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XXXVII Un hombre cualquiera
Al no oír ruido alguno que delatara la presencia de Lis en el palacio, Desz empezó a buscar en las habitaciones su cadáver. Tal vez se había caído y roto el cuello o partido la cabeza. Debía haber muerto porque sólo muerta esa molesta criatura podría ser silenciosa. Y muerta no le serviría de nada, al menos no todavía.

—¡Esto no puede ser! —rugió al no hallar ningún rastro de ella. —¡Esa m4ldita mujer, hija de Camsuq! Se atrevió a huir en cuanto me fui, pero esto no se quedará así. ¡La humanidad entera pagará por su traición! —gritaba Desz por los pasillos del palacio, dándole golpes a las paredes que hicieron estremecer la añosa estructura.

La mujer no tenía un caballo para huir y, de hacerlo a pie, se habría encontrado con ella en el camino. ¿Sería posible que alguien la hubiera ayudado?. No, pensó al instante. Camsuq lo necesitaba ahora más que nunca y no se arriesgaría a fastidiarlo. Había sido ella, sólo ella quien había traicionado el pacto, rechazándolo como su señor.

—¡Qué má
NatsZ

El vínculo entre Lis y Desz se vuelve más estrecho... Y más dolerá si llega a romperse.

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