Alguien más ocupa la mente y el corazón de Desz. ¿Podrá Lis ocupar su lugar?
El andar ruidoso de Lis en el palacio le anunció a Desz su temprano despertar. Que estuviera inquieta era indicio de su buen ánimo, así que pensó en el próximo paso en el plan de conquista. Hablar del incidente en el sendero dorado sería inevitable. Había sido un pésimo comienzo, un desafortunado impulso que poco contribuiría al acercamiento entre ambos. Ninguno de los dos había resultado muy grato con el asunto. Disculparse lo haría sentir burdo, lo mejor sería fingir que nada había ocurrido y empezar de nuevo, reemplazar la bestialidad por un diálogo sincero. Ella era curiosa. Tal vez satisfacer esa curiosidad sería un buen modo de reconstruir su relación. De establecer una relación. La encontró comiendo en la cocina y, al verla, todas sus ideas se desvanecieron, dejando su pasmada mente en blanco. —¡¿Qué te hiciste?! —preguntó con espanto. Lis se había cortado el cabello. La bella cabellera castaña que caía en sinuosas ondas hasta su cintura ahora apenas y llegaba unos cuantos
Lis se apresuró a abrir las puertas para dar la bienvenida a tan inesperada visita. Desz le ayudó en completa calma. El joven soldado bajó de su caballo y saludó a las dos personas frente a él.—Muchacho, ¿puedes decirme dónde encontrar a la princesa Lis? —le dijo al que creyó que era un siervo. —Si te has vuelto tan ciego nunca podrás encontrarla —respondió ella, con una sonrisa tan amplia como encantadora. No pudo contenerse y brincó a sus brazos, ante la turbada expresión de Desz y del propio Riu. El soldado la estrechó con fuerza al reconocerla en aquellas agudas palabras, pero la apartó pronto para inspeccionarla.—¡¿Quién te hizo eso en el cabello?!—Yo... Me estorbaba. ¿Se ve bien?Se le veía horroroso, todo mal cortado, pero no tuvo corazón para decírselo. Le acarició el pálido rostro y se alegró de que siguiera siendo tan suave. Le palpó los brazos, le contó los dedos y revisó cada uña. Necesitaba asegurarse de que estuviera entera. —¡¿Y esta marca en tu cuello?!—Me... me
Frilsia, Reino de ArkhamisUn hombre golpeaba con una espada de madera un muñeco de entrenamiento cuando apenas se asomaban los rayos del sol mañanero por entre las nubes. Las gotas de sudor corrían lento por su torso desnudo, dibujando los músculos firmes y gruesos, que seguían siendo fuertes pese a los años. Y sus golpes también lo eran, aunque imprecisos y torpes debido a que la espada estaba en su mano izquierda. El brazo derecho seguía herido e imposibilitado de luchar. Eso no lo detendría. Sólo la muerte lo haría y aún no había llegado su hora, no con los Dumas pululando sobre la tierra, amenazando la paz que tanto les había costado lograr. Por eso, hallar el modo de seguir luchando y adaptarse era imprescindible. El muñeco que era golpeado sin piedad fue reemplazado por el general. Sus movimientos añadieron mayor dificultad al entrenamiento. Las espadas resonaban como tantas otras veces en situaciones similares, cuando el general no era más que un joven capitán y su puesto al
Reino de BalaiEl rey Ulster, enardecido, caminaba de un lado a otro, lanzando por los aires todo cuanto se cruzaba a su paso. El copero observaba desde un rincón, encogido, sin decir palabra. —¡¿Cómo ese imbécil pudo cometer un error así?! Llevaba años alimentando al animal y nunca hub0 problemas. —Empujó un mueble hasta volcarlo contra el piso. El estruendo sobresaltó al joven que, agazapado en su rincón, apretaba firmemente los ojos. De pronto, las manos de su señor le cogieron el rostro con firmeza, como si fuera a destrozarle la mandíbula. El miedo que aquejaba al copero se convirtió en algo oscuro y perverso. Los deseos de ser castigado nublaron su mente, que repasaba una y otra vez los grotescos recuerdos de la bestia alimentándose, y los gritos agónicos del hombre cuya vida fue segada con bella crueldad. La mano de Ulster abandonó el rostro del copero y bajó hasta su entrepierna, donde la carne reaccionaba con ímpetu frenético a la excitación que ocultaba en su mente. —¡Oh
Reino de Nuante—Cuando entremos al bosque, aférrate con fuerza de mí. Si te caes, las alimañas te devorarán al instante —advirtió la bestia, cabalgando con Lis a su espalda. Y todo para cumplir el deseo que la joven le había pedido una vez que el soldado abandonó el palacio. "Quiero a mi caballo", había dicho ella. "Déjame ir a Arkhamis, por favor". No pedía ser libre, sólo ir de visita al palacio, poder calmar el afligido corazón de su hermana y buscar su caballo. "Riu dice que Kron no quiere comer porque me extraña. Por favor, permíteme traerlo aquí", le rogó. Todo por un absurdo caballo triste. Desz debía estar loco para haber aceptado y, sin embargo, allí estaba, cabalgando hacia el bosque de las sombras para llegar más rápido a Arkhamis, por un caballo. Era su palabra, después de todo, y ésta valía mucho más que la de los humanos. ¿Y qué tal si todo era una trampa? Podía ser que el soldaducho planeara una emboscada para atacarlo y así liberar a su amada princesa. Era una p
Reino de ArkhamisEl llanto de Lis poco a poco menguaba bajo la tenue luz que llegaba a la pequeña estancia de los equinos. Las fuerzas de su amado caballo se habían agotado la noche anterior y había partido de este mundo en la tibieza del establo donde había vivido diez años, acompañado de dos fieles siervos, pero muy lejos de quien más amaba. —Yo aprendí a cabalgar con su madre y la acompañé cuando él nació... —contó ella, aferrada todavía a las ropas de Desz—. Era de noche y Riu me ayudó a escapar del palacio... Verlo llegar al mundo fue una experiencia incomparable y lloré de la emoción... Yo apenas tenía ocho años y lo escogí para que fuera mi compañero... crecimos juntos, pero lo abandoné... El llanto se intensificó y Desz seguía sin saber qué decirle. Sólo era un caballo. Él se había alimentado de algunos caballos, su sangre no era tan buena como la de los cerdos, demasiado amarga para su gusto. Ese era el vínculo más íntimo que compartía con ellos. Siguió abrazándola, eso era
La mañana siguiente a las celebraciones del cumpleaños de la hija mayor del rey Camsuq, una caravana salió de Arkhamis con rumbo desconocido, al menos para la mayoría. Los rumores se esparcieron pronto por el reino donde, como en todas partes, los muros tenían oídos, y los soldados bien informados podían cumplir mejor con su deber. La caravana se dirigía al bosque de las sombras, se decía, y la bella e inocente princesa iba a convertirse en ofrenda para una bestia. ¿De qué bestia quería Camsuq ganar los favores entregando a su propia hija como pago? Así de desesperado estaba el rey y así de urgente era la ayuda que necesitaba. Los humanos se habían aliado con los Tarkuts antes y ahora también lo harían. Pero ya no había Tarkuts. No. Aún los había, así debía ser, pensó él, vistiendo sus ropajes con el escudo de Arkhamis y preparándose para proteger los muros de la ciudadela. El reino de Nuante le estaba prohibido, pero esperaría. Había esperado veinte años y seguiría esperando para s
Desz abrió los ojos sorprendido de no hallarse en una celda o en la calidez húmeda de la cueva. Pelear con un Dumas en territorio humano no era bueno y menos si se trataba del reino de su enemigo. Estaba en un lecho suave y blando. La luz de la luna iluminaba con un resplandor plateado la habitación, que olía a flores frescas, jazmines quizás. No estaba seguro. Lo que sí sabía era que ese mismo aroma era el que se desprendía del cabello de la humana cuando irrumpió con su ruido en su tranquilo palacio. Así olía ella. El aroma del que tanto se quejaba ahora lo llenó de inusitada paz.Se sintió a salvo. Temió hallarse una vez más en la cueva, con el desagradable aroma a húmedo encierro y al vapor de su propia respiración condensándose en los muros cavernarios, así era cada vez que se despertaba, pero olía a Lis y estaba a salvo.Su cuerpo ardiente seguía inflamado tras la batalla. Extrañó el frío habitual y la serenidad de su hogar. Su oído se despertó tardíamente y le informó que no se