Reino de NuanteLos pisos y salones del palacio se vieron relucientes a la luz del amanecer. Lis desayunó en la cocina, que ahora nada tenía que envidiarle a las de su palacio en Arkhamis. Salvo quizá la gran abundancia de todo tipo de alimentos. Y la presencia de un gran contingente de siervos a su disposición. Y los finos cubiertos de plata que decoraban las mesas o la vajilla de porcelana... Lo importante era que estaba limpia. El ruinoso y tétrico palacio ya era un lugar habitable.Sin miedo a encontrarse con algo desagradable, después de comer se dedicó a deambular de un lado a otro por los pasillos y salones, con sus techos abovedados y sus muros desnudos, sin acercarse al ala oeste, donde dormitaba la bestia. Abrió todas las ventanas que hallaba a su paso. Aún quedaba en el ambiente un frío aroma a humedad y tierra. Qué entrara luz, aire fresco y ruido. ¡No había ruido! En su palacio en Arkhamis siempre había ruido. Si no era ella y su hermana, era los siervos, los soldados, lo
Al abrir los ojos, Lis vio al hombrecillo peludo yaciendo en el suelo, inmóvil a causa de la flecha clavada en su pecho. El resto de las criaturas volvió a sumergirse en la tierra y regresó al bosque de las sombras, no sin antes arrastrar con ellos el cuerpo del que había caído. De la dirección de donde provino la flecha, un soldado se acercaba. Tenía el emblema de Arkhamis en la armadura, la espada cruzada sobre la pluma. El corazón de Lis se llenó de regocijo y nostalgia al verlo. —¿Está bien, señorita? —preguntó amablemente el que resultó ser un joven. —Me golpeé al caer del caballo, pero estoy bien. Todo gracias a ti, eres mi salvador. Por supuesto, el soldado no la había reconocido. Y aunque ella tampoco lo conocía, deseaba abrazarlo como si fuera su hermano, un fragmento del hogar que había dejado tan lejos. El soldado le sonrió con dulzura y la ayudó a levantarse. Juntos vieron el estado del caballo, que no era nada bueno. Tenía varios mordiscos en sus patas y la san
Los ojos de Desz se movieron rápidamente bajo el vendaje, en un intento por escapar de los rayos de sol que entraban por su ventana. Inhaló profundamente, con una mueca de dolor. Su cuerpo había estado muy cerca de ser partido por la mitad. Se inclinó para mirar qué tal estaba. De los blancos vendajes que la humana le había puesto sólo quedaba el recuerdo, incluso las sábanas de su lecho se habían teñido de rojo casi en su totalidad. Estaba acostado en un horroroso charco de sangre y seguía vivo porque la muerte huía de él; él era eterno y su dolor se fundía con el tiempo.Su olfato, que despertó tardíamente, pero con una intensidad asombrosa, le trajo aquel desagradable aroma. A pocos pasos de su lecho, sobre un sillón y cubierta con una manta estaba durmiendo la princesa. Ni siquiera la había oído llegar, así de mal se hallaba. Pero la olía. Resopló, deseando alejar el aroma de su nariz. A la pestilencia característica de la mujer se sumaban ahora los miasmas de la sangre contaminada
Puesto de vigilancia en Frilsia, reino de Arkhamis —¿A cuántos encontraste, Magak? —preguntó el rey, sentándose para descansar del reciente viaje a Nuante. —A dos, majestad. Aún no puedo creerlo. Sus superiores dicen que son buenos soldados, leales sirvientes del reino.—Todo es una farsa, Magak. Han tenido veinte años para mejorar sus tácticas. Esas bestias infernales han aprendido a vivir entre nosotros, imitando nuestras conductas, incluso nuestras emociones. ¿Qué hiciste con ellos? —Lo que usted ordenó, majestad. Los incluí en escuadrones con los soldados más fuertes. Nadie sabe lo que ocurre, salvo los líderes de escuadrón, que son mis hombres de confianza. —Bien. Debemos contener la situación y evitar que se organicen. —¿Organizarse? ¿Acaso no trabajan juntos? El rey negó, con una mueca de satisfacción por la valiosa información que poseía. El general se sentó a su lado para enterarse del asunto. —Todo salió de maravillas en Nuante. La bestia es lista y supo casi de i
Puesto de vigilancia en Frilsia, reino de Arkhamis. El rey Camsuq enjuagaba un trapo en un lavatorio. El agua se iba tornando gradualmente de un intenso rojo. Con él se limpiaba la sangre que había salpicado su rostro, sin dejar de sonreír. —¿Los soldados se calmaron? —le preguntó a Magak, que se mantenía cabizbajo. —Sí, majestad. No quieren ser condenados a muerte. —Más les vale. ¿Y el esposo? —Fue llevado a una celda como usted ordenó. —Bien. Iré a hablar personalmente con él. ¿El otro encargo está listo? —Así es, majestad. Ya les informé a los líderes de los escuadrones que repitan el procedimiento y acaben con los Dumas infiltrados. El rey suspiró con pesadez. —Si tan sólo hubiera un modo de controlar a esas criaturas. ¡Qué gran ejército tendríamos! —dijo para sí. Soltó el trapo y se cambió las ropas sucias.El general se mantuvo en silencio. La guerra no había comenzado, pero sentía que una incómoda batalla empezaba a librarse en su interior. —¡Usted! ¡Usted no es un re
—¡Por favor, no lo hagas! —imploró Lis, ubicándose entre Desz y su futura presa. Temblaba. Los recuerdos del cochero y de los otros hombres siendo atacados se derramaron en su mente, pero allí estaba, dispuesta a ir en contra de la criatura, creyendo que podía hallar en él algo de piedad. —¡Te ordené que regresaras al palacio! —¡No lo haré, no dejaré que lo mates! ¡Yo puedo conseguir sangre para ti, no tienes que hacer esto! —insistió. Su mirada estaba llena de convicción; su corazón le suplicaba con su desgarrador canto no hacer enfadar a la bestia. —¡Quítate ahora! La princesa negó. El hombre, cuya voluntad aparentemente se había rendido ante Desz, se puso de pie y con un rápido movimiento la rodeó por el cuello. Contra su piel pegó un cuchillo que había logrado esconderse entre las ropas y la amenazó, a ella, que sólo quería salvarle la vida a costa de arriesgar la propia. Vaya corazón el de los humanos, pensó Desz, eran traidores por naturaleza. —El rey prometió que aquí en
Recién después del mediodía se sintieron las pisadas de Lis por el castillo. Ojerosa, vagaba sin ánimos, como un fantasma. El brillo de sus ojos había vuelto a extinguirse. Fue a sentarse en la pileta seca del patio frontal. Al poco rato llegó Arua y se sentó junto a ella.—Hola, Lis.—Hola —respondió la princesa, por mera cortesía. Había un árbol cerca del muro. Sus secas ramas retorcidas se extendían hacia ella como ofreciéndole un abrazo. Era una invitación a marchitarse inexorablemente como a él le había ocurrido, sin posibilidad de soltarse del suelo para huir a un mejor lugar. No quiso seguir mirándolo.—Hoy es un día hermoso, ¿no te parece? —La joven Arua le sonreía con dulzura. Lis negó con pesar. —La belleza se ha ocultado de mis ojos. Día tras día, todos se van volviendo más oscuros para mí.—¡No hables así, Lis! No debes darte por vencida.—¿Aunque mi corazón se haya destrozado, y mis esperanzas estén tan marchitas como ese árbol? El corazón incluso le dolía. Y en sus g
El relinchar de los caballos sacó a Lis del lecho. Comió deprisa una pieza del pan traído por los aldeanos y fue a encontrarse con Desz en el patio frontal. Tenía él dos caballos, como había prometido: un corcel negro de lustroso pelaje y uno blanco con expresión de aburrimiento. No se veían en muy buena forma, pues estaban algo gordos. Probablemente no eran usados más que para arrear carretas de vez en cuando y no tendrían mucha resistencia para el galope, supuso Lis, que se consideraba bastante capaz respecto a los caballos.—Pareces decepcionada —comentó Desz, divertido por la forma en que ella inspeccionaba a los animales. Sólo le faltaba levantarles las patas para revisar el estado de las pezuñas. —Me sorprende que no se hayan desmayado con la cabalgata hasta aquí —dijo ella, levantándole una pata al caballo blanco. Desz sonrió y palmeó el lomo del caballo negro. Al parecer, la princesa ya había hecho su elección. —También tenían unas mulas —agregó él—, si prefieres... —No. V