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XXIX Una humilde sierva

Llevaba Lis un buen rato mirando a la bestia en la tina. Seguía agazapada contra el muro, sin saber qué hacer, sin reaccionar a la orden dada.

—Mientras más te tardes, peor será después —la amenazó él.

Inhalando profundamente y armándose de valor, ella se atrevió a dar unos pasos, con los puños apretados y todo el cuerpo tenso, como si su carne se hubiera vuelto de acero. Lo que la bestia le pedía no era tan difícil ni tan horroroso, ella podía imaginar cosas mucho peores y... sucias.

Agradeció que Desz tuviera los ojos cerrados, eso le haría menos penosa la labor. Esperaba que no se le ocurriera mirarla. Cogió la esponja y la sumergió en el agua de una esquina, sin despegar la vista del torso de la criatura. Toda su piel tenía la misma palidez que veía en su rostro, como si careciera de sangre, pese a ser lo único que él parecía consumir.

Sin más demora, llevó la esponja hasta su pecho y la estrujó. Los finos hilos de agua se deslizaron suavemente por las curvas que marcaban sus mú
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