioso! —exclamó Desz. Se limpió la sangre que escurrió de su boca y empujó con su pie el cadáver hasta alejarlo de su lado. Lo había dejado seco como a una pasa. Volvió a cubrirse con la manta, pero
Puesto de vigilancia en Frilsia, reino de Arkhamis. Los vigilantes rendían su informe ante el rey Camsuq, su general y el rey Barlotz.—Entonces, ¿sólo se han confirmado dos apariciones? —preguntó Camsuq.—Así es, majestad. Un hombre adulto en una pequeña aldea al norte de aquí, mató a tres hombres, y un niño, al sur, mató a otros cuantos. Ambos escaparon.—¿Un niño dices?—No era un niño común y corriente, mi rey; tenía la fuerza de tres hombres y desmembró a varios con sus propias manos.—¿Y cómo saben que era un Dumas? Pudo ser un hombre lobo o uno de esos guardianes del bosque —cuestionó Barlotz.—No hay hombres lobos de este lado del mundo y los guardianes sólo atacan en las cercanías del bosque de las sombras, usualmente no dejan su territorio. Además, existen leyendas que cuentan sobre la habilidad de los Dumas para cambiar su aspecto —explicó el lugarteniente de Frilsia.—¿Eso es cierto, Camsuq? —preguntó Barlotz.—Yo... Jamás los vi hacer algo así. Eran criaturas monstruosas,
Reino de Balai, fronterizo al reino de Galaea. Sobre un vertiginoso acantilado bañado por un mar tormentoso y escudado por enormes montañas, se encontraba el palacio real, majestuosa obra arquitectónica de las frías e inhóspitas tierras de Balai, que parecía tallado sobre la roca oscura. Allí vivía el rey Ulster, único sobreviviente del linaje real, rodeado de sus siervos, súbditos y fieros soldados. —Así que el bufón de Barlotz pidió desposar a la hija de Camsuq. ¡Que gracioso! —Arrellanado en su trono, el rey gozaba con los rumores que rápidamente habían llegado a su reino.No lo habían invitado a las celebraciones, pero tenía ojos y oídos en todas partes. —Como si ese vejestorio pudiera satisfacer a una muchacha llena de brío como esa. Ella necesita un macho de verdad, como yo, que le ponga las riendas y la monte como se debe. El consejero rio, secundando todo lo dicho por su soberano, a quien conocía desde siempre. Sirviendo primero a su padre, acompañaba ahora al hijo, que ya
Reino de Arkhamis, palacio real. —Madre, ¿qué haces? ¡Esas cosas son de Lis! —exclamó la princesa Daara, viendo cómo su madre tiraba las pertenencias de su adorada hermana. —Ella ya no regresará y estas cosas sólo ocupan espacio. Terminarán por atraer a las ratas —aseguró la reina.Le entregó a uno de sus siervos una pila de libros y luego se dirigió hasta el armario.—¡¿Cómo que no regresará?! ¡Ella sólo fue de paseo con padre!La reina suspiró, mientras sacaba los vestidos y los lanzaba al suelo. Los siervos se encargaban de recoger todo cuanto ella arrojaba tan despreocupadamente.—Lis ha sido desposada por un importante señor y debe estar feliz en un hermoso palacio. Frente a todos los magníficos atuendos que su esposo debe haberle dado y le dará, estas prendas no son más que harapos. Hay que deshacerse de ellos, ya no los necesitará. —¡¿Se desposó?! ¡¿Y sin invitarnos?! ¡¿Cómo es posible?!—Así es tu hermana, siempre pensando en ella primero. —Terminó de arrojar todo el conte
El apuesto joven, que guardaba dentro de sí a una bestia, se acercaba a Lis poseído por el repentino encanto que había descubierto en ella a causa de la sangre caliente de los criminales. Y parecía que no habría fuerza capaz de detenerlo de saciar los deseos mal habidos.Hasta que se detuvo, a unos dos pasos de ella. —Ha sido divertido. Ya no intentarías salvarme ahora que sabes quién soy, ¿verdad? Lis seguía pasmada, incapaz de comprender que el hombre, con todos los atributos de un príncipe, tuviera en su fina boca los bestiales colmillos con que perforaba la carne para drenar a sus víctimas. Era inconcebible. Desz se miró la mano que ella le había cogido. —Me la has ensuciado, eres realmente repugnante —se la frotó en las ropas, con expresión de asco—. Apestas incluso más que cuando llegaste. Lis se olió con disimulo. Muy a su pesar la criatura no exageraba. Había andado correteando tras los cerdos y seguía vistiendo las ropas de su cumpleaños, que le parecía había ocurrido ha
Los lamentos y el amargo llanto de la princesa regaban la tierra esteril y abandonada que sería su tumba. ¿Qué sentido había tenido arrancarla de su dulce hogar para luego dejarla allí, sola?¿Qué quería la criatura? No lo entendía. Tampoco entendía por qué ella seguía allí si ya nada le impedía huir. Sin dudas, por la misma razón que había regresado con alimento para él; el trato con su padre. Pero, que la criatura se fuera ¿no significaba que la rechazaba como ofrenda? De ser así, la paz que tanto habían celebrado se perdería para siempre y sería su culpa, aunque no comprendía del todo qué había hecho mal. ¿Ser ruidosa? ¿Estar sucia? Ella ya se había aseado y ni siquiera se quejaba por su cruel destino. Tal vez la criatura podía percibir aromas ajenos al olfato humano, no lo sabía. No sabía nada de él salvo que era un monstruo abominable aunque su rostro dijera todo lo contrario. Permaneció derrumbada junto a los establos cerca de la entrada del palacio lo suficiente para ver al so