Lis ha decidido quedarse con Desz. ¿Se arrepentirá de tal decisión? ¡Gracias por leer!
Enfurecido, Desz jalaba a Lis por un pasillo. Estaba seguro de que por ahí debía estar la salida. —Espera, Desz, tus heridas...—Sanarán en el camino.—Quiero despedirme de mi hermana y mi aya. Él se detuvo, haciendo esfuerzos por controlar la ira que sentía al verle la mejilla enrojecida.—Date prisa, te esperaré afuera.—Debo conseguirte ropas también, escandalizarás a las siervas si te paseas así.Con tanta prisa él había salido al escuchar los graznidos de la reina que iba vestido apenas con unos calzones. Poco le importaba, pero estaba en el palacio de Lis y ella mandaba. Fue a esperarla a sus aposentos. Lis se despidió de su aya, que le llenó el morral que cargaba y le arregló lo mejor que pudo el cabello. Daara no le abrió la puerta de sus habitaciones ni respondió a sus palabras. Tal vez también la culpaba por lo ocurrido o estaba dolida por tantas mentiras, ya no había tiempo para averiguarlo.—Aunque estemos lejos, mi corazón está contigo, hermanita —le dijo Lis antes de p
Reino de BalaiEl rey Ulster desayunaba en el enorme comedor rodeado de lujosas decoraciones y algunos de sus trofeos de caza. El copero comía junto a él, maravillado por tan abundantes alimentos desplegados frente a sus ojos. Durante su vida como siervo en Galaea jamás imaginó que llegaría a sentarse a la mesa con un rey que lo tuviera en tan alta estima como Ulster.—Prueba la leche, copero. No sólo de vino vive el hombre. El joven obedeció y se sirvió un vaso del blanco líquido. Probó un sorbo, pensativo. —¿Te gusta? Él asintió y se llevó otro trago a la boca. —No sabe como la leche de vaca que he probado, ¿es de cabra u oveja quizás? Ulster sonrió con malicia. —Es de mujer.El copero se atragantó y la leche le escurrió por la nariz, causando las carcajadas del monarca. Tosió, se dio unos golpes en el pecho y alejó de sí el vaso, con evidente repugnancia. —Me sorprende, copero. Todos vivimos de este manjar en nuestros días y seguir degustándolo a mayor edad es un deleite. Inc
Aldea Elona, reino de ArkhamisDesz se mantuvo tumbado en el lecho, esperando que en cualquier momento Lis recapacitara y volviera a pedirle disculpas. No creía haber obrado mal, sus palabras habían sido sinceras, ella llevaba varios días mirándolo con un deseo que era incapaz de ocultar y que no era diferente de como lo miraba Camsuq cuando lo conoció y muchos humanos antes que él. Ya fuera por su apariencia o habilidades, era una criatura valiosa a ojos de los humanos, algo digno de poseer. El mismo Camsuq se lo repetía hasta el hartazgo y a veces pensaba que la matanza de su pueblo no había sido con otra razón más que proclamarse su dueño. El incesante dolor en el cuello se lo recordaba a cada instante. Y ahora Lis empezaba a comportarse como él, aunque claro, de ella podía deshacerse cuando quisiera.Aferrando su cabeza abombada, se lamentó por la debilidad que, en su deplorable estado, había mostrado con la humana al ofrecerle aquel deseo. Estaba seguro de que le pediría ser libr
Los gritos de Camsuq resonaron estruendosamente en el silente palacio. Uno de los soldados que lo acompañaba pegó contra el cuello de Desz una espada de madera y lo obligó a ir contra el muro. Igual que la araña gigante, ellos habían entrado al palacio por sus puertas abiertas, sin que nadie se opusiera. Cualquiera podía entrar en un palacio vacío. —¡¿Cómo osaste dejar huir a los Dumas?! ¡Has cavado nuestras tumbas, bestia miserable! —bramó Camsuq, avanzando contra la criatura espada en mano. —Padre, espera —Lis se interpuso en su camino. —Cuando estuve en condiciones de ir a la aldea, ninguno quedaba ya. Debieron huir mientras enfrentaba a los otros en el bosque. Envié un mensajero a informártelo —explicó Desz, con la serenidad de quien esperaba pacientemente el momento para su venganza. —¡Ningún infeliz llegó a avisarme! Esos m4lditos podrían estar en cualquier lugar preparando un ejército. La furia de Camsuq se le agolpó en las sienes. La bestia no mentía y ya no tenía con quie
Una resplandeciente mañana despertó al reino de Nuante y Lis se desperezó en su lecho, donde Desz ya no estaba. Los dolores por la golpiza de su padre eran casi imperceptibles y se sintió de ánimos para hacer muchos planes. La bestia la acompañó nuevamente mientras desayunaba. Observaba pensativo los moretones que marcaban su rostro pálido, muestras del amor paterno. Los humanos eran criaturas curiosas, capaces de arremeter en contra de su propia prole, Desz no entendía el sentido de aquello. Ellos no eran eternos y sus efímeras existencias se perpetuaban a través de su descendencia, por lo que atacar a Lis era atacar su legado. No lo entendía. —No te has puesto las ropas que compré para ti. Ciertamente aquellas prendas le quedarían mejor que las que usaba, demasiado grandes para su cuerpo tan menudo. —Creí que las habías comprado para tu esposa —adujo ella, alzando una ceja mientras masticaba unos trozos de manzana. Desz arremetió con prisa. —¿Me estás haciendo una proposición,
Qué vacío se sentía el palacio sin Lis. Vacío, silencioso, tranquilo, ideal para descansar. Fue a disfrutar del silencio a la biblioteca. Desde los grandes ventanales se apreciaba muy bien la lluvia y se oía muy bien también. Recordó jornadas entrañables junto a Gentz y sus profundas reflexiones. Era muy sabio para ser tan joven. Y le gustaba mucho la lluvia.Furr la detestaba. Varias veces lo oyó m4ldiciendo al cielo por mandar tanta agua, rayos y truenos. En su furia ocultaba su verdadero sentir, ese que sólo Desz conocía: le temía a tan bella manifestación de los elementos. Temía a lo que hacía brotar en él, en sus memorias fracturadas.Todos los Tarkuts tenían memorias fracturadas, deseos insatisfechos, anhelos implacables sepultados por el tiempo y Desz no era la excepción. Él también deseaba, anhelaba y no sólo la venganza. Seguía habiendo en él una pequeña esperanza, minúscula y casi imperceptible de recuperar lo que había perdido, lo que había amado y cuyo nombre le susurraba e
Reino de Balai—Era un chiquillo cobarde después de todo. No pudo con ese animal —el rey hablaba con los hombres que habían ido junto a Riu a capturar a Desz luego de que el muchacho lo hiriera.Lo habían estado esperando en el Paso del alba. Al llegar, dijo que había cambiado de opinión, que no buscaría a la princesa, que la bestia era más poderosa de lo que imaginaba. —Es una rata cobarde, no un hombre. No se merece los favores de ninguna mujer, debieron matarlo ahí mismo. ¿Qué fue de él? Los hombres se miraron con nerviosismo y algo de incredulidad. El temor que relucía en sus ojos fue evidente para el rey, que no toleraba una muestra tan patética de debilidad. —¡Hablen ya o acabarán colgados de las astas frente al palacio!Con calma, para asegurarse de que sus palabras reflejaran fielmente lo que habían visto y no quedara duda alguna, ellos le relataron lo ocurrido con Riu. Lejos de allí, en las húmedas profundidades del palacio, el copero abría el apetito de la bestia agitando
Después de la tormenta, los días transcurrieron en completa y sosegada calma en las tierras de Nuante, sin rumores de Dumas o de ejércitos humanos irrumpiendo en la quietud del palacio, donde Lis hacía cuanto deseaba. Si quería usar pantalones, los usaba, si quería pasarse el día blandiendo una espada, lo hacía; comía cuando tenía hambre y se dormía cuando el cansancio le ganaba, sin importar lo que pudieran pensar de ella, sin importar el ruido. Él no había vuelto a quejarse. De ser una pesadilla, convertirse en la ofrenda de una bestia se parecía cada vez más a un dulce sueño.Ahora las comidas eran en la enorme mesa del comedor, acompañada siempre por Desz, que era capaz de beber sidra y agua de hierbas. Incluso disfrutaba de charlar con él mientras el sol surcaba todo el cielo. ¿Habría un mejor compañero con quien compartir su nueva vida? Él nada exigía de ella, nada le imponía salvo permanecer a su lado. Y aquello para Lis se había convertido más en un deseo propio que una impos