La inesperada amabilidad de Desz empieza a encontrar un camino hacia el corazón de Lis. ¿Se nos habrá enamorado la princesa?
Reino de Balai, aposentos del rey. —¿Gritarás para mí? —preguntó con voz portentosa el monarca, la misma con la que hacía estremecer a los hombres más fuertes en el campo de batalla. No había un soldado frente a él ni se hallaba en medio de una guerra, se trataba de la visita de una simple jovencita desnuda, pero eso no hacía diferencia alguna ante sus ojos. —Sí, mi señor. Haré todo lo que me pida —aseguró ella, con la voz temblorosa y la mirada empañada por el frío que le helaba la frente. —No lo sé. No te oyes muy convincente. Ella abrió aún más los ojos y asintió tres veces. Cuatro. Como intentando convencerse más a sí misma que a él. Sin dejar de ver la inocente expresión de la muchacha, Ulster se desprendió lentamente de sus ropas hasta quedar completamente desnudo. Ella se sonrojó al instante y desvió la mirada. —¿Habías visto a un hombre desnudo antes? —preguntó él.Sabía perfectamente la respuesta, pues había sido una de sus exigencias: una doncella completamente pura,
Reino de NuanteEl sonido de la risa de Lis todavía resonaba en la cabeza de Desz y no precisamente por molesto. Arrellanado en el sillón de su biblioteca vacía, buscaba comprender el sentido de tan inquietante sentir, del calor que anidaba en su pecho.¿Había oído algo tan bello y que produjera tal efecto en él antes?Sí, y recordarlo era lo que más lo alteraba. La risa de Lis y el brillo en sus ojos, la forma en que últimamente ella había comenzado a mirarlo desenterraban los recuerdos sepultados en el tiempo, bajo la sombra del olvido. Recuerdos de una vida simple, de alguien común que ya no era él, pero con quien compartía todavía el corazón. El ser que era Desz antes de ser Desz, el rey de Nuante, y el amor que había perdido. Recuerdos que llegaban a atormentarlo cuando más débil estaba.¡Y era ella quien se la recordaba!Sin importar cuanta sangre bebiera o la fuerza de sus presas, jamás podría recuperar la fortaleza de antaño y volver a ser la criatura formidable e invencible qu
Aldea Miaza, reino de ArkhamisHagen corría en torno al pozo ubicado en la plaza, al centro de la aldea. Su madre le había dicho que nunca se alejara demasiado, que afuera había monstruos esperando por devorarlo y sólo en la aldea estaría seguro.Hagen, de seis años, jamás había visto un monstruo. En una ocasión, llegó hasta la que era la última casa de la aldea y esperó allí, frente al linde del bosque. Esperó toda la tarde hasta que escuchó los gritos de su madre que le buscaba con temor y regresó a sus amorosos brazos sin ver ningún monstruo. Hizo lo mismo en el otro extremo de la aldea y obtuvo idéntico resultado. Empezó a creer que los monstruos no existían. —¿Cómo se ven los monstruos, madre? —preguntó en otra ocasión. —Los hay de muchas formas, cariño —dijo ella, lavando las ropas en el río mientras el niño la oía con atención sentado sobre una roca—. Algunos son enormes como árboles, otros son pequeños y respiran bajo tierra. Los hay negros como sombras y blancos como la ni
Reino de NuanteLis se despertó gritando. Seguía fresca en su mente la espantosa imagen de la mano desfigurada de Desz, con los blancos huesos asomándose entre las carnes expuestas y fue la primera que le llegó. Ya más calmada, pudo percatarse de otros detalles que, en su estado de conmoción, no había procesado a cabalidad, como el aroma. La mano de la criatura olía, incluso le pareció que en un comienzo humeaba. Y el aroma era bien conocido por ella pues abundaba en los banquetes del palacio y le era muy apetitoso. Era el aroma de la carne asada. ¡Y con lo que disfrutaba ella de comer carne! Una incontrolable arcada la hizo vomitar todo cuanto había comido el día anterior. Por fortuna estaba en sus aposentos y no en la biblioteca. De seguro Desz la había llevado en sus brazos, tocándola con la mano asada. Más vómito. Los violentos espasmos que la hacían sacudirse cesaron cuando no le quedó nada más que echar fuera y se apresuró a limpiar, temiendo que el increíble olfato de la cria
Llevaba Lis un buen rato mirando a la bestia en la tina. Seguía agazapada contra el muro, sin saber qué hacer, sin reaccionar a la orden dada.—Mientras más te tardes, peor será después —la amenazó él. Inhalando profundamente y armándose de valor, ella se atrevió a dar unos pasos, con los puños apretados y todo el cuerpo tenso, como si su carne se hubiera vuelto de acero. Lo que la bestia le pedía no era tan difícil ni tan horroroso, ella podía imaginar cosas mucho peores y... sucias.Agradeció que Desz tuviera los ojos cerrados, eso le haría menos penosa la labor. Esperaba que no se le ocurriera mirarla. Cogió la esponja y la sumergió en el agua de una esquina, sin despegar la vista del torso de la criatura. Toda su piel tenía la misma palidez que veía en su rostro, como si careciera de sangre, pese a ser lo único que él parecía consumir. Sin más demora, llevó la esponja hasta su pecho y la estrujó. Los finos hilos de agua se deslizaron suavemente por las curvas que marcaban sus mú
Aldea Miaza, reino de ArkhamisEl líder de la caravana ordenó que todos los aldeanos permanecieran en sus hogares mientras se realizaba el censo. Allí esperarían a los soldados, que irían vivienda por vivienda tomando nota de los integrantes de cada familia, así como de sus edades, ocupaciones y sexos. La caravana se dividió en cuatro grupos, que abordarían la aldea desde los cuatro puntos cardinales.En la tercera casa que visitó el grupo norte había tres habitantes, un matrimonio y el hijo de ambos. Los tres pares de ojos estuvieron atentos al hombre frente a ellos. Le vieron sentarse a la mesa y dejar en ella un papel, junto con pluma y tinta. Tomó la pluma y observaron con atención la bella piedra que relucía en el anillo de uno de sus dedos. Brillaba como un atardecer. Los seis ojos que la vieron refulgieron en respuesta y causaron el estupor del hombre frente a ellos y de los soldados que se habían posicionado a sus espaldas. Eran cuatro y a una señal del hombre del anillo, tres
Reino de Balai—Majestad, ¿cree que sea prudente abandonar el reino en un momento como éste? La aprensión del consejero era evidente ante la idea del rey Ulster de visitar en persona al rey Barlotz en Galaea. —Precisamente porque estamos contra el tiempo es que debo ir yo mismo a hablar con Barlotz. Ese cobarde no se atreverá a ocultarme información. Fue así como, dejando al general Rogak a cargo del reino, partió con un pequeño grupo de soldados hasta el reino vecino. Tras poco más de un día de viaje, llegó a las fronteras tan escasamente protegidas como su informante le había comentado. —¡Deténganse! Las fronteras se encuentran cerradas. Nadie puede salir o entrar sin la autorización del rey Barlotz —les informó un soldado que, acompañado de dos más, esperaba lograr frenar la entrada de los intrusos. Eran apenas unos chiquillos y Ulster sintió ganas de reír. —Venimos del reino de Balai, el propio rey Ulster se encuentra entre nosotros —dijo uno de los soldados balaítas.Del cue
Reino de Arkhamis, jardines del palacio realLa princesa Daara deambulaba tristemente, casi desfalleciendo. Ni el hermoso jardín donde parecía reinar eternamente la primavera lograba aminorar el dolor que había en su pecho y que la afligía hasta el punto de dificultarle el respirar. Sus pasos cansinos la llevaron hasta las caballerizas, un lugar que no solía frecuentar. Era el penetrante aroma a suciedad de caballos lo que la espantaba. Esa mezcla de excrementos y sudor le resultaba tan repugnante que no lograba entender cómo ese podía ser uno de los sitios favoritos de Lis. —Tú, ¿puedes guiarme hasta donde está el caballo de mi hermana? —le dijo al primer siervo que encontró.El hombre, sorprendido de verla allí, le hizo una reverencia y ella lo siguió. Caminaba casi a brincos, esquivando las pozas de agua que se formaban en el suelo de tierra y restos de paja olorosa.—¿Es muy lejos? —preguntó Daara.No sabía que había tantos caballos en el palacio, ella imaginaba que los soldados