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XXIV Frialdad y delicadeza
Por la mañana y luego de un día completo postrada en el lecho, Lis tuvo fuerzas suficientes para incorporarse y comer lo que amablemente Arua le había llevado.

—Sin tus cuidados, creo que la fiebre me habría matado. Te estaré eternamente agradecida, Arua.

Cada vez que enfermaba, era su aya Ros quien la cuidaba, junto a su padre. Enfermarse lejos del hogar la habría dejado a la deriva de no ser por la amable muchacha.

—No tienes que agradecer, Lis. Lo hago con gusto —le dedicó una dulce sonrisa, que la princesa correspondió con amabilidad.

—Debes estar tan cansada. Estuviste toda la noche acompañándome, velando en mis delirios.

Arua la miró con sorpresa.

—Eh... Yo no vine anoche, Lis.

La sopa que Lis bebía se le atoró en la garganta y tosió pesadamente. Si no había sido Arua, ¿de dónde podía haber salido esa refrescante frialdad que aplacó sus ardores y de la que estuvo tan agradecida? La respuesta no tardó en llegar, pues no había muchas opciones cuando sólo la bestia vivía allí
NatsZ

La inesperada amabilidad de Desz empieza a encontrar un camino hacia el corazón de Lis. ¿Se nos habrá enamorado la princesa?

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