Puesto de vigilancia en Frilsia, reino de Arkhamis. Los vigilantes rendían su informe ante el rey Camsuq, su general y el rey Barlotz.—Entonces, ¿sólo se han confirmado dos apariciones? —preguntó Camsuq.—Así es, majestad. Un hombre adulto en una pequeña aldea al norte de aquí, mató a tres hombres, y un niño, al sur, mató a otros cuantos. Ambos escaparon.—¿Un niño dices?—No era un niño común y corriente, mi rey; tenía la fuerza de tres hombres y desmembró a varios con sus propias manos.—¿Y cómo saben que era un Dumas? Pudo ser un hombre lobo o uno de esos guardianes del bosque —cuestionó Barlotz.—No hay hombres lobos de este lado del mundo y los guardianes sólo atacan en las cercanías del bosque de las sombras, usualmente no dejan su territorio. Además, existen leyendas que cuentan sobre la habilidad de los Dumas para cambiar su aspecto —explicó el lugarteniente de Frilsia.—¿Eso es cierto, Camsuq? —preguntó Barlotz.—Yo... Jamás los vi hacer algo así. Eran criaturas monstruosas,
Reino de Balai, fronterizo al reino de Galaea. Sobre un vertiginoso acantilado bañado por un mar tormentoso y escudado por enormes montañas, se encontraba el palacio real, majestuosa obra arquitectónica de las frías e inhóspitas tierras de Balai, que parecía tallado sobre la roca oscura. Allí vivía el rey Ulster, único sobreviviente del linaje real, rodeado de sus siervos, súbditos y fieros soldados. —Así que el bufón de Barlotz pidió desposar a la hija de Camsuq. ¡Que gracioso! —Arrellanado en su trono, el rey gozaba con los rumores que rápidamente habían llegado a su reino.No lo habían invitado a las celebraciones, pero tenía ojos y oídos en todas partes. —Como si ese vejestorio pudiera satisfacer a una muchacha llena de brío como esa. Ella necesita un macho de verdad, como yo, que le ponga las riendas y la monte como se debe. El consejero rio, secundando todo lo dicho por su soberano, a quien conocía desde siempre. Sirviendo primero a su padre, acompañaba ahora al hijo, que ya
Reino de Arkhamis, palacio real. —Madre, ¿qué haces? ¡Esas cosas son de Lis! —exclamó la princesa Daara, viendo cómo su madre tiraba las pertenencias de su adorada hermana. —Ella ya no regresará y estas cosas sólo ocupan espacio. Terminarán por atraer a las ratas —aseguró la reina.Le entregó a uno de sus siervos una pila de libros y luego se dirigió hasta el armario.—¡¿Cómo que no regresará?! ¡Ella sólo fue de paseo con padre!La reina suspiró, mientras sacaba los vestidos y los lanzaba al suelo. Los siervos se encargaban de recoger todo cuanto ella arrojaba tan despreocupadamente.—Lis ha sido desposada por un importante señor y debe estar feliz en un hermoso palacio. Frente a todos los magníficos atuendos que su esposo debe haberle dado y le dará, estas prendas no son más que harapos. Hay que deshacerse de ellos, ya no los necesitará. —¡¿Se desposó?! ¡¿Y sin invitarnos?! ¡¿Cómo es posible?!—Así es tu hermana, siempre pensando en ella primero. —Terminó de arrojar todo el conte
El apuesto joven, que guardaba dentro de sí a una bestia, se acercaba a Lis poseído por el repentino encanto que había descubierto en ella a causa de la sangre caliente de los criminales. Y parecía que no habría fuerza capaz de detenerlo de saciar los deseos mal habidos.Hasta que se detuvo, a unos dos pasos de ella. —Ha sido divertido. Ya no intentarías salvarme ahora que sabes quién soy, ¿verdad? Lis seguía pasmada, incapaz de comprender que el hombre, con todos los atributos de un príncipe, tuviera en su fina boca los bestiales colmillos con que perforaba la carne para drenar a sus víctimas. Era inconcebible. Desz se miró la mano que ella le había cogido. —Me la has ensuciado, eres realmente repugnante —se la frotó en las ropas, con expresión de asco—. Apestas incluso más que cuando llegaste. Lis se olió con disimulo. Muy a su pesar la criatura no exageraba. Había andado correteando tras los cerdos y seguía vistiendo las ropas de su cumpleaños, que le parecía había ocurrido ha
Los lamentos y el amargo llanto de la princesa regaban la tierra esteril y abandonada que sería su tumba. ¿Qué sentido había tenido arrancarla de su dulce hogar para luego dejarla allí, sola?¿Qué quería la criatura? No lo entendía. Tampoco entendía por qué ella seguía allí si ya nada le impedía huir. Sin dudas, por la misma razón que había regresado con alimento para él; el trato con su padre. Pero, que la criatura se fuera ¿no significaba que la rechazaba como ofrenda? De ser así, la paz que tanto habían celebrado se perdería para siempre y sería su culpa, aunque no comprendía del todo qué había hecho mal. ¿Ser ruidosa? ¿Estar sucia? Ella ya se había aseado y ni siquiera se quejaba por su cruel destino. Tal vez la criatura podía percibir aromas ajenos al olfato humano, no lo sabía. No sabía nada de él salvo que era un monstruo abominable aunque su rostro dijera todo lo contrario. Permaneció derrumbada junto a los establos cerca de la entrada del palacio lo suficiente para ver al so
Frilsia, Reino de ArkhamisLa caravana liderada por el rey Camsuq regresó a la aldea a mediodía. Traían una carreta cargada con Azurita extraída de las minas de Nuante. La llevaron al puesto de vigilancia.—La probaremos en los prisioneros, llévanos con ellos —pidió el rey al lugarteniente. Habían capturado a cinco personas sospechosas de ser Dumas, cuatro hombres y una mujer. Se habían mostrado nerviosos con la presencia de los soldados en el pueblo y a uno de ellos lo encontraron vagando sin rumbo por los bosques. Pese a que opusieron resistencia, habían logrado ser capturados sin mayores problemas. Se esforzaban por mantener su apariencia humana, pero si la bestia no mentía, sus disfraces ya no los protegerían. El rey, su general, el lugarteniente y su segundo al mando fueron a las mazmorras. El hombre de menor rango le entregó al primer prisionero un trozo de Azurita dentro de un saquito de piel. El prisionero sacó el mineral, que no era más grande que un huevo de gallina y lo v
Reino de NuanteLos pisos y salones del palacio se vieron relucientes a la luz del amanecer. Lis desayunó en la cocina, que ahora nada tenía que envidiarle a las de su palacio en Arkhamis. Salvo quizá la gran abundancia de todo tipo de alimentos. Y la presencia de un gran contingente de siervos a su disposición. Y los finos cubiertos de plata que decoraban las mesas o la vajilla de porcelana... Lo importante era que estaba limpia. El ruinoso y tétrico palacio ya era un lugar habitable.Sin miedo a encontrarse con algo desagradable, después de comer se dedicó a deambular de un lado a otro por los pasillos y salones, con sus techos abovedados y sus muros desnudos, sin acercarse al ala oeste, donde dormitaba la bestia. Abrió todas las ventanas que hallaba a su paso. Aún quedaba en el ambiente un frío aroma a humedad y tierra. Qué entrara luz, aire fresco y ruido. ¡No había ruido! En su palacio en Arkhamis siempre había ruido. Si no era ella y su hermana, era los siervos, los soldados, lo
Al abrir los ojos, Lis vio al hombrecillo peludo yaciendo en el suelo, inmóvil a causa de la flecha clavada en su pecho. El resto de las criaturas volvió a sumergirse en la tierra y regresó al bosque de las sombras, no sin antes arrastrar con ellos el cuerpo del que había caído. De la dirección de donde provino la flecha, un soldado se acercaba. Tenía el emblema de Arkhamis en la armadura, la espada cruzada sobre la pluma. El corazón de Lis se llenó de regocijo y nostalgia al verlo. —¿Está bien, señorita? —preguntó amablemente el que resultó ser un joven. —Me golpeé al caer del caballo, pero estoy bien. Todo gracias a ti, eres mi salvador. Por supuesto, el soldado no la había reconocido. Y aunque ella tampoco lo conocía, deseaba abrazarlo como si fuera su hermano, un fragmento del hogar que había dejado tan lejos. El soldado le sonrió con dulzura y la ayudó a levantarse. Juntos vieron el estado del caballo, que no era nada bueno. Tenía varios mordiscos en sus patas y la san