Un mensajero que no logró llegar a su destino será el inicio del caos. ¡Gracias por leer!
Reino de BalaiEl rey Ulster se removió bajo las cobijas. Era mediodía y seguía en su lecho. La razón de aquello yacía dormida a su lado. No recordaba cuántas veces se había despertado junto a alguien con la piel tan tibia, tan llena de vida; no recordaba cuántas veces se había despertado junto a alguien vivo. Con suavidad deslizó las sábanas y la pálida piel de la espalda del copero quedó a la vista, reluciente e inmaculada, demasiado para su gusto. Repartió besos desde la cadera hasta el cuello, donde succionó con fuerza, la suficiente para marcar esa piel que le pertenecía por completo. El copero se despertó y removió con pereza.—¡Despierta ya, holgazán! —ordenó antes de darle una fuerte nalgada que lo sobresaltó—. Es hora de que complazcas a tu señor. El muchacho se levantó de un salto. Se puso los grilletes, que se había quitado para dormir, pero que al rey tanto le gustaban, y esperó ansioso por las órdenes a seguir. —Ve al armario y trae una fusta. Con presteza, el copero
Frilsia, reino de ArkhamisCon delicadeza, las manos de la curandera limpiaban las heridas del rey. Le cambió los vendajes. La fractura en el brazo tardaría en sanar y le impediría poder empuñar la espada. La herida de la pierna era más preocupante, una incisión que le cruzaba el muslo, a casi nada de la arteria femoral. Era un viejo con suerte. Sin embargo, esto podía cambiar drásticamente. A su edad, la cicatrización era más lenta y una herida infectada podía costarle la pierna.—¡M4lditos animales! —gruñó furioso, sobresaltando a la mujer, que se apresuró a terminar su labor con presteza. Los Dumas habían acabado con su paciencia, despertando la ira soslayada que guardaba desde sus primeros encuentros con las criaturas. —¡Los quiero muertos a todos! ¡A todos! —volvió a gruñir, viendo a la mujer dejar la estancia del gobernador una vez las curaciones terminaron. Bebió con amargura del brebaje que buscaba aliviarle los dolores y de cuya eficacia comenzaba a dudar. Sus heridas dolía
Reino de NuanteEl chocar de espadas en el patio de entrenamiento del palacio no se detenía.—Eres rápida para ser una princesa inútil, pero no lo suficiente como para ir a la guerra. —Desz presionó apenas su espada sobre la de Lis y la joven cayó al suelo de rodillas.Su respiración agitada era el reflejo de todo el tiempo que llevaban ya entrenando. Al menos el sol se había desplazado y su calor no los agobiaba. —Ya no soy una princesa —aclaró ella, limpiando el sudor de su frente y con pocas ganas de continuar el combate. Entrenar con Riu en el palacio no se comparaba a entrenar con una bestia como Desz, con tal fuerza, poder y rapidez. Sin mencionar las sospechas de que su guardia real la dejaba ganar. —Entonces levántate y pelea, sierva inmunda —la provocó el Tarkut.Ella recuperó el brío y empezó a lanzarle golpes que no fueron difíciles de repeler en lo absoluto. —¡¿Por qué... me insultas?! —bramó Lis, enfurecida por la facilidad con que la criatura desaparecía de su vista y
Reino de Balai, aposentos del reyUlster bebía una copa del buen vino de Galaea sentado en su regio sillón junto al fuego de la chimenea. Lamentaba que las frías tierras de su reino fueran inhóspitas para las parras y no pudiera degustar de un buen vino engendrado en Balai. De seguro nada tendría que envidiarle al brebaje del que Barlotz tanto se jactaba, pues todo lo que Balai producía era superior al resto.Lo único que su tierra no le había dado y que aceptaba de buena gana, además del vino, era el copero. El muchacho se había tomado muy en serio el pasatiempo de limpiar los juguetes de su señor. Ahora estaba allí, sentado junto al armario sobre el mármol del piso, puliendo unas pinzas hasta dejarlas relucientes. —No le quites el óxido a los grilletes, así me gustan —declaró el rey.La concentración que el muchacho mostraba en aquella labor era admirable, seductora. Limpiaba ahora el arnés con las púas por dentro. Lo habían dejado hecho un asco. —Nunca vi una sangre tan brillante
Reino de NuantePese a lo silencioso que era Desz por naturaleza, apenas salió del lecho, Lis se despertó de un brinco y miró nerviosamente en todas direcciones, con expresión de pánico. No le perturbaba haber dormido junto a un hombre, o bestia en este caso, sino que las visiones de la araña gigante volvieron a acosar su memoria.—¿Cómo harás para sacarla del palacio? —preguntó ella— ¿Acaso puedes controlarla? —No. Planeo usarte de carnada —musitó con evidente diversión. Lis no estaba dispuesta a seguir siendo objeto de las burlas de la criatura. Suficiente vergüenza había tenido con invadir sus aposentos por el terror que la embargaba. Salió del lecho en completa calma y caminó hasta la puerta con toda la elegancia y dignidad que la caracterizaba. —Bien. Iré a vestirme apropiadamente y a desayunar. No quiero morir con el estómago vacío. Desz sonrió, mirando el lecho en el que por primera vez una mujer lo había acompañado a dormir.Mientras comía una pieza de pan en la cocina, Lis
El andar ruidoso de Lis en el palacio le anunció a Desz su temprano despertar. Que estuviera inquieta era indicio de su buen ánimo, así que pensó en el próximo paso en el plan de conquista. Hablar del incidente en el sendero dorado sería inevitable. Había sido un pésimo comienzo, un desafortunado impulso que poco contribuiría al acercamiento entre ambos. Ninguno de los dos había resultado muy grato con el asunto. Disculparse lo haría sentir burdo, lo mejor sería fingir que nada había ocurrido y empezar de nuevo, reemplazar la bestialidad por un diálogo sincero. Ella era curiosa. Tal vez satisfacer esa curiosidad sería un buen modo de reconstruir su relación. De establecer una relación. La encontró comiendo en la cocina y, al verla, todas sus ideas se desvanecieron, dejando su pasmada mente en blanco. —¡¿Qué te hiciste?! —preguntó con espanto. Lis se había cortado el cabello. La bella cabellera castaña que caía en sinuosas ondas hasta su cintura ahora apenas y llegaba unos cuantos
Lis se apresuró a abrir las puertas para dar la bienvenida a tan inesperada visita. Desz le ayudó en completa calma. El joven soldado bajó de su caballo y saludó a las dos personas frente a él.—Muchacho, ¿puedes decirme dónde encontrar a la princesa Lis? —le dijo al que creyó que era un siervo. —Si te has vuelto tan ciego nunca podrás encontrarla —respondió ella, con una sonrisa tan amplia como encantadora. No pudo contenerse y brincó a sus brazos, ante la turbada expresión de Desz y del propio Riu. El soldado la estrechó con fuerza al reconocerla en aquellas agudas palabras, pero la apartó pronto para inspeccionarla.—¡¿Quién te hizo eso en el cabello?!—Yo... Me estorbaba. ¿Se ve bien?Se le veía horroroso, todo mal cortado, pero no tuvo corazón para decírselo. Le acarició el pálido rostro y se alegró de que siguiera siendo tan suave. Le palpó los brazos, le contó los dedos y revisó cada uña. Necesitaba asegurarse de que estuviera entera. —¡¿Y esta marca en tu cuello?!—Me... me
Frilsia, Reino de ArkhamisUn hombre golpeaba con una espada de madera un muñeco de entrenamiento cuando apenas se asomaban los rayos del sol mañanero por entre las nubes. Las gotas de sudor corrían lento por su torso desnudo, dibujando los músculos firmes y gruesos, que seguían siendo fuertes pese a los años. Y sus golpes también lo eran, aunque imprecisos y torpes debido a que la espada estaba en su mano izquierda. El brazo derecho seguía herido e imposibilitado de luchar. Eso no lo detendría. Sólo la muerte lo haría y aún no había llegado su hora, no con los Dumas pululando sobre la tierra, amenazando la paz que tanto les había costado lograr. Por eso, hallar el modo de seguir luchando y adaptarse era imprescindible. El muñeco que era golpeado sin piedad fue reemplazado por el general. Sus movimientos añadieron mayor dificultad al entrenamiento. Las espadas resonaban como tantas otras veces en situaciones similares, cuando el general no era más que un joven capitán y su puesto al