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LVII Anhelos implacables
Qué vacío se sentía el palacio sin Lis. Vacío, silencioso, tranquilo, ideal para descansar. Fue a disfrutar del silencio a la biblioteca. Desde los grandes ventanales se apreciaba muy bien la lluvia y se oía muy bien también. Recordó jornadas entrañables junto a Gentz y sus profundas reflexiones. Era muy sabio para ser tan joven. Y le gustaba mucho la lluvia.

Furr la detestaba. Varias veces lo oyó m4ldiciendo al cielo por mandar tanta agua, rayos y truenos. En su furia ocultaba su verdadero sentir, ese que sólo Desz conocía: le temía a tan bella manifestación de los elementos. Temía a lo que hacía brotar en él, en sus memorias fracturadas.

Todos los Tarkuts tenían memorias fracturadas, deseos insatisfechos, anhelos implacables sepultados por el tiempo y Desz no era la excepción. Él también deseaba, anhelaba y no sólo la venganza. Seguía habiendo en él una pequeña esperanza, minúscula y casi imperceptible de recuperar lo que había perdido, lo que había amado y cuyo nombre le susurraba e
NatsZ

Un nuevo paseo se aproxima. ¿Será mejor que el primero? ¡Gracias por leer!

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