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XIX Lo que más extraña
Recién después del mediodía se sintieron las pisadas de Lis por el castillo. Ojerosa, vagaba sin ánimos, como un fantasma. El brillo de sus ojos había vuelto a extinguirse.

Fue a sentarse en la pileta seca del patio frontal. Al poco rato llegó Arua y se sentó junto a ella.

—Hola, Lis.

—Hola —respondió la princesa, por mera cortesía.

Había un árbol cerca del muro. Sus secas ramas retorcidas se extendían hacia ella como ofreciéndole un abrazo. Era una invitación a marchitarse inexorablemente como a él le había ocurrido, sin posibilidad de soltarse del suelo para huir a un mejor lugar. No quiso seguir mirándolo.

—Hoy es un día hermoso, ¿no te parece? —La joven Arua le sonreía con dulzura.

Lis negó con pesar.

—La belleza se ha ocultado de mis ojos. Día tras día, todos se van volviendo más oscuros para mí.

—¡No hables así, Lis! No debes darte por vencida.

—¿Aunque mi corazón se haya destrozado, y mis esperanzas estén tan marchitas como ese árbol?

El corazón incluso le dolía. Y en sus g
NatsZ

Lis y Desz parecen empezar a entenderse. ¿Cuáles serán las intenciones de Desz?

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