Un paseo que se alargará más de la cuenta. ¿Estará a salvo Lis con la bestia?
El Tarkut y la princesa avanzaban sin decir palabra por un sendero. El andar de Lis era lento y ruidoso. Los zapatos mojados le pesaban, al igual que las ropas. Desz, en cambio, parecía deslizarse sobre el suelo, sin hacer el menor ruido, tanto así que, en varias ocasiones, la princesa miró por sobre su hombro para comprobar que continuaba tras ella. De los caballos nunca más supieron. Bastante veloces habían resultado ser cuando lo que los gobernaba era el miedo. El sol abrasador había llegado, los había acompañado gran parte del camino y ya se hallaba en retirada. Pronto anochecería y el palacio no estaba ni cerca de asomarse por el horizonte. Pese al lento avance de Lis, Desz seguía varios pasos tras ella, sin interés en darle alcance. Aquello inevitablemente ocurrió cuando la mujer se detuvo por completo. —Ya no puedo más. —Estaba sin aliento. Nunca antes había caminado tanto y en tan precarias condiciones.—De todos los humanos que pululan sobre la tierra, Camsuq y tú son los
Reino de NuanteEl sol apenas y se distinguía en el horizonte cuando el cuerpo fatigado de Lis ya no pudo más. Seguía siendo jalada por Desz y estaba por desfallecer.—Por... Favor... —balbuceó. Desz detuvo su andar en un claro del bosque. Oía un río cerca y a ninguna criatura que pudiera resultar problemática en los alrededores. —¡No te muevas de aquí! —apuntó el tronco seco de un árbol caído y Lis no tardó en sentarse o más bien desplomarse. Andar con esos zapatos tan grandes y mojados le dificultaban la marcha y los pies le palpitaban dolorosamente. Y temblaba, el aire frío del bosque le helaba las ropas húmedas hasta calarle los huesos. Desz regresó cargando algunas ramas secas. El Tarkut las acomodó en el suelo y se dio a la tarea de hacer surgir las llamas, frotando unas varillas primero y golpeando unas piedras después.Lo único que surgió, luego de intentarlo largo rato, fue un gruñido. Con una mueca de dolor Lis se puso de pie. Las piernas agarrotadas protestaban a cada p
Puesto de vigilancia en Frilsia, reino de ArkhamisCamsuq, el general Magak, el lugarteniente de Frilsia y algunos capitanes de escuadrón se hallaban reunidos en una pequeña habitación, donde discutían temas estratégicos frente a un mapa del reino. —Lo mejor será partir con la operación desde el palacio y asegurar el territorio desde allí. No podemos arriesgarnos a que los Dumas infiltrados se enteren que los hemos descubierto y ataquen la capital —propuso Magak, ubicando figurillas de soldados en torno al dibujo del palacio en el mapa. —Es probable que tengas razón, Magak —afirmó el rey, pensativo—. Sin embargo, si algo saliera mal, difícilmente podríamos contener la situación por nuestra cuenta. La bestia no está bien del todo aún y no puedo arriesgarme a llevar la guerra a la capital. Me gustaría partir por otro sitio antes, como una prueba. Algún lugar pequeño y apartado sería ideal. —Este lugar podría servir. —El lugarteniente de Frilsia señaló un poblado en las montañas, al
Por la mañana y luego de un día completo postrada en el lecho, Lis tuvo fuerzas suficientes para incorporarse y comer lo que amablemente Arua le había llevado. —Sin tus cuidados, creo que la fiebre me habría matado. Te estaré eternamente agradecida, Arua. Cada vez que enfermaba, era su aya Ros quien la cuidaba, junto a su padre. Enfermarse lejos del hogar la habría dejado a la deriva de no ser por la amable muchacha. —No tienes que agradecer, Lis. Lo hago con gusto —le dedicó una dulce sonrisa, que la princesa correspondió con amabilidad. —Debes estar tan cansada. Estuviste toda la noche acompañándome, velando en mis delirios. Arua la miró con sorpresa.—Eh... Yo no vine anoche, Lis. La sopa que Lis bebía se le atoró en la garganta y tosió pesadamente. Si no había sido Arua, ¿de dónde podía haber salido esa refrescante frialdad que aplacó sus ardores y de la que estuvo tan agradecida? La respuesta no tardó en llegar, pues no había muchas opciones cuando sólo la bestia vivía allí
Reino de Balai, aposentos del rey. —¿Gritarás para mí? —preguntó con voz portentosa el monarca, la misma con la que hacía estremecer a los hombres más fuertes en el campo de batalla. No había un soldado frente a él ni se hallaba en medio de una guerra, se trataba de la visita de una simple jovencita desnuda, pero eso no hacía diferencia alguna ante sus ojos. —Sí, mi señor. Haré todo lo que me pida —aseguró ella, con la voz temblorosa y la mirada empañada por el frío que le helaba la frente. —No lo sé. No te oyes muy convincente. Ella abrió aún más los ojos y asintió tres veces. Cuatro. Como intentando convencerse más a sí misma que a él. Sin dejar de ver la inocente expresión de la muchacha, Ulster se desprendió lentamente de sus ropas hasta quedar completamente desnudo. Ella se sonrojó al instante y desvió la mirada. —¿Habías visto a un hombre desnudo antes? —preguntó él.Sabía perfectamente la respuesta, pues había sido una de sus exigencias: una doncella completamente pura,
Reino de NuanteEl sonido de la risa de Lis todavía resonaba en la cabeza de Desz y no precisamente por molesto. Arrellanado en el sillón de su biblioteca vacía, buscaba comprender el sentido de tan inquietante sentir, del calor que anidaba en su pecho.¿Había oído algo tan bello y que produjera tal efecto en él antes?Sí, y recordarlo era lo que más lo alteraba. La risa de Lis y el brillo en sus ojos, la forma en que últimamente ella había comenzado a mirarlo desenterraban los recuerdos sepultados en el tiempo, bajo la sombra del olvido. Recuerdos de una vida simple, de alguien común que ya no era él, pero con quien compartía todavía el corazón. El ser que era Desz antes de ser Desz, el rey de Nuante, y el amor que había perdido. Recuerdos que llegaban a atormentarlo cuando más débil estaba.¡Y era ella quien se la recordaba!Sin importar cuanta sangre bebiera o la fuerza de sus presas, jamás podría recuperar la fortaleza de antaño y volver a ser la criatura formidable e invencible qu
Aldea Miaza, reino de ArkhamisHagen corría en torno al pozo ubicado en la plaza, al centro de la aldea. Su madre le había dicho que nunca se alejara demasiado, que afuera había monstruos esperando por devorarlo y sólo en la aldea estaría seguro.Hagen, de seis años, jamás había visto un monstruo. En una ocasión, llegó hasta la que era la última casa de la aldea y esperó allí, frente al linde del bosque. Esperó toda la tarde hasta que escuchó los gritos de su madre que le buscaba con temor y regresó a sus amorosos brazos sin ver ningún monstruo. Hizo lo mismo en el otro extremo de la aldea y obtuvo idéntico resultado. Empezó a creer que los monstruos no existían. —¿Cómo se ven los monstruos, madre? —preguntó en otra ocasión. —Los hay de muchas formas, cariño —dijo ella, lavando las ropas en el río mientras el niño la oía con atención sentado sobre una roca—. Algunos son enormes como árboles, otros son pequeños y respiran bajo tierra. Los hay negros como sombras y blancos como la ni
Reino de NuanteLis se despertó gritando. Seguía fresca en su mente la espantosa imagen de la mano desfigurada de Desz, con los blancos huesos asomándose entre las carnes expuestas y fue la primera que le llegó. Ya más calmada, pudo percatarse de otros detalles que, en su estado de conmoción, no había procesado a cabalidad, como el aroma. La mano de la criatura olía, incluso le pareció que en un comienzo humeaba. Y el aroma era bien conocido por ella pues abundaba en los banquetes del palacio y le era muy apetitoso. Era el aroma de la carne asada. ¡Y con lo que disfrutaba ella de comer carne! Una incontrolable arcada la hizo vomitar todo cuanto había comido el día anterior. Por fortuna estaba en sus aposentos y no en la biblioteca. De seguro Desz la había llevado en sus brazos, tocándola con la mano asada. Más vómito. Los violentos espasmos que la hacían sacudirse cesaron cuando no le quedó nada más que echar fuera y se apresuró a limpiar, temiendo que el increíble olfato de la cria