El horror ha seguido a Lis y Desz a Arkhamis. ¡Gracias por leer!
La mañana siguiente a las celebraciones del cumpleaños de la hija mayor del rey Camsuq, una caravana salió de Arkhamis con rumbo desconocido, al menos para la mayoría. Los rumores se esparcieron pronto por el reino donde, como en todas partes, los muros tenían oídos, y los soldados bien informados podían cumplir mejor con su deber. La caravana se dirigía al bosque de las sombras, se decía, y la bella e inocente princesa iba a convertirse en ofrenda para una bestia. ¿De qué bestia quería Camsuq ganar los favores entregando a su propia hija como pago? Así de desesperado estaba el rey y así de urgente era la ayuda que necesitaba. Los humanos se habían aliado con los Tarkuts antes y ahora también lo harían. Pero ya no había Tarkuts. No. Aún los había, así debía ser, pensó él, vistiendo sus ropajes con el escudo de Arkhamis y preparándose para proteger los muros de la ciudadela. El reino de Nuante le estaba prohibido, pero esperaría. Había esperado veinte años y seguiría esperando para s
Desz abrió los ojos sorprendido de no hallarse en una celda o en la calidez húmeda de la cueva. Pelear con un Dumas en territorio humano no era bueno y menos si se trataba del reino de su enemigo. Estaba en un lecho suave y blando. La luz de la luna iluminaba con un resplandor plateado la habitación, que olía a flores frescas, jazmines quizás. No estaba seguro. Lo que sí sabía era que ese mismo aroma era el que se desprendía del cabello de la humana cuando irrumpió con su ruido en su tranquilo palacio. Así olía ella. El aroma del que tanto se quejaba ahora lo llenó de inusitada paz.Se sintió a salvo. Temió hallarse una vez más en la cueva, con el desagradable aroma a húmedo encierro y al vapor de su propia respiración condensándose en los muros cavernarios, así era cada vez que se despertaba, pero olía a Lis y estaba a salvo.Su cuerpo ardiente seguía inflamado tras la batalla. Extrañó el frío habitual y la serenidad de su hogar. Su oído se despertó tardíamente y le informó que no se
Enfurecido, Desz jalaba a Lis por un pasillo. Estaba seguro de que por ahí debía estar la salida. —Espera, Desz, tus heridas...—Sanarán en el camino.—Quiero despedirme de mi hermana y mi aya. Él se detuvo, haciendo esfuerzos por controlar la ira que sentía al verle la mejilla enrojecida.—Date prisa, te esperaré afuera.—Debo conseguirte ropas también, escandalizarás a las siervas si te paseas así.Con tanta prisa él había salido al escuchar los graznidos de la reina que iba vestido apenas con unos calzones. Poco le importaba, pero estaba en el palacio de Lis y ella mandaba. Fue a esperarla a sus aposentos. Lis se despidió de su aya, que le llenó el morral que cargaba y le arregló lo mejor que pudo el cabello. Daara no le abrió la puerta de sus habitaciones ni respondió a sus palabras. Tal vez también la culpaba por lo ocurrido o estaba dolida por tantas mentiras, ya no había tiempo para averiguarlo.—Aunque estemos lejos, mi corazón está contigo, hermanita —le dijo Lis antes de p
Reino de BalaiEl rey Ulster desayunaba en el enorme comedor rodeado de lujosas decoraciones y algunos de sus trofeos de caza. El copero comía junto a él, maravillado por tan abundantes alimentos desplegados frente a sus ojos. Durante su vida como siervo en Galaea jamás imaginó que llegaría a sentarse a la mesa con un rey que lo tuviera en tan alta estima como Ulster.—Prueba la leche, copero. No sólo de vino vive el hombre. El joven obedeció y se sirvió un vaso del blanco líquido. Probó un sorbo, pensativo. —¿Te gusta? Él asintió y se llevó otro trago a la boca. —No sabe como la leche de vaca que he probado, ¿es de cabra u oveja quizás? Ulster sonrió con malicia. —Es de mujer.El copero se atragantó y la leche le escurrió por la nariz, causando las carcajadas del monarca. Tosió, se dio unos golpes en el pecho y alejó de sí el vaso, con evidente repugnancia. —Me sorprende, copero. Todos vivimos de este manjar en nuestros días y seguir degustándolo a mayor edad es un deleite. Inc
Aldea Elona, reino de ArkhamisDesz se mantuvo tumbado en el lecho, esperando que en cualquier momento Lis recapacitara y volviera a pedirle disculpas. No creía haber obrado mal, sus palabras habían sido sinceras, ella llevaba varios días mirándolo con un deseo que era incapaz de ocultar y que no era diferente de como lo miraba Camsuq cuando lo conoció y muchos humanos antes que él. Ya fuera por su apariencia o habilidades, era una criatura valiosa a ojos de los humanos, algo digno de poseer. El mismo Camsuq se lo repetía hasta el hartazgo y a veces pensaba que la matanza de su pueblo no había sido con otra razón más que proclamarse su dueño. El incesante dolor en el cuello se lo recordaba a cada instante. Y ahora Lis empezaba a comportarse como él, aunque claro, de ella podía deshacerse cuando quisiera.Aferrando su cabeza abombada, se lamentó por la debilidad que, en su deplorable estado, había mostrado con la humana al ofrecerle aquel deseo. Estaba seguro de que le pediría ser libr
Los gritos de Camsuq resonaron estruendosamente en el silente palacio. Uno de los soldados que lo acompañaba pegó contra el cuello de Desz una espada de madera y lo obligó a ir contra el muro. Igual que la araña gigante, ellos habían entrado al palacio por sus puertas abiertas, sin que nadie se opusiera. Cualquiera podía entrar en un palacio vacío. —¡¿Cómo osaste dejar huir a los Dumas?! ¡Has cavado nuestras tumbas, bestia miserable! —bramó Camsuq, avanzando contra la criatura espada en mano. —Padre, espera —Lis se interpuso en su camino. —Cuando estuve en condiciones de ir a la aldea, ninguno quedaba ya. Debieron huir mientras enfrentaba a los otros en el bosque. Envié un mensajero a informártelo —explicó Desz, con la serenidad de quien esperaba pacientemente el momento para su venganza. —¡Ningún infeliz llegó a avisarme! Esos m4lditos podrían estar en cualquier lugar preparando un ejército. La furia de Camsuq se le agolpó en las sienes. La bestia no mentía y ya no tenía con quie
Una resplandeciente mañana despertó al reino de Nuante y Lis se desperezó en su lecho, donde Desz ya no estaba. Los dolores por la golpiza de su padre eran casi imperceptibles y se sintió de ánimos para hacer muchos planes. La bestia la acompañó nuevamente mientras desayunaba. Observaba pensativo los moretones que marcaban su rostro pálido, muestras del amor paterno. Los humanos eran criaturas curiosas, capaces de arremeter en contra de su propia prole, Desz no entendía el sentido de aquello. Ellos no eran eternos y sus efímeras existencias se perpetuaban a través de su descendencia, por lo que atacar a Lis era atacar su legado. No lo entendía. —No te has puesto las ropas que compré para ti. Ciertamente aquellas prendas le quedarían mejor que las que usaba, demasiado grandes para su cuerpo tan menudo. —Creí que las habías comprado para tu esposa —adujo ella, alzando una ceja mientras masticaba unos trozos de manzana. Desz arremetió con prisa. —¿Me estás haciendo una proposición,
Qué vacío se sentía el palacio sin Lis. Vacío, silencioso, tranquilo, ideal para descansar. Fue a disfrutar del silencio a la biblioteca. Desde los grandes ventanales se apreciaba muy bien la lluvia y se oía muy bien también. Recordó jornadas entrañables junto a Gentz y sus profundas reflexiones. Era muy sabio para ser tan joven. Y le gustaba mucho la lluvia.Furr la detestaba. Varias veces lo oyó m4ldiciendo al cielo por mandar tanta agua, rayos y truenos. En su furia ocultaba su verdadero sentir, ese que sólo Desz conocía: le temía a tan bella manifestación de los elementos. Temía a lo que hacía brotar en él, en sus memorias fracturadas.Todos los Tarkuts tenían memorias fracturadas, deseos insatisfechos, anhelos implacables sepultados por el tiempo y Desz no era la excepción. Él también deseaba, anhelaba y no sólo la venganza. Seguía habiendo en él una pequeña esperanza, minúscula y casi imperceptible de recuperar lo que había perdido, lo que había amado y cuyo nombre le susurraba e